Lo que fundalmente hay que decir es lo mismo que cierta tradición rioplatense ha descrito y ejecutado con mucha claridad; Walsh y Borges en la totalidad orgánica de su obra; Piglia, como lector de esas obras, y Saer en el texto más sintético y completo que le heído al respecto y que paso a citar:
No se escriben ficciones para eludir, por inmadurez o irresponsabilidad, los rigores que exige el tratamiento limitado de la "verdad", sino justamente para poner en evidencia el carácter complejo del que el tratamiento limitado a lo verificable implica una reducción abusiva y un empobrecimiento.
(tachado)
Particularmente en Venezuela creo que más que persistir, hoy se ha profundizado lo que escribió Juan Liscano en los 80, y que fuera de eso se ha señalado muchas veces: "nuestra literatura [venezolana] se apoya definidamente en la realidad (...) apegada a lo terrestre -urbano o rural-, a lo anecdótico, a lo conformado por la sociedad, a lo vivido, a lo testimonial". Y también, ¿cómo podría ser de otra forma en un país cuyas voces más universales no son de poetas sino de militares?
En fin, asuntos importantes aparte, mi relación con esa tara de la ficción en general y venezolana en particular, se ha dado en la dimensión política o ideológica solo en ocasiones muy puntuales, y felizmente censuradas en la correspondencia con panas lectores que a tiempo me dieron la voz de alarma.
Pero sí puedo reconocer ocasiones más y menos felices -felices en el proceso de producción y en los resultados de lectura- casi directamene proporcionales a cuánto se aleja la escritura de la dimensión anecdótica del trauma que generó la narración. O es decir: si volviera a comenzar podría suprimir todos los relatos donde la infatuación por la dimensión referencial del trauma motivante prevalece sobre las otras dimensiones.
(tachado)
(Lo de las dimensiones, más que una metáfora se refiere literalmente a lo que uno sabe de física subatómica por Sagan, Hawkins, Rick, o el hermano de Óscar fanático del LSD: yo descartaría de la ficción todas las historias que están casi en su totalidad aferradas a mi universo -generalmente salvo por un final un poco más espectacular que el de la anécdota original-, y me quedaría con las historias donde prevalecen los otros universos: el universo donde me llamo Raúl, tengo una tía en Miami y me detuvieron por hacerme la paja en un avión; el universo donde me llamo Gabriel y no solo tuve un encuentro físico con mi amor platónico de la adolescencia, sino que fue un encuentro violento y desalmado; el universo donde conocí al paramilitar que puso el C4 en el carro de Danilo Anderson...)
¿Y qué hacemos con la dimensión referencial de los traumas que no cabe en la ficción? La misma tradición rioplatense ha mostrado cómo la dignidad de la verdad (tachado) verificable solo prevalece y brilla en los géneros donde se asume la responsabilidad de decirla sin disimulos -en una carta abierta, en una entrevista, en la propaganda, noticia, diatriba, manifiesto...- Entonces, ¿qué genero es digno para la verdad verificable de nuestros traumas?
Evidentemente no hay una sola respuesta para eso. Y evidentemente, yo ya (tachado) acepté la verdad del síntoma, del diagnóstico, de la enfermedad, no porque sea mi preferida, sino porque hasta este aviso no me le he podido sobreponer. Por eso esta zona de mi escritura (tachado) no tiene pretensiones de literatura*: es una purga terapéutica, una parte de la purga terapéutica que no puede ser sino pública -aunque claro que le gustaría tener su prestigio, rentabilidad simbólica, y oportunidades de viaje; lo que en el futuro quizá todos llamaremos steem power
William Burroughs y Hunter Thompson son parte de una tradición norteamericana que cruza el tema de la enfermedad mental con la realidad paralela de la experiencia visionaria, en géneros límite que ponen en cuestión la misma noción de referencialidad. La imagen que encabeza aquí es de la adaptación que hizo Cronemberg de la novela de Burroughs The Naked Lunch