Mi día favorito de la semana era el sábado.
Supongo que porque era básicamente un ritual y yo, como Asperger, me siento cómodo con lo rutinario si éste es lo bastante flexible (¿contradicción?).
Lo normal era que un día antes me había ido de parranda. Y era tremendo parrandero, mis amigos darán cuenta de ello.
Pero el sábado era más relax. Y era sagrado para mí. Me levantaba en la mañana y veía algo de futbol español, cuando ESPN aún tenía los derechos de transmisión. Esos años la Liga aún estaba algo equilibrada, así que uno veía buenos equipos además de Real Madrid y Barcelona: Celta de Vigo, Valencia, Deportivo La Coruña, Betis, Athletic, Zaragoza, incluso Osasuna, daban buenos juegos.
Los pasaban hacia las 10 u 11 de la mañana. Al acabar, era prepararse para una hermosa tradición familiar: mi padre, de toda la vida, nos había sacado a comer a restaurantes los sábados. Si bien durante mi adolescencia había aborrecido la tradición, ya más crecido la amaba.
Me encantaba especialmente que los sábados en la tarde mi ciudad se vaciaba casi completamente. De hecho todavía sucede: a la 1 o 2 de la tarde, la cantidad de vehículos, normalmente alta, disminuye a unos pocos carros, y así se mantiene hasta la noche. Eso era parte de la magia de los sábados. Curiosamente, los restaurantes solían estar hasta el tope.
Podíamos ir a un local de carne (finalmente, la carne en Sonora es de primerísimo nivel), o a Sanborn's, o a un buen lugar de mariscos donde pedía ostiones al natural. En cierto momento, incluso había un restaurant de comida francesa que servía unos magníficos scargots a la mantequilla. Esa parte del ritual duraba dos horas.
Después, era regresar a la casa, a veces, primero, deteniéndonos a rentar en Blockbuster, o bien, aprovechando la ventaja de tener Sky con toda su paquetería, irnos directo a casa. Mientras mis padres hacían la siesta, yo veía juegos del Cruz Azul, el Monterrey (los años de Benito Floro y Daniel Passarella fueron buenos tiempos para los norteños) o el Atlas.
Después de ello, podía dedicarme hasta un par de horas a chatear y estar en Internet. A veces, era ponerme de acuerdo con amigos para volver a salir, quizás a una tocada de rock o a pistear, a veces no salía nada.
Si salía algo, era divertirse y quizá volver a las 5 de la mañana (era de tirada larga). Si no salía, era ver series de sábado y/o películas con mis padres, cenar e irse a la cama para al día siguiente ver futbol desde las 6 de la mañana a las 6 de la tarde: holandés, italiano, mexicano, español, mexicano otra vez.
Cosas pasaron. La vida pasó. Por circunstancias, tuvimos que deshacernos del Sky, conocí a mi actual mujer, tuvimos que dejar de salir a comer, las tocadas dejaron de ser divertidas reuniones caseras para pasar a ser tributos a Pixies, Iron Maiden o 2 Minutos, nos encontramos con que venía mi primer hijo, encontré el trabajo de mi vida y demás.
Esos eran tiempos en los que mi máxima preocupación era que el rock estaba en manos de nu-metaleros. Extraño esos días, aunque no los añoro.