Cuando un ser verdaderamente querido se pierde, se corta la historia de nuestra vida con ese ser, se detiene el tiempo y todo comienza a transformarse en recuerdos, las fotografías duelen y en muchas ocasiones pensamos en planes donde podrían estar y como podría cambiarlo todo. Algunas veces los dejamos tanto en el más apartado rincón de nuestra mentes que hasta se nos olvida que han muerto, y otra vez comenzamos a llorar de nuevo. Tanto en la alegría y en la tristeza, nuestra alma se refugia en nuestra condición de niños, y déjeme decirle que cuando perdemos un ser querido, desde el mismo momento que parten nunca dejamos de ser niños.
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