Recientemente, tuve la oportunidad de leer un post muy interesante sobre si el “Primer mundo” era real o simplemente una falacia creada por, precisamente, las potencias mundiales para generar una especie de “psico-terror” a los países con menos posibilidades de tal manera que los mismos no “osen” desarrollarse. De la misma forma, mantener a raya a dichas naciones.
Debo aclarar en primer lugar que no emitiré opiniones con respecto a lo planteado anteriormente, ya que en cualquier caso es un hecho que, bien sea por razones ideológicas o económicas, existen países con mayor potencialidad para desarrollar cada uno de sus recursos que otros. Más allá de eso, considero aún más importante hacer un profundo análisis acerca del llamado “Síndrome del Tercermundismo”, término del cual puedes indagar y se darán cuenta que no existe una gran cantidad de información sobre el mismo.
Básicamente, el síndrome del tercermundismo es usado para describir una especie de miedo al desarrollo de parte de los habitantes, o parte de ello, de una nación “tercermundista”. Cito: “Son ese conjunto de síntomas, basados en supersticiones ideológicas, que impiden que ese país (como sucede con toda América Latina) finalmente se transforme en una nación del primer mundo”.
De esa manera lo citan un sinfín de páginas web haciendo referencia principalmente a las elecciones presidenciales de Chile en el pasado Diciembre de 2017. ¿La razón? Según especialistas, el país austral se convertirá próximamente en la primera nación de Sudamérica que alcanza tal “estatus” o bien podríamos llamar esta “mención honorífica”.
Y es que según la información a la que tenemos acceso la mayoría de nosotros, el primer mundo está representado solo por Estados Unidos (como no podía ser de otra manera), Gran Bretaña y sus aliados. De esa manera, China, Rusia y otras potencias estarían siendo excluidas de esa lista.
Ya en un tercer escalón nos encontramos con los llamados “países no alineados”, concepto completamente subjetivo y, a mi apreciación, demasiado ambiguo, más aún cuando surge la interrogante, ¿No alineados a que, o, en su defecto, a quienes?
Obviamente la respuesta a esa pregunta depende de quien la responda. Sin embargo, la mayor interrogante acá es el planteamiento de si existe tal síndrome y, de existir, ¿es la razón principal por la cual nuestras naciones latinoamericanas se han mantenido lejos a lo largo de las décadas del desarrollo tanto económico como social de las grandes potencias mundiales?
Y, en parte sí. Si miramos al pasado podemos darnos cuenta de que cada una de las llamadas “potencias” mundiales no son tal sin antes pasar por periodos oscuros y traumáticos en su historia. Así, por ejemplo, la segunda Guerra Mundial sirvió de trampolín para que los países involucrados en la misma modificaran por completo su forma de pensar, y con ello, sus acciones con respecto a diversas situaciones.
De esa manera, lograron alcanzar objetivos hasta convertirse en lo que son hoy. Caso contrario sucede en la mayoría de nuestros países latinoamericanos, en los cuales abundan los recursos y escasean las tragedias si lo comparamos con nuestros vecinos en el planeta.
Ahora bien, mantener este tipo de condiciones de vida por tanto tiempo (años, décadas, hasta siglos) crea un pensamiento completamente diferente y poco innovador en cuanto al hecho de romper paradigmas económicos, sociales, políticos y hasta culturales; algo que a la fuerza se vieron obligados a realizar los del “Primer mundo”.
Factores religiosos, culturales, políticos, sociales, morales y hasta geográficos han moldeado nuestro pensamiento a lo largo de los siglos, me refiero a nosotros como los considerados hoy en día como países “tercermundista”. Ello, ha creado tal vez un complejo de inferioridad con respecto a las potencias mundiales. Complejo adquirido o no, complejo moldeado, complejo desarrollado, pero complejo al fin. Y, más importante aún, complejo al cual se le ha dado el término de síndrome, “síndrome del tercermundismo”.
En conclusión, el síndrome del tercermundismo es real, no quizás como un “miedo al éxito” o “miedo al desarrollo” como la mayoría de los expertos coinciden, sino más bien como trastorno de poco o casi nulo deseo de auto superación; ya no producto de un temor, sino de un complejo de inferioridad anteriormente expuesto en el cual ya no se cree que “Tengo temor a hacerlo” o “¿Y si lo intento y fallo?”, sino más bien como un contundente “No puedo”…
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