Mientras la luz de la vela rebota en la fría cerámica y su luz se esparcía por la habitación, arrojaba salpicones de agua fresca con vehemencia sobre mi rostro, intentando borrar todo rastro de conciencia, devolverme al feliz oscurantismo de mi ignorancia pasada.
Aquel rescoldo de paz que habia sido abandonado por mi, por simple capricho, y al cual deseaba con desespero volver. Aquella tarde en la que creyéndome fuerte y luchador abandoné todo lo conocido blandiendo como espada una pequeña maleta e izado como bandera un orgullo que tiene más de ingenuidad que razon de ser, emprendí mi camino por el mundo, como el niño que descubre una flor nueva en su jardín, con la cándida creencia de poder comerse al mundo al primer bocado.
Pues que equivocado estuve. Solo ahora lo sé. Ahora que no quiero saber de nada, ahora que saber de mi desdicha la hace mayor.
Y heme aqui, solo con el alma descosida y seca, de amor, de inocencia, de todo aquello que me amó y yo amé a su vez.
Pero esta, la gran noche de mi desdicha, ocurrió la verdadera tragedia. Fue recordar. Durante tantos años errantes esquive cualquier alusion a algún recuento de sueños y de heridas, acciones gracias a las cuales pude mantenerme a flote por mucho tiempo, aunque no feliz, podia permanecer estoicamente y dejar que los dias pasaran de largo como si nadie tocara mi puerta.
Y ocurrió, una noche, como cualquier otra, salvo que esta noche una lluvia torrencial acompañada de sonoras descargas eléctricas enrarecían y sobrecargaban el ambiente de esa pesadez de espíritu que suelen traer consigo este tipo de tormentas que vician todo el aire.
Escuché una sonora explosión y descubrí que una falla técnica me despojó de la electricidad, y como si ya supiera lo que iba a acontecer me recosté en el sofá, subí los pies en la mesita de café, llevé un cigarrillo a mi boca y lo fumé lentamente, viendo como el intermitente brillo naranja de las brasas consumiendo el papel del cigarrillo contrastaba con la total penumbra del ambiente.
El momento llegó. El recuento de sueños desgastados y olvidados. Fue ahí cuando me dí cuenta lo lejos que estaba de la vida que soñé, perseguí quimeras, mi ego me arrastró y me acorraló en un callejón sin salida. Lleno de heridas lo único que movía mi vida era la sensación de desazón, desesperante dolor sordo, grito mudo y un llanto silencioso y sin lágrimas.
Pasaron las horas en la que como una explosión vinieron recuerdos a mi mente y se sucedieron uno tras otro, risas, olores, rostros, amores, amigos, familia, el lugar que me vió nacer y crecer, el cual con gran arrogancia lo miraba con desdén creyendome merecedor de algo mejor. Pero si en algo tuvo razon el destino fue apartarme de ese lugar, y ahora años después del ultimo adiós, me he dado cuenta de que era esa tierra y su gente quienes eran demasiado para mí.
Me removía en el sofa, no podía estar comodo, ni tranquilo. Como un niño abrace mis piernas e intenté llorar, pero ya estaba demasiado vacio por dentro, el dolor era como agua a presión que intenta salir pero la salida está obstruida por una roca inmensa, igual era mi dolor que intentaba salir pero no lo lograba por alguna razón.
¿Cuán lejos se debe llegar para saber que lo que siempre necesite lo tenia ya y no faltaba más?, ¿que tan grande debe ser un ego para vivir guiado por el impulso de nadar contra corriente y creerse superior? Que los excesos mas que llenar vaciar y destruyen el alma pura. Mi triste experiencia me enseñó que se llega tan lejos guiado por el ego en busca de algo en apariencia inmenso, pero cuando llegamos a ello nos damos cuenta que era solo una ilusión, y que ya cualquier intento por regresar se vuelve imposible, aunque vuelva físicamente regresaria sólo como un fantasma a un lugar que nunca habitó, y aquel que habito ya dejó de existir para el.
Y aquí estoy ahora, mirando a través de mi ventana, viendo la lluvia caer, mojando toda la ciudad, con la certeza de aquel vacío inmenso que hay en mi pecho puede albergar el mundo entero, pero en cambio, solo hay vacio, un vacio que se deleita de absorber todo rayo de luz y de esperanza y no cabe duda que este terminará por absorber toda mi esencia hasta dejar solo un cascarón, que no siente, no vive, pero al menos no duele.
Mientras espero que la desdicha misma acabe de marchitarme para así borrar mi desgraciada existencia de este plano, seguire aqui, mirando al infinito, vacío por dentro, aguardando un milagro, una chispa bendita, o una ola de coraje cual Werther me empuje a librarme de mi sufrimiento y abandonar este sufrimiento desesperado de manera romantica y heroica a la vez que cobarde, ahora que la soledad se convirtió en mi compañia y la tristeza mi himno.