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Siempre me decía que no había obstáculos para el que quisiese encontrar lo que buscaba, y así siempre me resultó. Durante el camino al arroyo, metía la mano en mi bolsillo y tocaba la aguja para recordarme esto. Pero el camino era largo, tuve hambre, me senté y comí de unas frutillas rojas de un arbusto enano. Al rato me sentí mareado y confundido, por unos segundos perdí la noción donde estaba y entonces me dormí.
No estuve consciente de que dormía. Creí por mucho rato que seguía despierto, pero sentía que flotaba en el aire, y soñé. Estaba de nuevo en la casa de la señora Marina y en vez de darme claves y acertijos, tuvo una conversación muy fluida conmigo acerca de la aguja:
-“Oh! corazón!, pensé que nunca vería de nuevo la herramienta que tanto bien hizo una vez. Esa pequeña aguja fue en un tiempo instrumento del bien… pero como lo opuesto siempre quiere empañar lo bueno, hace mucho tiempo que se
perdió, junto con su dueño. Dime, ¿dónde la has encontrado?, pues los que éramos amigos de aquel bienhechor nunca pudimos dar con la aguja por más que intentamos de cualquier modo encontrarla. Gracias a la Providencia Divina, lo opuesto tampoco la encontró, y ni se enteró de donde estaba… se pensaba había sido destruida” – me contaba en el sueño- “tu búsqueda apenas comienza, pero estás en la recta final, sólo que es la parte más difícil. Debes ir al Castillo de la Neblina, allí sabrás el porqué de su óxido, cuando las demás cosas en aquel patio relucían como diamante, pero ten cuidado, dicen que su monarca es un ser despiadado de corazón igualmente oscuro como su alma y su castillo” – me contó.
Algo me decía que no debía temer. Mi madre me enseñó a ser valeroso. Antes de irme, Marina me entregó un pergamino en el que estaban escritas las frases mágicas que debería recitar con el corazón puro y contrito para que la aguja me revelara su secreto. Eso sí. Más allá de las frases mágicas, existía una palabra que debería pronunciar al final, y esa palabra no estaba escrita ni era conocida, sólo yo la sabría cuando llegará el momento indicado, si todo sale bien.
-“Recuerda también, que el Rey de la Neblina, hace mucho tiempo quiso poseer la aguja, para usarla de una forma opuesta a su verdadera naturaleza, solo con el fin de hacer el mal. Si fallas, se las servirás en bandeja de plata, y solo Dios sabe lo que pueda pasar después. No obstante eres tú el único que puede llevar acabo tal cometido, porque eres el único que ha escuchado y entendido el llamado del corazón. Debes llegar al Río sin Luz y pagar al hombre que alquila las barcazas con esta moneda que te entrego, la cual he guardado todos estos años con mucho esmero, esperando este momento.
-Los círculos se cierran. No tengas miedo. Es hora de probar tu fe, en la práctica” – me dijo la anciana señora.
Emprendí el camino hasta el río sin luz y me encontré con un río sombrío, realmente espeluznante. Un hombre tuerto, con el rostro ennegrecido por falta de felicidad en su corazón, me detuvo. Y le pagué con la moneda. Me proporcionó un barquito pequeño, tan pequeño como yo era cuando niño.
Remé. El agua era oscura, pero tranquila, era muy de noche ya y a lo lejos parecía que había unas embarcaciones paradas mucho más grandes… y al estar contemplando todo eso, escuché que me llamaban:
-“Ezequiel! …Ezequiel!”
No podía ver, todo mi entorno se comenzó a llenar con una espesa y espectral neblina que impedían mi visión, ver más allá en la lejanía. El Río sin Luz se convertía en un gran lago oscuro. Sentí miedo, porque aunque avanzaba hacia delante, la neblina no me dejaba ver nada. Entonces, intuitivamente recordé las palabras que me había dicho la adivina: “LA SABIDURÍA VE EN LA LEJANÍA… CONFIA”. Una calma que no sabía explicar me llenó el corazón y así llegué a las puertas del Castillo de la Neblina, que no sólo eran oscuras las piedras que armaban sus torres y paredes, sino que la neblina cubría el sitio como un manto macabro. Nubes negras posadas en lo alto lanzaban truenos de amenaza de una tormenta. Afortunadamente pude escapar de los dos guardias que vigilaban las rejas de enfrente y pasar justo por dentro de sus barrotes. La noche oscura me permitió escabullirme. Y mi nombre era pronunciado por una voz femenina cada vez más y más fuerte:
-“Ezequiel! Ezequiel!”.
(Esperen la parte III)
Autor: @artelita