Sacerdotisa blanca
Entremezclándose en el apogeo de la tarde
se filtra en el aire su anuncio, su desborde invisible
en la nube blanca influida en destellos húmedos.
La roca musgosa se torna tibia
empujada sutilmente por la viva mejilla.
Se adelantaba al crepitar y las cenizas
una tela de seda, hecha añicos y descolorida.
El musitar ininteligible concluye con lábil risa.
La lujosa campana dorada
toma el mano de nuevo al cantar.
Refleja su gran voluntad
y destapa el misterio del pináculo.
El despliegue floreado de marzo,
la noche esperando al relámpago
y el miedo nos llevó al final del sufrimiento.
La estrella que ha cortado al cielo
dejó caer su coherencia sin decir una sola palabra.
Ella se yergue y alza el puño desenvainando su sonrisa.
Nos reuniremos sin más en la simplicidad
que trasciende al crepúsculo carmesí
que asecha detrás de los pinares grisáceos.
Mi impaciencia maniatada no me vence,
pero su belleza inhumana claramente me debilita.
¡Oh! Sus garras filosas, sus dedos blandos y osudos;
me marcan, me tocan, me excitan...
mientras desgarran mi ropa y me regalan caricias.
Mallas negras
En su mirada aflora sutilmente un gran misterio.
Pocas veces se encuentra tal picardía
con tan explosiva aura sombría.
Agudeza y encanto, vibrante carisma,
y cicatrices curadas tras sus mallas negras.
La ternura y pureza tras su oscura rudeza.
La agresiva belleza que con magia cautiva.
Tanto tiempo soñando esa utopía:
besos benditos con sabor a cigarrillos,
y un aroma a cannabis mezclado con fresas.
No hay forma de explicar su invaluable esencia.
Un espectáculo de contrastes sin tonos medios.
Veo su arte inverosímil de exótica coleccionista
conservando siempre con gran cariño y entrega
tantas creaturas malignas y tazas rotas.
Separador y firma cortesía de Pixabay
Su edición cortesía de Canva y Pixlr
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