Literatura venezolana: historia y realidad, en una escena, de tres actos
¿Qué tan importante es la literatura en Venezuela? O más bien. ¿Qué magnitud cognitiva estamos, como venezolanos, dispuestos a obtener mediante la lectura? ¿Es realmente sustancial, el leer para la juventud venezolana? ¿Venezuela y lectura, son sinónimos? Podriamos formularnos infinitas interrogantes que lleven entrambos signos lingüísticos: «venezolano» y «lectura», como enunciado o microestructuras principales en la realidad académica de nuestro país; Venezuela. Empero, aunque poseamos una narrativa exquisita en plumas de excelsos escritores en la historia de nuestro país: Andrés Bello; Pérez Bonalde; Cecilio Acosta; Rómulo Gallegos; Andrés Eloy Blanco; Miguel Otero Silva; Julio Garmendia... probablemente nos hayamos quedado, como sociedad, en la ínfima vacuidad de progreso mental e interés lector.
Rómulo Gallegos, y su Doña Bárbara, cabalgando en cimarroneras por el llano venezolano. Julio Garmendia, con su «realismo mágico». Andrés Eloy Blanco, matizando las uvas de nuestro tiempo. Andrés Bello, Viajando a través de la historia en Chile. Simón rodríguez, cultivando el intelecto de un niño, con un futuro brillante para él y toda una nación. Pérez Bonalde, volviendo a su patria. Almenos alguno de ellos pensó, quizas, en un futuro impoluto y glorioso para Venezuela. El camino que labraban, como ellos solo sabian hacerlo, escribiendo. Asomaban lo que el bóreas y el céfiro, traían en letras hacia nuestro país. Hoy, nos parecemos más a esa Ifigenia, de una tal Teresa de la Parra. Quedamos, sin herencia, y preguntándonos. ¿Qué fué lo que ocurrió? La inveterada creencia de «lo mejor está por llegar», nos dejó sentados frente al televisor. Esperando por un mejor destino y una lumbre excelsa de la mente venezolana. Leer o escribir, de eso, para la sociedad venezolana ya solo se habla en la catédra de historia, probablemente.
La literatura venezolana se encuentra en un disyuntiva filosófica, detenido su andar y en la sima de todo. Producto, quizás, de la coyuntura política y social que desde finales del siglo XX llevamos a cuestas, pero no es momento de hablar de política, ni mucho menos, de cuántas personas mueren de hambre o balas en las calles de este país. ¡Cuántas vidas caen en el abismo intransigente de la muerte!, por culpa de las huestes de Mefistófeles en este preciso instante. Hoy en día, los escritores venezolanos dejaron de existir, son como un simil o sinonímia del jurásico. Las editoriales, asfixiadas por la realidad, publican libros con recelo, entendiendo que hoy un libro se torna de «áuricas carátulas» en las vidrieras comerciales, que aun siguen abiertas. Y es que, a la sociedad venezolana poco le importa cultivar el alma o el ser. Es más importante mantenerse adocenado pero con título, en el mejor de los casos, que gastar tiempo en leer.
Cuándo quiero llorar no lloro. ¡Ay, Miguel Otero! Cuánto llorarías, al ver esto.
T. B.