“Cuando enfermaste y nuestros lugares se invirtieron podía ver que hacías lo posible para apoyarme con tus creaciones y no con palabras. Hacías uniformes, armas, pero no eran buenos al inicio los primeros uniformes se rompían en días, las armas se rompían al probarlas con granito, de verdad eran lamentables pero eran tus creaciones y me recordaban a la ropa y armas que mama nos hacía, sé que lo hacías para recordarla.”
Finalmente me levanto y saco la tapa de la urna preparándome para decir las palabras finales antes de esparcir las cenizas al viento que soplaba hacia el océano.
“No me arrepiento de matar y destruir a otros porque tú siempre fuiste mi mayor prioridad, no puedes complacer a todos cuando se trata de la vida y la muerte, hiciste eso pensando en que necesitaba aprender y aunque ese lugar pertenecía a un grupo de mercenarios asesinos era el único lugar que tenía para aprender. Aprendí a sobrevivir además del conocimiento general de los países y ahora soy un guerrero fuerte, tal vez sea un solitario por ahora, pero tú me dijiste que encontrar mi lugar en el mundo debía ser mi propia decisión y eso es lo que hago y tampoco me arrepiento de eso. Mi único arrepentimiento es no poder tener a mama conmigo para lanzar sus cenizas junto con las tuyas. En tus últimos meses de vidas me hiciste una poderosa katana, un gran uniforme de materiales muy resistentes y este colgante para que no olvide los nombres de mis padres. Papa gracias por estar conmigo hasta tus últimos momentos… Adiós…”
Tras esa despedida voltee la urna y deje salir las cenizas que volaron hacia el océano. Mirando con tristeza y silencio estaba yo un joven de 1,82 de altura, cabello negro corto, piel clara, pantalones negros, camisa gris con chaleco de color gris oscuro con bandas blancas con un bolso similar a los deportivos que llegan a la cintura.