Lemuel Gulliver, el protagonista de esta más que fantástica historia, efectuó cuatro viajes. Cuatro travesías que, más allá de los acaecimientos, episodios y peripecias de un aventurero empedernido, describen una poderosa crítica a la raza humana por parte de Jonathan Swift, el autor; quien disfraza en una historia aparentemente infantil su más convincente intención en una ingeniosa invectiva social; un señalamiento a ciertos desórdenes y excentricidades que se escapan del juicioso, sensato y necesario comportamiento que las sociedades requieren.
Los viajes de Gulliver es una novela enigmática. Una aventura ocurrente, fabulosa, y sagazmente divertida. Una historia que encierra, en demasía, escenarios satíricos donde el autor juega con los personajes y sus realidades sociales y políticas; estimando protocolos de unos y otros mundos, encerrados en una continua e intelectualísima mofa que bien sabrá sacarnos unas cuantas risas.
Dentro de esta historia, Gulliver, ha contado sus cuatro viajes a un editor, su primo Richard Sympson, quien se ha tomado la tarea de transcribirlos, no con la exactitud de los hechos ocurridos (según Lemuel G.), pero, sí plasmando mucho de lo acontecido a, ese, nuestro incansable y garboso aventurero.
Lemuel Gulliver es médico, sin embargo, poco uso hace de su profesión en la novela; recurso utilizado por Swift, tal vez, para hacer énfasis en la credibilidad que tenían los médicos del siglo XVIII. Recordemos que esta novela fue publicada en 1726. Jonathan Swift bien se ha valido de su ingenio para ofrecernos una obra de arte que trasciende a su época; por su doble intención: la del entretenimiento en su fresca lectura; y la de un acertada proyección de nuestra condición humana bajo el señalamiento de nuestra propia decadencia y ridiculez…
A razón de una violenta tempestad, el Antelope, que zarpó en 1699 bajo la capitanía de William Prichard, se habría volcado tan sólo un día después de haber salido de Bristol… El viento fue tan fuerte que llevó la nave a estrellarse contra a un escollo rocoso. Posteriormente, luego de evadir aquel arrecife, una ráfaga tumbó la posición del barco, dejando a la deriva a Gulliver, y aparentemente muertos a los demás tripulantes. La marea lo llevó, solo, a tierra firme, y, una vez a salvo, se dejó vencer por la fatiga, quedándose dormido. Al despertar, intentó levantarse, pero no pudo; se percató de estar fuertemente atado por unas finas ligaduras (dice el libro: desde las axilas hasta los muslos). Postrado boca arriba sólo podía ver el cielo. Al instante, una criatura humana de una estatura no mayor a quince centímetros caminaba por su torso, y, al llegar a su pecho, entabló conversación con él.
El primer viaje de Gulliver es bastante conocido por muchos, no obstante, hay pormenores dignos de ser mencionados. Detalles que quizá hayan escapado a la detenida y rigurosa observación de la obra. La propuesta de Swift va más allá de lo que las historietas, cuentos, y películas nos han mostrado a lo largo de los años, entre las sesgadas imágenes de un gigante que se yergue ante un sin fin de pigmeos.
Gulliver llega a un país (Lilliput) en donde todos son mucho más pequeños que él (en una relación de 1 a 12). El autor empieza su parodia en este punto de la obra en donde se generan una sucesión de conflictos. A lo largo de toda la obra hace hincapié en que los gobiernos de estos países visitados por Gulliver son monarquías lideradas por reyes y emperadores, y en función de tales diplomacias se suceden una serie de relevantes e irrelevantes acontecimientos.
Este primer pasaje contiene suficiente comicidad como para entretener a cualquier lector. (Los dos primeros viajes se brindan bastante entretenidos en su desarrollo y desenlace). Tenemos entonces a un Gulliver en proceso de ganarse la confianza de unos lilliputienses que le admiran cual prodigio de la naturaleza, a pesar de que en los primeros días de su estancia había sido “apresado” para evitar cualquier catástrofe. Recordemos la inmensidad de Gulliver y lo diminuto de los lilliputienses. El rey de Lilliput (Su Majestad), persuade a Gulliver para conquistar un país próximo a sus tierras, llamado Blefescu; en donde sus habitantes, los blefescuitas, coinciden con las características físicas de los liliputienses. Ambos reinos arden en querella a razón de un motivo harto irrisorio. Los unos decían que lo huevos había que romperlos por la parte de arriba, y los otros argumentaban que había de hacerse por abajo. Swift embiste en sarcasmo los motivos por los cuales, en la historia de la humanidad, se han suscitado ciertas guerras, con razones insustanciales, carentes de una excusa lo suficientemente válida para ocasionar desunión, y peor aun, un intencional y devastador ataque.
Estos blefescuitas, por su parte, han tratado de invadir Lilliput, por la misma tonta razón, pero Gulliver al impedir aquello-que-no-pudo-llevarse-a-cabo, ganó la confianza de Su Majestad, firmando, en consecuencia, unas cláusulas para recuperar su libertad. Aquel hombre-montaña (epíteto que le asignaron) llegó a arrastrar toda una flota de barcos de guerra valiéndose tan sólo de unas largas cuerdas y ganchos. Aquellos barcos habrían sido destinados para abrir el proceso de una inminente guerra.
Gulliver fue persuadido para, no sólo defender Lilliput, sino contraatacar Blefescu e invadirla. La intención de Gulliver era poner fin a esa guerra absurda llegando a una solución diplomática, pero no logró su cometido. Este rechazo, sumado a la jocosa extinción del incendio del palacio imperial y las quejas del ministro Skyresh Bolgolam (tesorero que insistía en que el gasto para mantener al “hombre montaña” era muy elevado, y el erario liliputiense no sustentaba el consentimiento de semejante despilfarro), bastaron para sentenciar a Lemuel, a una condena que le obligaría no sólo a perder la vista, sino a consentir los deseos de conquista de aquel pueblo de pequeñas gentes con ínfulas bélicas…
Es digno de mencionar el hecho de que Gulliver siempre se brindase dócil, respetuoso, colaborador, y presto al orden protocolar de cada país visitado. Sus buenos modales son una indiscutible, incluso axiomática, constante en cada escenario. Jamás ofendió a personaje alguno; jamás ridiculizó o contrarió vulgarmente las acciones y comentarios de quienes le dirigieron la palabra. No llegó, siquiera, a interrumpir argumento alguno en sus muchos coloquios y tertulias, mostrando una excelentísima educación y una humildad incomparable.
En Lilliput, Gulliver era gigante, y todo a su alrededor era sumamente pequeño. Pequeño a sus exigencias, a sus necesidades, a sus costumbres, a sus ambiciones. Aun el rey era un diminuto ser ante su presencia. Recordemos que Swift es irlandés, pero su personaje Gulliver proviene de Inglaterra. Las comparaciones de las que se vale el autor mucho tienen que ver con la coyuntura histórica de países como esos mencionados; también de Francia, Holanda, y otros tantos europeos e incluso asiáticos. De igual manera, estas figuras son representaciones de otras antagónicas del mismísimo Swift: órdenes de caballería, enemigos políticos, secretarios de Estado, ministros, tribunales, parlamentarios, condes y reyes de su época…
“…por muy floreciente que nuestra situación pueda parecer a los extranjeros, estamos bajo el influjo de dos poderosos males: una facción violenta en el interior y el peligro de una invasión desde el exterior por parte de un enemigo muy poderoso.”
Es importante mencionar respectivamente las particularidades de los países visitados por Gulliver en cuanto a su sistema de valores. Detalles, en contraste con el país natal de nuestro protagonista, que expondré a lo largo de este inspirado texto. Sopesa un astuto Swift las deficiencias, desigualdades y carencias de estos mencionados valores en cada territorio nombrado.
Gulliver menciona en relación a los habitantes de Lilliput:
“Aunque el premio y el castigo son los dos pivotes sobre los que gira cualquier régimen, no he podido ver que esta máxima se ponga en práctica en nación alguna excepto en Lilliput (…) Cuando les dije que imponíamos leyes únicamente mediante castigos, sin ninguna mención a premios, aquella gente lo consideró un defecto enorme del sistema. Por este motivo la imagen de la Justicia viene representada en los tribunales con seis ojos: dos delante, igual número detrás, y uno por lado, lo que representa la circunspección. Lleva además una bolsa de oro abierta en la mano derecha, y una espada envainada en la izquierda, para demostrar que está más dispuesta a premiar que a castigar.”
“Ellos opinaban que era tan difícil sustituir la ausencia de virtudes morales por unas facultades intelectuales superiores, que los empleos no podían ponerse en manos de personas tan altamente cualificadas, por ser demasiado peligrosas. Por lo menos, las equivocaciones cometidas por la ignorancia, pero con disposición al bien, nunca tendrían tan fatales consecuencias para el bienestar público como las prácticas de un hombre a quien sus inclinaciones llevaran a la corrupción, y tuviera posibilidad de dirigirla, incrementarla y defenderla”
Finalmente, a razón de Lilliput cito un detalle que se me figuró como una ciencia extraída de la Empatía como concepto; una idea más-que-fantástica que debería anexarse al orden legislativo del mundo entero: ¡la ingratitud vista como un crimen! En esta parte del libro mis pupilas se dilataron fantaseando en lo mucho que enderezaría al mundo esta fenomenal ley de Swift…
“La ingratitud constituye para ellos, como en otros países, según cuentan los libros, un crimen capital. Porque opinan que aquel que hace algún daño a su benefactor, de quien no ha recibido sino beneficios, se convierte necesariamente e un enemigo del resto de la humanidad.”
Entre aciertos y desaciertos, Gulliver, huye a Blefescu. El recibimiento que allí le tributan no es sino para ganar su confianza, y el emperador le acoge gratamente (su evidente superioridad así lo demandaba, pues, recordemos que los blefescuitas también eran de la misma proporción de los lilliputienses) y así persuadirle ante una guerra de poderes y posteriores invasiones. Razón suficiente como olvidar que ese mismo Gulliver hubiese diezmado su flota tan sólo días antes. Tener al gigante como aliado era una estrategia más que ventajosa; aquella coalición representaría la seguridad de una victoria absoluta.
Swift nos recuerda que en nuestra naturaleza se esconden las deseos de conquista; de obtener no sólo lo que nos pertenece sino también lo relacionado a otros espacios no propios, con evidentes ínfulas de asalto y colonización. He allí la génesis de las guerras: ¡la ambición por el territorio ajeno! La querella en función del ensanchamiento de nuestro mapa. El imperioso deseo de engrosar nuestro “pequeño” patrimonio y nuestras “pocas” pertenencias…
En lo sucesivo, Lemuel encuentra el medio de abandonar Blefescu, no conforme con las intenciones de sus habitantes, y así huir sano y salvo de aquellos tan particulares pigmeos en dirección a su país natal. Gracias a un golpe de suerte se hizo de una chalupa que flotaba a la deriva; le reparó y modificó para regresar prontamente a Inglaterra. Swift poco agregó a la historia blefescuita en comparación con los detalles que resaltó de Lilliput, sin embargo, lo que en unos resaltó más que en otros, se vio mellado por la insignificancia de sus motivos bélicos. Dicha contienda no es sino una simbología cáustica de la que se vale Swift para representar las pugnas entre la Inglaterra y la Francia de su época.
Dos meses bastaron para que nuestro inconforme Gulliver decidiese aventurarse de nuevo en otro viaje, a razón de su deseo insaciable de ver países extraños… Gulliver poco apreciaba su realidad, e insistente, buscaba escapar a otras latitudes en donde encontrar destinos lejanos, pero, paradójicamente, cercanos a su verdadero interés. Así, parte el 20 de junio de 1702, en el Adventure, comandado por el capitán John Nicholas, con destino a Surat, luego de un año de navío, sin mucho de interesante que contar más allá de algunas tormentas y un sin fin de términos náuticos que evidencian un sarcástico realismo. Reitero, la obra es una bofetada al intelecto de cualquiera que se preste a su análisis.
En consecuencia atracan en una isla, en donde Gulliver desciende del barco, destinando su curiosidad a un deseo exploratorio natural en él. Al retornar a la ensenada, sin haber encontrado algo interesante en su momentánea travesía, se percató de que la tripulación ya había embarcado de nuevo, e inclusive, su sorpresa fue mayor al darse cuenta de que deliberadamente le dejaron abandonado allí en esa isla.
En este episodio se pueden apreciar ciertas reflexiones de Gulliver, quien en soledad, se reprocha el haber tomado la decisión de un segundo y pronto viaje, en contra del parecer de sus parientes y amigos. Cavilaba también en sus previas experiencias con los lilliputienses, haciendo énfasis en el factor comparación que de los filósofos se extrae al presentarnos figuraciones en la sensación de un mayor tamaño con la de un menor tamaño. Así se visualizó a la inversa en un mundo donde no fuese él el prodigio sino, por el contrario, donde se brindase diminuto en un país con habitantes que le sobrepasaran en dimensiones. El autor se hace eco de la filosofía de Berkeley (teoría de la relatividad de las dimensiones) cuando resalta que la grandeza y la pequeñez se deducen entonces sólo por comparación.
En este segundo viaje, Gulliver se encuentra en un país llamado Brobdingnag. Un agricultor le ha visto, y curiosamente, como casualidad a razón de sus conjeturas, las dimensiones de éste, y los demás habitantes, son en apariencia lo que para los lilliputienses eran para él (una relación de 12 a 1 en tamaño).
Gulliver es llevado a la casa del agricultor, en donde puede notar que todo lo que en ese país se encuentra le supera en extensiones, longitudes y profundidades; aun así, estos gigantes comprueban en la pequeña criatura que representaba Gulliver un ser racional capaz de comunicarse.
Los capítulos que componen este segundo viaje están llenos de obstáculos y enfrentamientos para un, ahora menudo Gulliver. Así tropezó con migajas de pan; peleó con gatos. Pudo también apreciar con mayor detenimiento el deterioro que causa la edad en la piel de quienes se le acercaban (desde su perspectiva bien supo detallar manifestaciones casi imperceptibles en relación a poros y arrugas de la piel). Se enfrentó con su espada a animales roedores, brindándose vencedor en casi todos sus combates…
La hija del labriego, bien supo hacer las veces de protectora, enseñándole el idioma de Brobdingnag, y llevándole a todos lados valiéndose de una caja. Posteriormente, Gulliver, es expuesto en público por dinero, mientras los habitantes de aquel país pagaban maravillados para ver semejante criatura. En estos capítulos me fue inevitable pensar que muchas veces somos “exhibidos” como algo mucho menos grande de lo que realmente somos, para deleite de algunos que, aparentemente maravillados, ríen ante nuestra pequeñez y nuestra supuesta insignificancia.
Así también conoció al rey y a la reina de aquel país, quienes le preguntaban sobre sus costumbres, religión, leyes, gobierno y cultura de la Europa gulliveriana. Gulliver se brindaba cual corresponsal y embajador de su Inglaterra natal, relatando todo aquello en favor de las más asertivas y elocuentes respuestas.
El príncipe, a quien le encantaba conversar con Gulliver, señaló “cuan despreciables eran las grandezas humanas que podían ser imitadas por un insecto tan diminuto como yo; y sin embargo añadió <Me atrevería a afirmar que estas gentes poseen títulos y distinciones honorables, idean nichos y madrigueras que denominan casas y ciudades, se preocupan del vestido y los carruajes, y que aman, luchan, riñen, engañan y traicionan…>”
Punto de inflexión para elevar esta obra, a mi medio camino de su lectura, en una oda a la xenofobia. Ya Swift había ganado mi entera atención con el relato del primer viaje (Lilliput y Blefescu), se abría un sendero más que reflexivo de algo que supera los límites de la sátira y la metáfora. Efervece el señalamiento de un mundo lleno de miradas inquisidoras; de prejuicios insustanciales; de títulos y etiquetas distintivas; de marcadas desigualdades que no trascienden sino en una sensación de superioridad e inferioridad respectivamente; la cualidad, no sólo de ser distinto, sino de pretender ser mejor, estar aventajado, abstraídos en un mundo disyunto de lo circundante, independientemente de una supuesta cercanía o lejanía territorial. Jonathan Swift identifica el mundo lleno de sub-mundos y supra-mundos, y bien ha pretendido mofarse de la actitud humana en el microcosmos de sus limitados dominios. En un plano lineal Gulliver fue un gigante, y ahora se brinda empequeñecido, pero su condición compléxica siempre fue la misma, lo que nos asoma que los mundos que le circundaron en estos viajes eran, por así decirlo, las mutaciones de que ellos mismos se valían, la intención per se de una nación y sus ideales, la forma y la manera de ser, verse, sentirse y creerse.
“Nuestra noble nación, señora de las artes y las armas, azote de Francia, árbitro de Europa, sede de la virtud, la piedad, el honor y la verdad, orgullo y envidia del mundo, era tratada con tanto desprecio.”
El bufón de la corte imperial bien supo hacerle la estancia casi insoportable a un pobre Gulliver que trastabillaba ante toda aquella enormidad. De numerosas tretas se valió para poner e peligro la vida de Gulliver. El enano arrogante sumó insolencias propinándole episodios jocosos que, a pesar de ser tan sólo unas pesadas jugarretas, no escapaban a una sensación de angustia casi perpetua. Así le tomó una vez y le arrojó dentro de una ensalada llena de crema; en otra ocasión, le juntó las pequeñísimas piernas y le empotró en la médula de un hueso, hasta por encima de la cintura. Estos episodios se solapaban con otros enfrentamientos que le acontecieron a Gulliver, quien llegó a luchar con una veintena de avispas que entraron en su improvisado aposento, acorde a sus dimensiones, zafándose de aquel ataque gracias a su espada.
Le construyeron un gabinete de viaje con el que Glumdalclitch (la hija del labriego, y protectora encargada de Gulliver) le transportaba de un lugar a otro, llevándole en su regazo.
Me es muy jocoso contar las peripecias de que se valió Gulliver para escapar de las continuas travesuras del enano bufón. El pícaro maligno (así lo define Swift) esperó su oportunidad, y cuando le vio pasar por debajo de un árbol, lo sacudió y una docena de manzanas cayó sobre Gulliver; a la vista de éste eran como barriles. Dichos pasajes escapaban de la atención de Glumdalclitch, poniendo a prueba la destreza y agilidad de nuestro antes enorme y ahora pequeño personaje. En otras páginas, Gulliver fue tomado por el hocico de un perro que por fortuna estaba bien amaestrado y no le maltrató. En otro incidente, se fracturó la tibia al tropezar con la concha de un caracol mientras efectuaba un paseo. La vida de Gulliver en Brobdingnag estaba llena de recorridos… Un gorrión le arrebató un pedazo de pastel; otro pájaro le propinó picotazos y Gulliver valiéndose de un “grueso” garrote le derribó y lo llevó a su ama, al día siguiente, por indicación de la reina, lo cocinaron y se lo sirvieron en la comida. En fin, muchos divertidos pero también retadores escenarios le sobrevinieron brindándose siempre victorioso, incluso llegó a ser parte de episodios eróticos con jóvenes damiselas de aquel imperio (¡!). También se debatió con ranas y monos. Vaya vida la que le aconteció a Gulliver en Brobdingnag. Cada día sus ocasiones le proporcionaban a la corte algún motivo de regocijo. En una última oportunidad Gulliver quiso valerse de su agilidad y destreza pretendiendo flanquear una cagada de vaca de un salto (jajaja), pero su esfuerzo no fue suficiente y se vio hundido hasta las rodillas en aquellos desechos. Posteriormente un lacayo tuvo que limpiarlo con un pañuelo.
Pido excusas por anexar semejantes detalles a mi reseña pero se me hizo muy divertida su lectura y quise extenderles mis risas auspiciadas por un Swift bastante ocurrente. Recordemos la primera intención del autor, la cual menciono en el cuarto párrafo de este trabajo escrito.
Por su parte, el rey no perdía la oportunidad para increpar a Gulliver, interrogándole sobre su Europa, encontrando una característica elocuencia. Dice Gulliver en su defensa:
“En cierta ocasión me tomé la libertad de manifestarle que el desprecio que profesaba a Europa y el resto del mundo me parecía indigno de sus eminentes cualidades espirituales. Que la razón no se incrementaba con el volumen del cuerpo; por el contrario, se comentaba en nuestro país que las personas más altas eran las menos dotadas al respecto. Que entre otras, las abejas y hormigas gozaban de mayor reputación por su laboriosidad, habilidad y sagacidad que otros animales de mayor tamaño” (El sentido metafórico es más que evidente).
También le interpeló en asuntos concernientes a lo justo, y qué fuerzas, intenciones y decisiones determinaban la nivelación de esa balanza.
Dice Gulliver:
“…ciertamente habíamos de ser un pueblo querellante o vivir rodeados de malévolos vecinos; y, sin duda, nuestros generales eran más ricos que nuestros reyes” (¡!)
Dice Swift:
“No comprendía por qué se obligaba a cambiar a aquellos que mantenían opiniones perjudiciales al bien público y, por otra parte, por qué no se les obligaba a callar. Exigir lo primero es, en todo régimen, un acto de tiranía; no obligar a lo segundo, sería debilidad. Se puede tolerar que alguien guarde veneno en su casa, pero no que lo venda como tónico.”
Dice el rey:
“Observo entre vuestras instituciones algunos rasgos posiblemente aceptables en sus orígenes, pero actualmente están unos medio borrados y el resto difuminados y desnaturalizados por los abusos. De tu relato no se desprende que alguna vez se haya exigido una sola virtud para la obtención de uno de estos cargos públicos, y aun menos que los sacerdotes sean promocionados por su piedad y saber, los soldados por su fidelidad y valor, los jueces por su integridad, los senadores por su patriotismo, o los consejeros por su prudencia. Por lo que a ti respecta –continuó el rey-, que has pasado la mayor parte de tu vida viajando, estoy dispuesto a conceder que hasta ahora bien puedes haberte librado de los numerosos vicios de tu patria, pero, tal como he deducido de tu propio relato y de las repuestas que con gran dificultad te he entresacado y extraído, sólo puedo llegar a una conclusión: la gente de tu raza constituye, en su conjunto, la especie más maligna de odiosos y pequeños insectos a los que la naturaleza haya jamás permitido encontrarse por la superficie de la tierra.”
El sistema de valores vinculado a los habitantes y monarcas de Brobdingnag comprende una cultura basada únicamente en la moralidad, la historia, la poesía y las matemáticas. La practicidad se presta como una constante, alejando sus tendencias de las demás abstracciones que atañen a tantas sociedades. Su ejército no representaba mayor número más allá de seis mil soldados, quienes en realidad eran comerciantes y labriegos; lo que nos asoma que su intención bélica no se prestaba como una prioridad, sino más bien en favor de su posible defensa. Aun así, las conjeturas de su monarca, bien pueden sobresalir como el mejor amparo y resguardo de la integridad de Brobdingnag. Gulliver pudo apreciar el sentido de la rectitud y la moralidad pero bajo el control monárquico de un líder que también, no sólo ansiaba, sino necesitaba la sensación de poder. Lo aprendió de sus conversaciones, su historia y la lectura de sus libros.
“En el transcurso de muchos años aquella gente había padecido la misma enfermedad a la que toda la raza humana ha estado siempre sujeta: la nobleza en lucha por el poder, la gente por la libertad y el rey por el poder absoluto.”
Gulliver bien apreciaba en sus destinos la visión de nuevos mundos, sin embargo, el tiempo le recordaba un deseo sincero de libertad: una constante búsqueda de lo nuevo ante sus ojos. Se brindaba inconforme, sin terminar de engranar; siquiera en su hogar sentía Gulliver la suprema sensación de la tranquilidad y la convicción de una verdadera pertenencia; del sosiego de estar y ser parte de algo: aceptando estar y aceptando ser. El corazón de Gulliver deseaba seguir explorando más de lo que hasta entonces había visto y vivido. Su ambición, o más bien porfía, lo impulsaba hacia otros horizontes, hacia otras latitudes, hacia otras experiencias. El carácter locomotor de sus ganas se negaba en mermar a lo estático.
Swift nos expone un Gulliver que no acepta su realidad, y su alma aventurera se aburre esperanzada en nuevas gentes, modos, estilos y costumbres. En otras épocas Gulliver bien pudiese haber sido un nómada, un gitano, un verso suelto, sin arraigo y sin más contexto que su ímpetu por descubrir una nueva vida en su vida. Bien podría adoptar la psicología moderna a Gulliver para identificar alguna suerte de síndrome ante un deseo constante de huir de la realidad en busca de “otros mundos”.
Luego de tres años en aquel país, en un viaje a la costa sur del reino, llevaba Glumdalclicht a Gulliver en su caja de viaje y luego de llegar a las cercanías de Flanfasnic Gulliver decidió dormir, no sin antes asomarse para contemplar con atención y melancolía aquel inmenso océano que constituía para él “el único camino hacia la libertad”. Dormido en su caja Gulliver era transportado por un paje que, en dirección a un acantilado, se disponía a la tarea de recoger huevos de pájaros por entre las rocas. Se asoma aquí la idea de una posible acción en contra de Gulliver tal vez lanzándole por aquel desfiladero, dejando en manos del paje un acto tan inexcusable, sin embargo, Swift no menciona nada al respecto ya que la caja de viaje fue embestida por un águila que la tomó con su pico por una de las anillas de la parte superior, las cuales facilitaban su transporte. Gulliver despertó con la sensación de una súbita elevación aunada al ruido de un batir de alas. Se asomó por una de sus ventanas y sólo pudo ver el cielo y las nubes. El águila se proponía instintivamente a soltar aquella caja sobre unas rocas para luego devorar su contenido, tal y como hiciese con las tortugas. De pronto Gulliver sintió caer, terminando en un estruendoso (para él) chapuzón. Permaneció flotando a la deriva por algunas horas sin poder salir de su caja de viaje la cual se hallaba aparentemente atascada, y luego fue divisada por la tripulación del barco que capitanease Thomas Wilcocks, nativo de Shrophoshire.
Para sorpresa de Gulliver aquellas personas eran de una complexión y dimensión afines a las de él. Aquel cofre de madera se erigía como una gran caja, aun así, el capitán y sus hombres se brindaban pequeños, no en percepción sino en sensación, puesto que Gulliver viniese acostumbrado tanto a hablar alzando la voz en gritos como a visualizar durante tres años a personas que le superaban doce veces en tamaño. Las voces de estos eran como murmullos a los oídos de Gulliver acostumbrados al volumen del habla en los habitantes de Brobdingnag. Durante su estadía en esas tierras, curiosamente, Gulliver jamás se miró en un espejo, en tal sentido las personas que ahora le circundaban le parecían pequeñas e insignificantes; y acostumbrado a andar y vivir entre objetos y seres tan gigantes, cuando Gulliver volvió a ver su imagen reflejada en un espejo, se sintió también pequeño e intrascendente.
“Porque, aunque la reina, mientras estuve a su servicio, hubiese encargado para mí un equipo diminuto de todas las cosas que necesitaba, me hallaba mentalmente imbuido por todo lo que me rodeaba, y pasaba por alto mi propia pequeñez, como las personas hacen con sus propios defectos.”
Luego de nueve meses de su liberación Gulliver arribó a las Downs para volver en 1706 a su casa de Redriff. Aun así, confiesa Gulliver, “miraba de arriba abajo a los criados y a dos o tres amigos que había en la casa, como si ellos fueran pigmeos y yo un gigante”. En varias ocasiones se le atribuyeron dejos de locura a este Gulliver que retornaba siempre distinto, circunspecto y cada vez más ajeno a ese su Redriff, a esa su Inglaterra.
Tan sólo transcurrieron diez días de su llegada cuando lo visitó William Robinson, capitán del Buena Esperanza, solicitando sus servicios de médico a bordo, a lo que Gulliver no se reusó, ¡al contrario! no dudó en emprender un nuevo viaje entusiasmado por una pronta aventura, a la cual se entregaría sin sus hijos y sin su esposa. Curiosamente Swift no resalta en su obra vestigio alguno de querella entre Gulliver y su mujer…
Zarparon, entonces, el 5 de agosto de 1706 y llegaron a Fort S. George dos años después. De allí se dirigieron a Tonking con la intención de vender diversas mercancías, las cuales, a su vez, los tonkinenses venderían a las islas vecinas. Le sobrevinieron ataques piratas que pronto supieron alcanzarles. En Gulliver recaía una constante suerte que podría compararse sólo con la que tuvo Simbad el marino en sus siete viajes, fantásticos también. Fue abandonado en una pequeña lancha con remos, vela y provisiones para cuatro días. Menciono la suerte de Simbad, puesto que los otros tripulantes no gozaron de albur alguno, destinados fatalmente a ser arrojados fuera de borda, atados espalda con espalda.
La preocupación de Gulliver superó su fatiga, sin embargo, su apatía y abatimiento mermaban sus deseos de levantarse, hallándose tumbado en aquella pequeña embarcación, de nuevo a la deriva, en una lejanía incomprensible. Gulliver pronto se sintió (dice el relato) como a la sombra de una montaña. Sacó su catalejo y divisó una isla, que para su mayor asombro, flotaba en el aire.
“Pero al mismo tiempo difícilmente imaginará el lector mi asombro al ver cómo una isla poblada de seres humanos flotaba en el aire con capacidad de levantarla, bajarla y hacerla avanzar, a su antojo. Pero entonces me faltaba la serenidad para reflexionar sobre este portento, preferí observar la trayectoria que la isla tomaría pues, por un momento, pareció quedarse inmóvil.”
Gulliver se aproximó a una playa cercana, luego de haber agitado casi por media hora su pañuelo blanco en favor de un rescate. Los seres de esta isla flotante le miraban desde uno de los flancos, persuadiéndole con gestos para que terminase de llegar a la playa. Gulliver fue “llevado escaleras arriba hasta la parte superior de la isla y de allí al palacio real”. Comenta Swift, que estos laputanos se valían de un golpeador a quien llamaban climonel, el cual les asistían en su proceso de comunicación. (¡!)
“La misión de este sirviente, cuando dos o más personas están reunidas, consiste en golpear con la vejiga (bolsa de cuero) la boca de quien va a hablar y el oído derecho de aquel a quien el orador se dirige.”
Su lenguaje era distinto, y Gulliver se vio, una vez más, atenido al esfuerzo de hacerse entender. Laputa se plantea entonces como traducción de Isla Flotante, cuya verdadera etimología (dice Gulliver) fue incapaz de descubrir. Siendo el término una corrupción de Lapuntuh, que se forma por los supuestos: Lap (alto) y untuth (gobernador). Otra mofa de Swift en relación a los dislates de los etimólogos de su época. Posteriormente, entre los eruditos de la isla flotante, Gulliver, menciona adicionales interpretaciones etimológicas al mencionado nombre de la isla y otras interpretaciones filológicas en relación a los habitantes y su lengua.
Gulliver fue atendido con gentileza, y le brindaron tanto alimento como vestido. Dicha isla flotaba deliberada y controladamente por un complejo sistema de imanes. Se detenia sobre ciertas ciudades para recibir “peticiones de sus súbditos”, las cuales izaban con cordeles que semejaban cometas. La fraseología de sus habitantes se fundamentaba en la ciencia y en la música. Sus ideas e intenciones de expresión se vertían en líneas y figuras (rombos, círculos, paralelogramos, elipses, y otras formas geométricas). Gulliver interpretaba en sus argumentos, gentes torpes e incapaces de acciones de la vida diaria de su Inglaterra natal. Se limitaban entonces a razonamientos pobres relacionados únicamente con la música y la matemática.
Swift dibuja la idea de un reino que se posa por encima de las demás ciudades, no sin destacar una limitada capacidad para fines comunes al conocimiento de lo cotidiano, viendo en Laputa el poder centralista inglés, con razonamientos limitados; una nación poco preparada, pero llena de imposiciones… Las páginas del viaje a Laputa se suceden entre argumentaciones insustanciales sobre alguno que otro dato astrológico. Identifica en las mujeres de aquel reino el desprecio por sus maridos y una estima con respecto a los extraños. El señalamiento recae poderosamente sobre la falta de cualidades intelectuales.
Lo que más embargaba atención en Gulliver era cómo aquella masa flotaba con tanta autonomía. Detalles que poco pudiesen interesar al lector en este informe y que bien pudiese averiguar con la lectura de la novela. No obstante, Swift puntea un gobierno absolutista en esta isla, que se suspende arbitrariamente sobre otros mundos. Una monarquía que se posa sobre ciudades las cuales le tributan obligaciones tan ordinarias como injustas, reducidos a la obediencia. El amotinamiento y la rebelión son severamente castigados, privándoles, en tales situaciones, de recursos afines atenidos a los mencionados tributos. Swift rubrica el estigma de la tributación como imposición de un monarca que se eleva por encima de los demás, obligándoles a cumplir o a sufrir las consecuencias de su desacato. Quienes no consientan las órdenes de Su Majestad en el reino de Laputa, bien podrían ser arrojados desde las alturas hacia arrecifes y peñascos; y en relación a las ciudades y mundos “de abajo”, pues, bien se les podía tapar los rayos del sol, sumiéndoles en una oscuridad total. Su Majestad también podía hacer descender la isla para chocar con aquellos disidentes, devastando sus territorios. Nada de esto ocurre ya que, mansos y benignos, pagan sus tributos ordinarios al reino de Laputa; hasta que se menciona una rebelión (la de los lindalianos). En consecuencia, el rey flotó sobre la ciudad para privarles de la lluvia y del sol, ordenando después que los habitantes de Laputa lanzaran piedras desde la galería inferior… Este episodio es una alegoría de la opresión inglesa en Irlanda y sus ideales de sublevación.
A Gulliver se le hicieron insoportables aquellos laputanos, por lo que decide marcharse. No en vano le trataron bien, sin embargo, sus ambiciones de explorador lejos estaban de los limitados conceptos de aquel príncipe y sus vasallos. Sólo dos meses residió Gulliver en la isla flotante, y resolvió la aprobación de su partida incluso con una carta de recomendación para ser recibido en otra ciudad llamada Balnibarbi, en donde fue debidamente acogido. Gulliver, siempre educado y encantador no escatimó elogios ante todo lo que veía. En este reino distingue la Gran Academia de Lagado, una serie de edificaciones destinadas a curiosas investigaciones. Un manojo de metáforas que, una vez más, Swift ridiculiza a razón de su época. Indirectas en cuanto a las limitantes de carácter, no sólo comercial y mercantilista, de una Irlanda sujeta a muchos factores taxativos.
Podemos deducir, con ayuda exégeta ya publicada, que Lilliput representa a la Inglaterra de los tiempos de Swift; Blefescu a Francia en pugna con Inglaterra. Una isla flotante que caracteriza el poder centralista inglés, también en beligerancia con tierra firme que vendría a ser Irlanda (Balnibarbi).
Resalta, el autor, el estigma del tributo. En Balnibarbi los académicos discutían sosteniendo unos que “el método justo” sería tributar sobre los vicios e idioteces de cada individuo, mientras que otros opinaban que el tributo vendría a fijarse en razón de las cualidades físicas o espirituales de las que se enorgulleciese cada quien. La inteligencia, el valor y la cortesía estaban también sujetas a cierto tributo.
Swift arremete contra la humanidad entera:
“El honor, justicia y prudencia, estarían totalmente exentos de impuestos, porque son calificaciones tan singulares que nadie las valora ni en uno mismo ni en el prójimo”
“Las mujeres tributarían por su belleza y elegancia en el vestir, otorgándoles el mismo privilegio masculino: el de fijar en ellas mismas la cantidad. Pero la constancia, la castidad, el sentido común y la bondad no estaban en baremo, porque no cubrían los costes recaudatorios”.
Luego Gulliver viaja a Maldonada, luego a Luggnag, y posteriormente a Glubbdubdrib, siendo este último un lugar habitado de magos y nigromantes. Como mayor atractivo del viaje Su Alteza, el gobernador de Glubbdubdrib, puso a la completa disposición de Gulliver el evocar a los difuntos que quisiese, sin importar el número desde el principio de los tiempos hasta la época presente, con la única condición de que sólo formulase preguntas relacionadas con el período vivido por el personaje evocado. Así Gulliver se entretuvo entre las mejores tertulias jamás soñadas por cualquiera, pudiendo pasearse por toda la antigüedad intercambiando nutridas palabras con Alejandro Magno; Aníbal; César; Pompeyo; el Senado Romano, entre otros no mencionados; llevando en consecuencia la historia moderna al colmo de Gulliver, quien de esta manera acrecentaba, cuesta abajo, el alud de sus sentimientos más misántropos.
Dice Gulliver, en tono de evidente reclamo a la humanidad, a razón de sus previas conversaciones con las figuras evocadas:
“¡Cuántos inocentes y hombres de bien han sido condenados a muerte o desterrados por la presión de los altos cargos sobre jueces corrompidos y la rivalidad de los partidos! ¡Cuantos villanos han sido elevados a los más altos cargos de verdad, poder, dignidad y provecho! ¡Qué gran participación en el quehacer y sucesos de la corte han tenido alcahuetes, prostitutas, chulos, parásitos y bufones! ¡Qué opinión tan mezquina tuve del talento e integridad humanos al serme descubiertos los resortes y motivos reveladores de las grandes hazañas y revoluciones del mundo y los despreciables incidentes a los que debían un éxito!”
En este capítulo se percibe un Gulliver exacerbado ante la decadencia humana, catalogando como “modas efímeras” los nuevos “sistemas filosóficos”… Decide retornar a Maldonada y luego zarpar hacia Luggnag. Un dato curioso de los habitantes de esta última región es que algunos de ellos nacían con la particularidad de ser inmortales. Mucho reflexionó Gulliver sobre las ventajas y desventajas de la vida inmortal en Luggnag y si le hubiese tocado tal condición. Llegó a ciertas conclusiones. Habría primero procurado acumular riquezas por todos los medios posibles. En segundo lugar, habría dedicado su juventud al gran esfuerzo en el estudio de letras y ciencias, a fin de sobrepasar en sabiduría a todos con el transcurso del tiempo. En consecuencia prestaría cuidado a la anotación de todos los hechos y acontecimientos importantes de la política, analizando con imparcialidad la personalidad de príncipes y grandes ministros, evaluando en paralelo las costumbres de cada época.
Estos tres puntos serían las velas que dirigirían el barco inmortal de un Gulliver que, bajo tal designio, hubiese pensado en destinar su vida al entero ejercicio del estudio y el análisis. La idea de una vida inmortal queda reducida en agonía puesto que Gulliver sopesa el contraste de semejante condición a razón de una juventud primorosa, saludable y próspera, y las consecuencias de una vejez con eternos achaques.
En Luggnag Gulliver también conversó y expuso los grados de corrupción de su país natal, prodigando advertencias y consecuencias. En todos sus viajes se mostró cual embajador, más argumentativo que crítico. Gulliver abandona Luggnag con destino a Japón, persuadiendo a los aduaneros, en parte, gracias a una carta de recomendación de Su Majestad, conduciéndole bajo escolta hasta Nagasaki. Nada digno de mención ocurrió en esta travesía, en donde Gulliver se valió tanto del manejo del idioma holandés como de su condición de médico para no ser retenido por aduaneros que no permitían el acceso a cristianos. Así, el 10 de abril de 1710 retorna a las Downs, desembarcando al día siguiente luego de una ausencia de cinco años, encontrándose nuevamente con su mujer y sus hijos.
Transcurrieron algo menos de cinco meses para cuando Gulliver decidiera aceptar el ofrecimiento de capitanear el Adventure, con órdenes de comerciar con los indios de los mares del sur, y, aunado a esto, efectuar la mayor cantidad de descubrimientos posibles. Gulliver contaba con una tripulación de cincuenta hombres, entre los cuales se encontraban también rufianes que luego corrompieron a los otros para apoderarse del barco. El capitán Gulliver fue apresado y doblegado a la voluntad de aquellos mercenarios, quienes deseaban convertirse en piratas para dedicarse a desvalijar barcos españoles. Navegaron unos cuantos meses y llegaron a comerciar con algunos indios, sin embargo, no atinaban un rumbo seguro y conocido puesto Gulliver estuviese confinado al claustro de su camarote. Devenido poco menos de un año, Gulliver, fue desembarcado en una playa, no sin descartar por mucho la idea de que en cualquier momento de su aprehensión pudiese haber sido asesinado.
Llega Gulliver a través de esa playa al país de los Houyhnhnms, prácticamente interceptado por unas criaturas velludas, de aspecto deforme, que caminaban erguidos y desnudos cuales seres humanos provenientes de una era prelógica. Estos seres luego fueron identificados como Yahoos. Le condujeron hasta sus líderes, quienes para suma de asombros en la apremiante lectura de esta obra, no eran sino caballos, (los Houyhnhnms eran caballos) pensando Gulliver que todo aquello perteneciese a cierta clase de magia, hechizo o nigromancia.
Tres años pasó Gulliver entre estos Yahoos y estos Houyhnhnms, destacando la subordinación y carácter salvaje e irracional de los primeros y la supremacía, nobleza y superioridad de los segundos. El líder de los Houyhnhnms, asumido por Gulliver como amo, deseaba saber de dónde venía él y dónde había adquirido y desarrollado tales atisbos racionales que evidenciaban sus actos, expresiones y argumentos. Swift esculpe la imagen del caballo como una figurativa “perfección de la naturaleza”. Estos Houyhnhnms, maravillados y a la vez contrariados, no se explicaban que un ser como Gulliver, catalogado como una variante extraña de la raza Yahoo (puesto que fuese identificado como tal a razón de una marcada similitud con estos salvajes) llegara a comportarse de manera distinta y acorde al buen juicio. Una determinante se evidenciaba por el simple hecho de que Gulliver llevase ropas y no andase desnudo. Semejaba a un Yahoo, pero no se comportaba como ellos, y esto causaba cierto grado de inquietud en los Houyhnhnms. Explicó Gulliver que en su país natal, sus congéneres, tapizaban su desnudez con vestidos y calzado, confeccionados a favor de no andar despojado y descubierto.
He resaltado detalles relevantes en cada viaje de Gulliver en relación al Sistema de Valores de cada mundo explorado, de cada país visitado por Lemuel. En el país de los Houyhnhnms las prácticas de la duda y la mentira eran completamente desconocidas entre ellos.
“Este era su modo de pensar: por el uso de la palabra nos comunicamos y recibimos información sobre los acontecimientos; ahora bien, si el que habla dice la cosa que no es, traiciona a la esencia misma del lenguaje; pues no se puede afirmar que le entiendo, antes bien estoy tan lejos de recibir información que me deja en un estado peor que el de la ignorancia, ya que soy inducido a creer blanco y corto algo que realmente es negro y largo. Estas eran sus nociones sobre la mentira, facultad tan perfectamente comprendida y universalmente practicada por los humanos”.
Encuentro más que maravillosa esta noción de los Houyhnhnms, como parte fundamental de su cosmovisión. La no-existencia de la mentira, la no-aceptación de semejante abstracción, el no-entendimiento del mal y lo malo; puesto que jamás se practicase; y en consecuencia, que el error en un acto o expresión, el devenir de una sentencia incorrecta, sea el señalamiento inmediato de: la cosa que no es. No existe la mentira, existe la cosa que no es; no existe la duda, existe la cosa que no es, para revenir el lenguaje como reflejo de la acción, de los actos de aquellos fabulosos jamelgos, rocines, corceles y demás equinos que habitaban ese mundo lleno también de yahoos toscos, salvajes y errantes.
Se relata, en este cuarto viaje, que Gulliver se esforzaba para poder hacerse entender; recordemos que tuvo que aprender el idioma de cada región visitada, idiomas que diferían de su lengua natal. El vocabulario de los Houyhnhnms era bastante pobre, dado que sus “necesidades y pasiones” fuesen menos numerosas a las nuestras (humanos). El lenguaje, como método de expresión y comunicación, se limita, en revenimiento, adaptándose a la conducta consciente de estos particulares seres, diferenciados, también en este sentido, de “nosotros” los salvajes yahoos. Así es. Swift deliberadamente compara a la raza humana con la raza de los yahoos, y Gulliver coincide con ello.
En estos capítulos se asevera que Gulliver salió de su tierra para obtener riquezas con qué mantener a su mujer e hijos, pero lo cierto es que Gulliver, de alguna u otra forma, escapaba de su hogar, para huir en exploración, en la búsqueda de nuevos mundos, de nuevas gentes, de nuevas experiencias y nuevas realidades distintas a las de su “Redriff”.
Los circunloquios de Gulliver más que exponer las bondades de tierra natal y sus congéneres, relataban los vicios de nuestra especie humana. Señala el texto: El ansia de poder y riqueza, los efectos de la lujuria, la intemperancia, la malicia y el orgullo… Gulliver se volvió embajador de la condición humana y sus sombras. Esos ejemplos no podían menos que recaer en la conceptualización de los Houyhnhnms en relación a la mencionada cosa que no es. Vale destacar que términos como gobierno, guerra, ley, castigo y muchos otros no tenían su equivalente en aquella lengua limitada al axioma de sus correctas maneras, formas y tendencias. Los Houyhnhnms eran ajenos a cualquier asunto bélico, pero Gulliver bien supo explicar a su amo todo aquello relacionado a las guerras y enfrentamientos, detallando en descripciones que tal vez buscasen plantear la idea de gallardía, valor y coraje en un resultado que el líder de los Houyhnhnms consideraba como un absurdo imposible e inaceptable.
La plática de Gulliver producía una inquietud espiritual en aquel amo Houyhnhnm, alimentando su aversión hacia los yahoos (Gulliver era visto como una variante de estos nombrados):
“Creía que si sus oídos se acostumbraban a estas horrorosas palabras podría escucharlas gradualmente con menos rechazo. Que aunque odiaba a los yahoos de su país, ya no los criticaba por sus odiosas cualidades más de lo que pudiera hacer a un ave de rapiña por su crueldad, o a una piedra por cortar su casco. Pero cuando una criatura, pretendidamente racional, era capaz de tales enormidades, temía que la corrupción de la mente fuese peor que la animalidad misma. Creía, pues, poder afirmar que, en vez de razón, estábamos dotados de cierta cualidad adecuada para incrementar nuestros defectos naturales, al igual que las aguas turbulentas de una corriente reflejan la imagen de un cuerpo deforme de modo agrandado y deformado.”
¡Bum! Swift dispara de nuevo.
“…la razón y la naturaleza eran guías suficientes para los animales racionales que nosotros pretendemos ser, ya que ambas nos muestran lo que debe hacerse y evitarse”.
Gulliver también esgrima determinante:
“Existe entre nosotros –le dije- una asociación de hombres, instruidos desde su juventud en el arte de demostrar, a fuerza de verborrea, que lo blanco es negro, y lo negro blanco según las consignas que se paga. El resto de la gente es esclava de esta asociación”.
En suma, esta novela es un manojo de señalamientos: al uso de la razón; al manejo del poder; a la sensación de superioridad e inferioridad; a las diferencias entre los sistemas de valor de cada nación y sus sociedades; a la corrupción de la mente; a la argumentación de lo correcto, lo incorrecto y lo habitual; a la comparación en pugna de los diferentes impulsos que nos atañen como especie; a la sublevación frente a injusticias; a nuestra naturaleza errante, nesciente e impulsiva; a los defectos y deformidades de la raza humana…
Muchas otras ventanas se abren al lector que se aventure a leer estos aleccionadores viajes. Aun así, para Gulliver, dueño de la felicidad que le circundaba en el país de los Houyhnhnms, más que su propia familia le valía el perfecto disfrute de una salud corporal y una paz espiritual. No experimentaba las aflicciones de su tierra natal, resumidas en inconstancias, traiciones, adulaciones en favor de monarcas y demás líderes, defensa contra fraude u opresión, y otras tantas poluciones que le perjudicaran.
Para los Houyhnhnms simplemente no existían las nociones del mal. Gulliver se consideraba establecido de modo definitivo, encontrando en este país su más cercana sensación y percepción de la tranquilidad y completitud, olvidando su supuesta depravación primitiva.
Dejo el desenlace abierto a fin de promover la lectura de tan sabio texto, el cual, exhorto, debe ser debidamente estudiado y evaluado por todo aquel que se precie de llamarse a sí mismo persona o humano. Puedo llegar a la conclusión de que Gulliver (como reflejo de nuestra naturaleza y condición), jamás aceptó ni aceptará su realidad; inconforme, seguirá buscando nuevos mundos, nuevas experiencias, nuevas gentes… ¡Qué poco sabemos de nosotros mismos!
Como bien supo decir Pedro Guardia Massó al final de su introducción a la obra: Los viajes seguirán siendo, como en estos últimos dos siglos y medio, pasto de lectura regocijada para pequeños y fuente inextinguible de polémica para mayores.
¡Bravo Swift!
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