Todos conocen la historia. La ciudad de Verona está sacudida por las rencillas de los Montesco y los Capuleto, dos familias poderosas que se están desangrando en guerra civil en vez de unirse para que el Senado pase una ley de pesca que cree un monopolio del recurso para ellas. Romeo Montesco se enamora de Julieta Capuleto y para evitar que el odio de las familias se interponga en su romance, deciden casarse en secreto. Pero cuando los Capuleto, creyendo a su hija todavía soltera, programan el matrimonio de Julieta con Paris, el cura pelotillero de turno en vez de confesar la verdad (él ha sido quien ha oficiado el matrimonio, después de todo), discurre un falible plan infalible, en el que falsificará la muerte de Julieta. Por esos giros del destino que convierten a las tragedias shakesperianas en las tragedias shakesperianas que son, el correo que el cura envía a Romeo no llega a destino, éste no se entera de que todo es un truco, cree que Julieta está muerta, la visita en su tumba, y se suicida a minutos o segundos de que ella despierte; ella lo seguirá a la tumba suicidándose a su vez. Una bonita historia romántica acerca de cómo el amor triunfa sobre todo, y de cómo en la muerte los amantes unidos reconcilian a dos familias que se odian... Pero ésa no es la moraleja. Shakespeare vivía bajo la férula de hierro de la Inglaterra Isabelina, y jamás hubiera conseguido que pasara la censura una obra con una moraleja tan subversiva, a lo menos no de manera abierta. El mensaje es justo lo opuesto: lo idiota que es el romance adolescente. Romeo y Julieta no son dos ídolos románticos, sino un par de adolescentes imbéciles con las hormonas revueltas que están dispuestos a destrozar a sus familias y todo el orden social por una calentura de fin de semana. En la época no se suponía que los nobles se casaran con quienes quisieran, ya que eran commodities por parte de las familias de poderosos, que los utilizaban como monedas de cambio para crear alianzas estratégicas con las que acrecentar sus cuotas de poder. En cuanto al amor, ellos podían desahogarse puertas afuera, y ellas tenían la casa para mandar y la religión para distraerse. Romeo y Julieta, al pretender casarse entre sí por puros motivos románticos, son más que rebeldes: son terroristas, son inútiles subversivos. A la larga, tienen tan hundidos sus cerebros en hormonas que ni siquiera son capaces de pensar dos minutos hasta salirse con la suya. Queda muy bonito que ambos amantes separados terminen finalmente unidos en la muerte, pero el caso es que los dos están muertos, y los muertos no aman porque están justo lo que el nombre dice: muertos.
FUENTE: guillermocracia.blogspot.com
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