Al oír estas palabras, su cuerpo reacciono ante la marabunta de recuerdos que surgieron ante esa simple palabra, “Tina”, de inmediato poso una de sus rodillas en el suelo, y como si fuera un protocolo de costumbre, elevo su mano derecha y subiría la mirada para apreciar por un instante un vivo recuerdo de la niña que fue en aquel último verano que la vio, y con una suave brisa ese recuerdo se volvió en presente. Finalmente, tras unos segundos de análisis, Albertina extendería su mano izquierda posándola en el guante blanco del joven postrado ante ella, para que este a su vez procediera a besar la mano de la joven, y con la garganta algo obstruida por los nervios este pronunciaría las palabras.
_ Señorita Tina, bienvenida a casa - dijo el joven que llevaba años sin dirigirse bajo ese apodo a la chica frente a el.
_ +Te tardaste mucho, al menos recuerdas como lo hacías cuando era niña… está bien, te perdono con una condición* - dijo ella retirando su mano de la de Nico sin perder su gesto serio.
_ Lo que usted ordene, señorita Tina - dijo esperando su castigo.
_ Dame ese abrazo de bienvenida que me debes - dijo sin poder sostener más su gesto de seriedad fingida – Uno como los que siempre me dabas cuando era una niña - decía mientras su sonrisa se dejaba ver, y ojos cristalinos reflejaban la luz de las estrellas que se develaban al caer sol.
De inmediato Nico bajo la cabeza suspirando para luego sonreír, de nuevo se sintió atrapado, dos veces en un mismo día por dos mujeres distintas, así que sin perder tiempo se levantaría mientras tomaba de la cintura a Tina que a su vez posaría sus manos sobre los hombros de Nico y se dejaría elevar para ser cargada en un fuerte abrazos mientras le daba un par de vueltas, luego con suavidad la bajaría y la miraría a los ojos pronunciando esas palabras que su corazón le demandaba expresar – Bienvenida a casa, mi pequeña - dijo acariciando con suavidad su cabeza.
_ No has cambiado ni un poco Nico -
_ Usted tampoco señorita Tina -
_ Ahí vamos, lo estabas haciendo bien, tanta formalidad es aburrida - dijo apartándose un poco de él y colocando la mano sobre su pecho.
_ Ciertamente no ha cambiado nada en lo que se refiere a su forma de ser señorita Tina, pero ha dejado de ser una niña, ya es toda una mujer y no me corresponde como mayordomo ser tan… - le silencian con un toque delicado en sus labios.
_ ¿No te corresponde como mayordomo hablarme con confianza como antes pero si te corresponde mirarme y notar cuanto he cambiado? - dijo en un tono de burla para luego darle un toque justo en la nariz con el dedo que callo sus labios – Eso es muy raro Nico - dijo dando un par de pasos y luego dándole la espalda para marcharse, no sin antes mirarle una última vez – Más te vale que recuerdes bien como eran las cosas antes, mañana quiero ver de nuevo al antiguo Nico - sonrió para luego marcharse.
Hacía muchos años no la veía, estaba desconcertado, ya no era la misma niña que solía consentir en esos largos veranos, a la que ayudo a enseñar a galopar la primera vez, no, ahora era una mujer, más madura, pero aun así no podía dejar de sentir que la niña consentida no se había ido, y siguiendo las órdenes de su joven señora se dirigió a su propia habitación, a consultar sus recuerdos con la almohada, a buscar a la niña de sus recuerdos, para así conocerla de nuevo como la mujer del presente.
Ya a la mañana siguiente el sol se alzaba en el horizonte, los primeros rayos brindaban su calor a la tierra, dando inicio al espectáculo, un amanecer lleno de colores y aromas, y con él se alzaba Nico, no importaba que ocupado fuese el día anterior, siempre se levantaba listo, con energía y bien despierto, curiosamente era un contraste increíble el cómo era durante el día, y como era en su privacidad, un cuarto algo desordenado, el cabello desarreglado, moviéndose ligero, no como el rígido mayordomo que todos veían, solo estaba en orden su uniforme que yacía colgado de un perchero junto al espejo. Daría un par de brincos para hacer fluir la sangre por su cuerpo, estiraría los hombros, la cintura, el cuello, y las piernas, para disminuir la rigidez, desecharía su suéter a una esquina dejando ver su torso marcado y espalda fuerte para luego dejarse caer de frente al suelo, y rápidamente con una mano frenaría su caída y comenzaría a dar unas flexiones, luego con la agilidad de una gacela se pondría de cabeza apoyado en la misma mano, y como si fuera un juego, cambiaría de mano, bajaría a la poción inicial con mucha suavidad, y repetiría el proceso. Los ejercicios matutinos terminarían con un par de estiramientos más duros para luego darse una ducha fría, se peinaría, vestiría, tomaría un sorbo profundo de aire mirándose al espejo, y entraría en su papel de siempre, el buen mayordomo, listo antes de terminar de salir el sol.
Ya era algo mecánico en él, la misma hora, la misma rutina, siempre listo antes que todos, y como una especie de ritual, se paraba frente al escudo de la casa, apreciarlo en detalle por unos momentos, solo que esta vez se dio un momento más para observar los cuadros de quienes fundarían la casa, grandes caballeros y damas de antaño, pasando generaciones hasta volverse comerciantes, una vasta historia de guerras, batallas, y misterios se escondían en los cientos de libros de la biblioteca de la casa que recorría el buen mayordomo en su camino a la recamara de su señora, que con los años necesitaba más de su servicio, los años ya se le venían encima, ciertamente nunca lo demostraría, pero ese espíritu fuerte ya no bastaba para alzar en las mañanas esos viejos huesos. Nadie más era tan de confianza para la señora de la casa como aquel joven, solo el sabía dar el apoyo justo a su ama para no hacerla sentir menos, no había mujer más orgullosa que ella, pero nunca lo suficiente como para no agradecer con una sonrisa el trabajo de su fiel mayordomo.
Ya pasadas las primeras horas de la mañana, aquella anciana se alzaba con nuevas fuerzas, tal vez eran solo apariencias, pero sabía que mantener la casa era cosa de orgullo, orgullo que transmitía a sus trabajadores en sus rondas por la destilería de perfumes, que aun en tiempos modernos mantenía su tradición del trabajo a mano, cada maestro perfumista ponía su corazón en cada gota que se destilaba, cada gramo de sabiduría en las mezclas y selección de los elementos para crear el aroma justo que se buscaba, ambos, elegancia y tradición, eran los valores con los que comerciaban, y cada que un lote salía, se le daba la primera probada a la señora de la casa, casi como un tributo, solo ella y su mayordomo daban la primera probada, ya que la señora Dona tenia especial confianza en la nariz del joven Nico, una infalible herramienta que los mismos expertos perfumistas respetaban.
La siguiente parada era el hangar de vinos, si los perfumes daban un toque delicado al aire, el vino de la casa Belladona daba ese toque robusto, un vino característico, hecho de las uvas más jugosas. La alegría se respiraba en ese lugar, se decía que el secreto del vino Belladona era que sus trabajadores le ponían su misma alegría al vino, por eso era tan dulce y fuerte a la vez, llamado también “La sangre del júbilo” a sus cosechas de mayor tiempo, ya que tenía un color rojo sangre muy denso, muy fuerte, y con un par de tragos ya empezaba la alegría. No eran la compañía mas grande, sus envíos no llegaban a todo el planeta, y solo algunas botellas eran para clientes distinguidos, en tiempos donde la cantidad vendida superaba a la calidad, ellos trabajaban con amor y entregando lo mejor de si en cada producto así la familia Belladona seguía parada sobre bases firmes.
Dicen que una manzana al día mantiene alejado al doctor, pero la señora Dona confiaba más en una pequeña copa de vino directo del barril de roble, el aroma dulce y potente que desprendía despejaba sus fosas nasales, el sabor concentrado y añejo le daba un escalofrío que recorría toda su espalda, y una descarga de endorfinas inundaban su sangre, tal como la primera vez que lo probo, juntos, el perfume y el vino, eran las pasiones de las que vivía aquella dama, y que compartía con sus allegados.
Tras sus rondas la señora Dona estaba lista para darse un buen desayuno con su querida nieta, asumiendo lo cansado del viaje era de esperarse que la joven aun no estuviera lista, así que mandaría a su mayordomo por ella, y como la suave brisa Nico llegaría a la puerta de la recamara de la joven, se tomaría un momento para recordar cómo eran esos días de verano con aquella niña alegre y risueña, cada día al buscarla a su recamara ella ya estaba lista, esperando por el para su ritual de correspondiente, diligentemente y con una sonrisa se hincaba ante la pequeña señorita, ella como de costumbre ofrecería su mano para que el la besara, y finalmente ella le pediría que se levantara para proceder a darle un abrazo. Nico no podía evitar sonreír, era un recuerdo tan alegre, así que dio un par de golpes a la puerta, y se dispuso a entrar esperando verla ya lista, para solo encontrarse con una señorita enredada en sus sabanas boquiabierta y despeina, ligeramente decepcionado el joven mayordomo procedería a abrir las ventanas para dejar pasar la luz y los aromas que traía consigo la brisa matutina, al momento de sentir los rayos del sol en sus ojos la joven se retorció y quejo, pero al sentir los dulces aromas de la brisa el quejido cambio por un suspiro de gusto.
Disculpen si no termino como se debe en las publicaciones, pero lo hago desde mi trabajo y en tiempos libres, espero entiendan
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