Jesús invitó a un hombre a seguirlo. Él le respondió: "Déjame enterrar a mi padre y después te seguiré". Jesús le respondió: "Deja que los muertos entierren a sus muertos, tú ven y sígueme." (Mateo 8,22) La frase tiene un sentido similar a "quien pone la mano en el arado y mira para atrás no sirve para el Reino de Dios" Lucas 9,62 y al relato de la mujer de Lot en el Génesis, que por quedarse mirando lo que dejó atrás, se convirtió en una estatua de sal. También se relaciona con Mateo 9,14-17: "Vino nuevo en odres nuevos". Su significado es similar a un proverbio Zen: "Llorar mucho a los muertos es ofender a los vivos". El texto se refiere a gente que se queda anclada en glorias militares o familiares pasadas, en amores que ya no volverán, en liderazgos que ya no funcionan, en costumbres que impiden avanzar, en partidos y líderes políticos con fecha de defunción que ya no deberían existir, o incluso esquemas religiosos un tanto obsoletos, piezas de museo que impiden la brisa siempre nueva del Espíritu Santo. Deja que los muertos entierren a sus muertos, "la vida es para adelante nunca para atrás" como dice un escrito atribuido a Coelho. "Nada ni nadie es indispensable". La vida sigue. Al pasado es bueno volver para recordar y agradecer lo hermoso que vivimos, para volver a cantar, escuchar o bailar aquella hermosa canción que siempre nos gustó o volver a ver la película de nuestros sueños y para no repetir lo que nos hizo daño. Pero no para anclarse, estancarse o lamentarse por lo que pudo haber sido y no fue y terminar oliendo a guardado o a difunto. ¡Zape gato¡. Deja que los muertos entierren a sus muertos.
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