He conocido poco de Venezuela a pesar de ser partidaria de de que hay que conocer nuestro país cuanto se pueda.
La cosa es que tenía cuatro años planeando viajar a Caracas y siempre lo había evitado, principalmente por los cuentos terribles de que los caraqueños odian a las personas de Maracaibo, y el famoso "que no se note tu acento maracucho porque te pondrán mala cara y te tratarán mal", también está el detallito de que me aterra viajar sola, sin contar la ansiedad que me da la inseguridad en general que se vive en este país.
En estos cuatro años me inventé muchísimas excusas, creo que mis favoritas eran "no, es que mi mamá no me deja" sin atreverme a preguntarle, y "no tengo dónde quedarme" mientras amigos y familiares me ofrecían posada. El tiempo pasó en ese plan, yo prometiendo ir y la gente creyéndome porque yo misma me creía mi mentira hasta el último momento, cuando atacaba el pánico y de nuevo "no, es que al final no puedo".
El punto decisivo fue mi nuevo trabajo. Comencé a trabajar en el departamento de Edición de una agencia de marketing digital que contrata personas de todo el país, y debo admitir que lo mejor que me ha pasado gracias a esta agencia es haber conocido a mis compañeros editores (y un par de personas más). Esto viene a colación porque alguien de mi departamento nos dio una noticia alegre y triste a partes iguales: sí, adivinaron, se va del país.
Queríamos reunirnos para despedirla (y vernos por fin), el detalle era que la mayoría de los editores viven en Caracas, así que el plan era obvio... la reunión debía ser en la capital. Mi ansiedad comenzó desde el momento en que pusimos fecha de encuentro. A pesar de que ya la controlo mucho más, me costó evitar que se apoderara de mí. Quería ir, por supuesto, pero qué miedo todo.
El día pautado era el lunes de carnaval, así que debía ir a comprar mi pasaje a primera hora del sábado... pero llegué a las 4:00 p.m. porque apenas una hora antes había hecho la maleta, por fin decidida a que no iba a quedarle mal a nadie.