El capitán Cobaluz poseía ante sí, con una visión clarísima, el mapa del tiempo de esa región astral.
En el cubículo gravitatorio todo estaba en perfecto orden, las pantallas con el cúmulo de estrellas parpadeantes, las bitácoras apuntando sus agujas digitales a las constelaciones, las unidades cuánticas, las armas y los equipos de eléctricos para atender a sus ayudantes, quince androides hechos para sobrevivir a cualquier traslado.
Las ventanas ovaladas resplandecían por la limpieza. Si por suerte cruzaba una luz se dibujaban en abanico decenas de arcoíris.
Se pasó la mano por el casco y con uno de sus dedos activó la memoria auxiliar, aquella que registraba en sueños el número y serie del paquete que debía eliminar. En segundos cayó en un profundo sopor, de su respiración emergieron diminutos copos volátiles.
En el sueño resurgieron Margarita y su hijo mostrándole una secuencia de imágenes en un colorido almanaque de escuela. Eran noventa y cinco años luz en que la explosión de Protono había tenido una influencia cósmica en el embudo de Eulalia.
El androide AQ15 lo despertó con un leve soplo en sus ojos. Le agradeció y volvió a su silla de operaciones. En el horizonte lejano dos soles se apagaban con destellos naranjas y grises.
− ¡Saludos capitán! Estoy listo para la misión- AQ15 se abotonó el traje contraincendios.
− Quemaremos dos veces el paquete para que no quede rastro ¡Carajo fue una época traumática!
Cobaluz cargó palmo a palmo la información temporal al pequeño disco de platino, una frecuencia finita de conflictos materiales, incendios espaciales, caos y cambios estelares. Al igual que las veces anteriores no sintió ningún remordimiento de conciencia. Debía cumplir con su obligación. Sólo dijo en voz baja “¡Adiós Espantos!”
AQ15 subió a la cápsula transparente. El capitán lo vio atravesar el cordón que separaba el cubículo del crematorio. La puerta se abrió automáticamente similar a una montaña de arbustos vivientes.
El androide colocó el disco en la parrilla del horno, inactivo hasta el momento. La abertura se cierra lentamente mientras una leve chispa va despertando adentro.
− ¡Muy bien AQ15!- se escuchó por la bocina.
De repente el androide se lanza al fondo como una sombra sin aliento. El pánico hace que el corazón de Cobaluz salte de su sitio.
− ¡Salga de ese hueco AQ15! ¿Está loco? ¡Es una orden! ¡Lo mandaré al paredón por desobediencia sino sale de allí! ¡Es una orden desgraciado!
− ¡No volveré a bordo capitán! Estoy cansado de esta vida basura… ya no quiero seguir siendo el fantasma que va y viene del crematorio.
− ¡Sal malviviente o iré por ti! ¡¡¡Sal!!! Te daré unas buenas vacaciones si quieres… ¡Tendrás sueños mejores que los míos!
− ¿Ni siquiera es capaz de llamarme Roberto? Yo soy un androide pero usted es peor que un animal… después que se fue Hilda mi vida no tiene sentido…
El jefe se incorporó pero ya era tarde. Inmediatamente la alarma del horno comenzó a sonar anunciando que la muestra había entrado a grados de calcinación sin retorno. No hubo ni un grito de dolor.
Se lanzó a la silla sudoroso lanzando un aquejado suspiro “¡Ahora tendré una raya más en mi expediente! ¡Por qué! ¡Por qué! ¡Por qué! ”
Las últimas imágenes del tiempo incinerado se deshicieron en la pantalla parecidas a un espumarajo de tierra ocre. Los demás androides inamovibles abrieron sus ojos cubiertos de consternación. Ahora sentirían una inmensa pena al ir de nuevo al crematorio.
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