A menudo cuando alejo los pensamientos del farfullo de mi mente inquieta y los oídos dejan prestar atención a las exquisitas melodías de blues y (post) grunge, vienen a mí las tan familiares —puede que monótonas— frases como susurros apesadumbrados y sollozos profesados por gente de a pie cabizbaja: «¡No! Verá, el más joven se fue a Buenos Aires y hace ya unos meses que no lo veo»; «es triste la soledad, pero consiguieron un buen empleo allá Lima y están mejor», «Dios quiera no les pase nada. Es bravo tener a toda la familia en Colombia y Ecuador». Es coloquial hablar del día a día de los que se van; de rostros que poco a poco se tornan más difusos e inalcanzables, rostros que se pierden en una muchedumbre de misérrimos que atraviesan aguas hecha tierra y desconcierto. El exilio de los venezolanos, retratado con un cariz casi bíblico, anuncia la pérdida, más allá del rostro, del Edén prometido; la felicidad y simpleza fue arrebatada de las manos de una sociedad desconcertada por la voluntad (¿o quizás complacencia?) de la serpiente disfrazada de Mesías que representó Chávez, por el populismo disfrazado de democracia progresista. ¿Acaso fue el petroleo el fruto prohibido?
En cualquier caso, ven los hijos de Bolívar el horror de marcharse de la patria, del paraíso. Lo cual me motiva a cuestionarme si este pasaje que llena un capítulo más de la historia de Venezuela es semejante a lo atestiguado por otros pueblos.
Hace más de un mes que un gran escándalo de las redes sociales envolvió la ya de por sí controversial administración del presidente Donald Trump. Un hashtag fue empleado por los usuarios de twitter para expresar la animadversión y el reproche ante los hechos: #WhereAreOurChildren. De acuerdo a las notas de prensa e informes tan prontamente citadas y re-twitteadas, mas de 2000 niños mexicanos (o al menos de procedencia centroamericana) los cuales habían sido separados de sus familias desaparecieron de la vista supuestamente siempre atenta del Estado. Los servicios sociales y órganos competentes habían perdido rastro de su ubicación y condición, aparentemente. Ante tales falencias del sistema en cuanto a la efectividad, por no decir humanismo, de las políticas públicas en materia de migración, se evocó nuevamente la figura ya icónica en lo concerniente a esta narrativa de los «DREAMERS»; tal ficción legal ha encabezado los titulares desde hace meses con menester de las pretensiones de un congreso mayoritariamente republicano de privarles de su estatus de ciudadanía especial.
Y conviene analizar detenidamente la significancia de esta esta pregunta de anodinas palabras, «¿dónde está nuestros niños?», por cuanto se atreve a emplear el adjetivos «nuestros». El origen, la identidad, el misterio de los rostros debajo de las máscaras; del idioma que define el estatus de los extranjeros de Babel. Empero paradójico, por cuanto América se jacta de ser la nación construida por inmigrantes, donde todas las lenguas habladas pueden converger y donde las familias pueden convivir en diversidad. A pesar de esto, los dogmas y los miedos se han impuesto con el fin ulterior de cubrir su afeite y acallar sus voces. ¿Donde están nuestros niños? Creo bien podríamos empezar a buscar sus rostros desaparecidos.
Porque América se alzó como el recinto de los soñadores, que motivaba a las familias azoradas por la violencia atravesar desierto e incertidumbre para abrazar con su magullada tez esa promesa hecha estandarte. Lamentablemente las familias esperanzadas se toparían con un discurso temeroso e invectivo, que culminaría en políticas ineficientes que dividirían hogares. Si bien Trump hace unas pocas semanas anuló mediante decreto la ley que separaba las familias, el daño ya había sido hecho; al fin y al cabo, la presente ley que supuestamente fue discutida bajo el mandato de Clinton y fue posteriormente aprobada por Bush hijo, fue aplicada arbitrariamente por la administración de Trump. Y sí, sin miramientos puedo aseverar que Estados Unidos carece de una verdadera planificación o si quiera consideración en materia migratoria. Trump pretendió olvidar que América fue construida por muchos.
Y lamentablemente, no es sólo América bajo el mandato de Trump aquella nación que le falla a las promesas que propugnan la localización, humanitarismo y el liberalismo. A señalar pues es la política aún en discusión de ciertos países pertenecientes a la Unión Europea, el modelo de integración por excelencia de reforzar las fronteras; tal que se ha abogado por la creación de plataformas de desembarco que presiden de todo regimiento acorde con los preceptos del derecho internacional humanitario. Ello a pesar de que los estatutos en materia de defensa y migración reconocen el derecho al asilo, asilo usualmente solicitado con motivo de los conflictos armados y las consecuencias del cambio climático y política agrícolas deficientes, de parte de las familias provenientes de África que cruzan el mediterráneo. ¿Cuantos niños, si me permiten la retorica, no habrán fallecido en la travesía?
Mas al parecer la retorica del bienestar de una población exime cualquier sesgo absurdo, particularmente si se emplea como artefacto propagandístico para los partidos de ultra-derecha. Porque la crisis la percibe los dirigentes de la institución supra-nacional, no una micro-economía que a largo plazo se beneficiaria de la renovación de un circuito cada vez más senil y estéril y de las diversificación de los factores productivos. Un Estado eficiente no colapsa ante el flujo de individuos que aunque potencial, constituyen una inversión. Los mismos hallazgos vinieron de la lupa acuciosa de los científicos sociales estadounidense. En tal sentido, el discurso de la migración se asienta sobre bases falsas, sobre ficciones más no realidades económicas; por ende, lo que predomina no es la razón del que ampara su pueblo, sino del autoritario que se alimenta del miedo. De acuerdo a los últimos pronunciamientos del portavoz de la Organización Internacional de la Migración de la ONU, las cifras actuales no reflejan un aumento exacerbado del flujo de migrantes a Europa, esto en concordancia con lo sostenido por el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiado, quien asevera que «esto no es una crisis». De igual manera, para el caso estadounidense, la agencia Custom and Border Protection reportó que para el 2017 la cifra de personas indocumentadas que atravesaban la frontera desde México había descendido con respecto al 2000; por su parte, el Migration Policy Institute publicó en febrero del presente año un artículo donde se evidenciaba que el número de migrantes mexicanos que ingresaron a los Estados Unidos en el 2016 fue de alrededor de 152,000, una cifra inferior a los migrantes procedentes de India y China/Hong Kong.
Y es que el mundo ya no es lo que fue, para bien o para mal, desde la Crisis del 2018. El sueño Americano, ese que persiguen los migrantes, se desdibujó en medio de las realidades económicas; para Europa no fue muy distinto. Todos los Estados pueden caer y caer en su momento, como una suerte de entropía política que empuja a toda organización a su decadencia plena, porque el poder se mueve. Latinoamérica tampoco es lo que fue, con una vuelta ideológica que ha caracterizado varios de los recientes procesos electorales, marcada por un descontento con la fórmula obsoleta del regionalismo socialista y del neo-estructuralismo, sin que ello implique pretender regirse estrictamente por las nociones conservadoras; no, al parecer Latinoamérica quiere desprenderse de la infamia de un pasado el cual reconoce que no puede cambiar. Quizás el percance más evidente resulte ser la victoria de López Obrador en México, pronto a tomar posesión en agosto, ya que ha demostrado ser afecto a las corrientes populistas, nacionalsocialistas y al retorno a la doctrina Estrada. Por supuesto, América Latina no se ha desprendido plenamente de nociones retrogradas y desfasadas, pero en gran medida se ha encaminado al cambio de mentalidad, o al menos a un reconocimiento menos tímido de sus falencias.
Ahora bien, dudo de la certeza acerca de que el temor hacia los migrantes devenga del temor de que la pobreza cultural sea brindada por su gente; tampoco es por per se un temor a «que se nos arrebate nuestro modo de vida», no, argumentaría que se trata de un temor subyacente a perder poder y privilegios. Porque cuando convives como otras experiencias y cosmovisiones, el hechizo de la hegemonía y supremacía se desvanece y se revela en su lugar un mito ultraderechista que ya no posee defensores, sino creyentes ciegos ante un dogma. «La civilización moderna y los valores que profesa surgieron en Occidente, era el menester de Europa educar a las sociedades primitivas, por tanto, ¿cómo pueden estas sociedades atreverse a cambiar a Europa?» Un discurso de nostalgia y añoranza, que recrimina la perdida de predominancia de estas civilizaciones. Puede que por ello a la Unión Europea no le inquiete pactar con autoritarismos como Erdogan y Al-Bashir para el control de la migración, fungiendo como muros geopolíticos, a pesar de que ello contraria los fundamentos democráticos y humanitario del Tratado de Lisboa.
La canciller alemana Angela Merkel parece estar en lo cierto al afirmar que la continuidad de la Unión Europea pasa por el tema migratorio. Hace unos días se publicó una nota de prensa donde los ministros de interior del organismo tienen toda la intención de precisar el proyecto de las «plataformas de desembarco», y discutir lo concerniente a las cuotas de inmigrantes de ser posible, en sesión formal.
Ante toda esta epopeya, apropiado seria retornar a la interrogante de la de si el éxodo venezolano presenta similitudes con otros eventos de migración masiva. Considero que desde un análisis heurístico del recorrido histórico de Venezuela, la respuesta es no. Bien sea desde África, Siria o Centroamérica, los emigrantes buscan llegar a un paraíso prometido por la bondad del liberalismo y la democracia, cuyos pastos jamas desde hace milenios si no nunca había llegado a pisar. En el caso de Venezuela, se trata de un pueblo que vio con sus propios ojos como el Edén del cual disfrutaron hace 40 años ardió en llamas infernales. Los exiliados venezolanos buscan escapar de un paraíso hecho averno, aunque tal perspectiva mías ya es tópico de otro soliloquio.
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