Ante un tribunal de justicia,
estaba de pie, cansada, fría y altiva la mirada
esperando el fallo del juez,
una bella mujer.
Escaló los peldaños de la fortuna y la fama,
y alcanzó como ninguna
el lugar prominente de una dama.
Envuelta en su mutismo soportaba
Las voces que en su alma le gritaban.
¡Habla, defiéndete! ¡Que las palabras
no se cierren en ti!
y recordaba ahí, aquellos días calurosos en la playa,
libres las manos y libre el pensamiento,
sin pena, contemplando el firmamento,
y mirando las gaviotas que volaban.
Siempre tuvo por casa el firmamento,
no soporto un techos sobre su cabeza,
ni una lagrima ajena a su tímida tristeza.
Buscó como la alondra
un refugio en distintas lejanías,
un sol penetrante en cada aurora,
y un nuevo amanecer en cada día.
Pero quedó todo atrás; sus amores,
sus aciertos se esfumaron para tomar nueva forma
como el polvo de los muertos.
Y ahora ahí, desesperada,
fingiendo ser abnegada se entregó;
pero empezó a reaccionar fríamente y sin clemencia,
gritaría la verdad, la verdad de su inocencia.
¿La verdad? –se preguntó-, ¿y después
¡Tomarán a la culpable! ¡Y eso no!
¡A ella no…! ¡Es tan bella la pequeña…
que no pueden traerla aquí;
es mi hija y creo que sueña con vivir
cerca de mí!
¿Qué me pasa? ¡No la quiero…! ¡No la quise…!
¡Al nacer la abandoné en una casa cuna ,
aunque jamás la olvidé!
Una vez volvía a la calle, caminé con sobresaltos
muy cerca de aquella casa, la casa donde la dejé
tuve miedo de mirarla y por miedo me alejé.
La noche de aquel suceso, azorada desperté,
con insistencia llamaban, me asusté.
Abrí, y frente a mí contemplé, tiritando por el frío,
o por el miedo, no sé; a esa joven…
a mi hija… temblando cerca de mí.
Llovía un poco esa noche,
no supe pues si lloraba, o eran las gotas de lluvia
que en su rostro resbalaban.
La tuve cerca de mí, y nos miramos las dos,
Nada me podía decir, porque temblaba su voz,
y temblaban sus palabras como un nidito empollado,
no pudo seguir hablando, sólo supo balbucir:
-¡Mamá!- por primera vez la oí,
¡Sé que eres mi mamá!
Comprendí que no mentía, pero no le respondí.
¡No lloré, no me hinqué, no pedí perdón, ni hablé,
por ella nada sentí, ¿o fingí que no sentía?
No lo sé… le pregunte qué quería.
-¡Maté a un hombre , -repetía-,
y no tengo dónde ir!
¡Lo maté porque me dijo, que si yo le daba un hijo
en el altar juraría que nada nos faltaría,
y mintió porque mintió lo maté, mas voy a tener el hijo!
Vine aquí porque se que iré a presidio,
pero antes quise saber que se sentía estar contigo,
saber… porque me dejaste, por qué mamá, di ¿por qué?
antes que vengan por mí.
Pero ya no contesté. La puerta se abrió,
y no se… no recuerdo qué pasó…
cuando el agente llegó, le dije que era yo…
yo, la que lo mató.
¡Pero ahora ya pasó; voy a decir la verdad.
Yo no la maté, no; y no puedo quedarme aquí, porque se que
moriría, y no hay ninguna razón, porque yo no la quería!
Dejó de reflexionar cuado el Juez le preguntó:
-Es usted,- la señaló, ¿la culpable?
Ella entonces levantó su bello rostro, inmutable,
y sabiéndose respetable, y conociendo su inocencia,
se exaltó. No iba a pedir clemencia, no;
iba a decir la verdad.
Mas la verdad no se oyó, porque su voz se le ahogó
En medio de la conciencia, y respondió con débil voz:
-¡Yo… señor juez… yo….
En nombre de Dios le juro que la verdad le diré:
A ese hombre… lo maté…yo lo maté… yo lo maté…!
Ahí terminó la audiencia,
El juez vio a la procesada, y le dictó su sentencia
como era su deber
¡Veinte años para la acusada, veinte años…
Y no eran sólo los años sino el fin de una mujer!
Camino de la prisión, miré su rostro impenetrable,
no le noté aflicción, por que le vieran culpable,
llevaba la satisfacción de cumplir con ese amor,
amor sublime de madre!
AUTORA Catalina Pastrana
Fuente : https://antologiapoemas.wordpress.com/2010/04/22/de-la-vida-de-una-dama/
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bonito poema amiga karla te deseo mucha suerte
gracias amigo jesus un saludo para ti