Todavía recuerdo la primera vez que sostuve un libro entre mis manos. Una textura inigualable, suave, única que sólo puede hallarse en un pedazo de material como ese. Sus páginas... bueno, yo veía un mundo por recorrer mientras que los demás sólo percibían tinta impresa plasmada en papel. Olía a sueños, a esperanzas, a caminos largos, a ilusiones. Mejor aún, todavía recuerdo la primera vez que comencé a escribir; a saber utilizar una pluma. Me quedó terriblemente mal, merecedor de una buena azotaina o un falso cumplido; pero fue suficiente para haberme encontrado a mi misma.
Sinceramente no sé que podrá pasar más adelante, qué cambios podrán ocurrir en mi vida de adolescente, los nuevos gustos que comenzaré a experimentar o los distintos que comenzaré a presenciar. Pero sí se, lo indispensable que ha sido para mí acariciar la portada de un libro y enredar una pluma entre en mis dedos. Pasó de ser ''una manera de perder el tiempo'' para convertirse en un hobby que practico día a día. Hoy quiero darme un enorme espacio para hablar de estos dos.
La lectura va más allá de unas simples letras: El primer libro que leí
Me gusta recordar este MOMENTO (en mayúsculas porque fue y es majestuoso, o al menos para mí) como el inicio de un repentino cambio en mi vida. Exactamente fue hace cinco años cuando mi hermano (dos años más que yo) le comentó a mi padre que su profesora de literatura le había enviado una actividad que consistía en debatir acerca un libro en específico, entre todos los alumnos y con la intención de incitar al joven a reforzar sus conocimientos, ya sabes, algo que se ha estado haciendo desde décadas atrás. Este famoso libro se trata nada más y nada menos que El Caballero de la Armadura Oxidada por Robert Fisher. Mi padre se lo compró y le sugirió que fuese leyendo poco a poco, quizá así se le facilitaría comprenderlo mejor. Falsa misión, pues, el libro permaneció intacto en su paquete por varios meses sobre la mesa y casi que inundado de polvo. Por otro lado, estaba yo, desconocía de esa compra hasta el momento en que rebuscando en un cajón lo vi de lejos. El título me enganchó desde el primer segundo y aumentó mi curiosidad de niña de 10 años. Así que, pidiéndole permiso a mi padre, me tomé el atrevimiento de quitarle el fino plástico que lo cubría y proceder a intentar leerlo. Bueno, me llevó aproximadamente unas cuatro horas, a pesar de tener un número de 93 páginas. Sí, tal vez mucho tiempo para una mínima cantidad, pero tan enganchada estaba que me aseguraba de leerlo con detenimiento sólo para apreciar mejor. Obtuve las mejores lecciones de mi vida, me recordó unas cuantas y otras que jamás podré a olvidar. Pero sobre todo, me dejó con un sentimiento de querer más, de anhelar más. Desde ese instante me di cuenta de que no sólo había disfrutado la historia que se desarrollaba, sino también, había disfrutado el tomar un libro y leer, simplemente leer; profundamente, sin obligaciones, sin apuros, sin lapsos de tiempo. Había descubierto una parte de mí.
¿Cómo le explico esto a quien me pregunta por qué soy tan adicta a la tinta impresa?
Conozco muy bien esa sensación de navegar en otro mundo, y luego en otro y otro. De recorrerlo con la palma de la mano, vivirlo y sentirlo. A veces vas caminando, mayoritariamente cuando deseas admirarlo por un buen rato, y en otras, prefieres correr porque el número de páginas te avisa con nerviosismo que algo está por suceder, en la línea o en el párrafo menos indicado. Voy marcando las pautas para no olvidar, con opiniones, imágenes, escenas fugaces, sentimientos e ideas. No lo sé, todo aquello que conlleva nuestro ser, físico y psíquico; aquel que siente y piensa. Nunca conoces la angustia tan, pero tan bien cuando se acerca el final esperado. Comienzas a suponerte cosas, y por ende, volverte un adicto a la tinta impresa. Por allí he escuchado decir que cerrar un libro se siente como perder a un amigo. Pero yo diría, que ese amigo se queda dentro de nuestra alma, la alimenta y la acaricia porque luego de leer un libro nos sentimos más completos e inalterados. Claro, más completos hasta que transcurren unos días, o semanas y aterrizas en otro mundo, entonces el ciclo vuelve a repetirse.
Como quisiera que alguien me volviese a recomendar aquel libro o este libro, sólo para volver a sentarme y tomar mi taza de café, para volver a leer y nuevamente, volver a sentirme viva.
Leo incluso sobre lo que no está ahí
Leo sobre todo. Leo desde lo más cliché, hasta la azotaina más sangrienta. Leo acerca los planetas, las enfermedades, el pasado, los carros antiguos, mi país, puestas de sol, madrugadas de soledad, el hombre que pisó la luna, las estrellas, la ceguera, jóvenes enamorados y otros que se repelan, el bien y mal, la primera y segunda guerra mundial, poemas, la muerte, la vida. En fin. No tengo un límite alguno, ni etiquetas, ni un género que me caracterice. Podría leer desde Stephen King hasta Julio Cortázar, ¿has notado bien la diferencia? Me centro en observar todo lo que acontece y emana la historia. La tomo como si fuese mía, porque así lo siento. La saboreo, la toqueteo. A veces me siento glotona, deprimida, gruñona, perezosa, forzosa, alegre, juguetona, pero siempre lectora.
Leo para vivir muchas vidas. Por ello, el que no lee, jamás podrá enterarse del sentimiento que causa un libro sostenido en las manos.
La lectura enriquece mi vocabulario (y el alma)
Si bien antes era una chica que no le importaba conocer las diferencias entre ''éste y este'' hoy en día soy una nueva que se preocupa incluso por el uso de la coma después de una pausa. Leer me ha impulsado a mejorar mi léxico y favorecido una amplia expresión verbal, otra de las millones de razones por las cuales agradezco rotundamente haberme puesto a leer aquella tarde de un fin de semana.
Mi intriga por conocer nuevas palabras con sus respectivos significados es cada día mayoritaria. Porque, sencillamente, no hay nada más atractivo que un lenguaje culto y una boca rica en palabras sabias.
Lápiz y papel: Mi primer escrito
Y como todo tiene un secuencia... la lectura fue quien me impulsó a escribir. Mi amor por las letras se fue volviendo cada vez más real, llegando a un punto donde -afortunadamente- puedo decir que es parte de mí. Ya a mis doce años soñaba con redactar como lo hacían aquellos famosos autores (y bueno, aún lo sigo haciendo), lanzar un libro al mercado, escribir otros y ser reconocida por hacer el mejor trabajo que se puede tener en el planeta tierra; escribir.
No conservo mi primer escrito, pues, el tiempo hizo de las suyas y acabó difuminando el lápiz grafito en una triste hoja arrugada. Pero sí lo recuerdo, todavía persiste en mi mente, siendo el más valioso para mí y proclamado como el inicio de mis penas. No mentía al comienzo cuando intenté decir que había quedado muy mal. Lo gracioso es que en ese entonces, venga, yo lo veía como si fuese una obra de Shakespeare. Lo pienso y lo vuelvo a pensar, y es que me hizo sentir tan bien conmigo misma el haber plasmado unas simples palabras en una hoja de libreta arrancada. Escribía para desahogar todo aquello que no deseaba compartir con nadie más, luego, intentaba convertirlo en poesía, o tal vez en una imponente historia. Algunas veces, simplemente lo dejaba así porque el primer intento resultaba más que suficiente.
Mi primer escrito inundado de lápiz grafito se ha vuelto un globo lleno de metas y esperanzas. A través de él, puedo confesar que me permitido encontrar ese ''algo más'' detrás de mi alma.
Cuando decido ponerme a escribir...
Desconecto mi computadora, alejo el teléfono móvil y me dirijo a un sitio donde sólo pueda oír el sonido de mi respiración. Tomo lápiz y papel, ya sabes, aquello que fue el comienzo de una era, de lo que deja borrones, olor a esmero y frustraciones. Dibujo líneas, trazo círculos. Comienzo pensando en poemas que me inspiran. Enseguida viene a mi mente Arthur Rimbaud: maravillosos, sencillos, alucinantes... pero están escritos por la tinta de él. Así que me tomo un duelo de minutos, incluso horas. Suelto el lápiz y hago a un lado los garabatos recién pintados. Intento encontrar mi propia tinta. Tiene que ser la mía. En el transcurso, me doy cuenta de que quiero sonar tan épico como Cortázar en Rayuela, o quizás tener la seguridad que utiliza un presidente para afirmar una tragedia por cadena televisa. A partir de lo que exhiba ese papel, podrá hacer sonreír o llorar. Pero estaré siendo yo misma. Y es lo único que necesito para ponerme a escribir.
Escribo sobre lo primero que pase por mi mente y aquello que se esconde muy al fondo de mis pensamientos. Escribo sobre el mundo, sobre cómo es el mundo y sobre cómo debería ser el mundo. Escribo sobre lo que desconozco, sobre lo que jamás podré ver o sobre lo que tengo a un lado. Sobre lo que nadie podrá saber a menos que se lo cuente.
Quiero escribir para toda la vida: contra viento y marea
Quiero escribir para toda la vida: en el ordenador, en una libreta, en la piel, aunque me quede penosamente mal o aunque me quede asombrosamente bien. Aunque tenga semejanza con mi primer escrito o aunque sea totalmente opuesto como mi último. Quiero plasmar en un simple pedazo de papel una historia grandiosa, anécdotas, pensamientos, ocurrencias verdaderas. Y aquel día que alguien tenga el poder de mis escritos ya amarillentos, los haga su musa, los atrape, los llene, lo deje sabiendo que en esa tinta vieja existe una chispa que todavía desconoce. Quiero escribir para toda la vida. Como si no tuviese más opciones o como si fuese una misión vital para mi bienestar.
Siempre existe ese momento ideal, cuando las palabras fluyen y los dedos se mueven por sí solos. Cuando la imaginación se pone a volar y no decae hasta obtener lo que se quiere. Pues, mi momento Eureka persiste entre la madrugada. Quizá porque es el momento cuando puedo tocar la tranquilidad con la punta de los dedos. En la madrugada es cuando me vuelvo vulnerable, donde las mejores ocurrencias se mantienen intactas esperando ser transformadas en verso.
Encontré mi hogar en la simpleza de las letras
Era naufraga, perdida entre la soledad de los océanos, deseando siempre encontrar esa señal de rescate. Me rendí. Bajé los brazos, me volví pesada y caí al agua. Pero ese instante, cuando todo parecía tornarse de colores grisáceos choqué torpemente con ella. Me tomó por los hombros y me subió de nuevo al bote. Desde ese instante, aprendí que todo se reduce a algo muy sencillo: cuando menos lo esperé, la luz llegó a mí iluminándome más allá del ser, mostrándome quién era en realidad y a donde pertenezco.
Estoy feliz de admitir que desde que comencé estos dos apreciados hobbys me siento distinta. Más guiada. He sacado las piedras de mis bolsillos y la desesperanza de mi sangre.
He estado siendo yo.
El lugar donde viven mis aspiraciones
Así es, esta pequeña libreta (simple ante a tus ojos, pero esencial ante los míos) es donde cada madrugada transcribo mis pensamientos. La llevo conmigo a todos lados. Esta vez me aseguro de escribir con pluma negra, sólo para que así, luche durante varios años antes de borrarse.
Tal vez en este preciso momento -dos y media de la madrugada- continúe insatisfecha porque sigo queriendo explicar con otra exactitud por qué me gusta tanto leer y escribir. Por qué me llena tanto, por qué lo siento tanto, por qué no podría dejar de hacerlo. Ya te he dicho bastante, pero sé que hay más. Ojalá pudiese encontrarlo ahora mismo. Sí sé que seguiré buscando hasta sentirme saciada. Probablemente me pueda equivocar, fallar, caer y tropezar, pero estoy feliz de afirmar que desde que encontré refugio en las letras ya sé cómo levantarme, limpiar mis rodillas y seguir intentando.
Leer es una experiencia maravillosa, casualmente uno de los primeros libros que disfrute fue El Caballero de la armadura oxidada y tu post me recordó a mi adolescencia cuando empecé a tomarle amor a la lectura. Saludos