Ayer tuve que salir de mi guarida (casa) a la desastrosa ciudad en cuarentena en la que vivo (que lo de cuarentena es muy muuuuuy subjetivo), pero ese no es el punto, tenía que comprar comida. Y entre una y otra cosa en mi lista, estaba el queso. Pues resulta que luego de bastante caminar buscando economía (lo cual es casi imposible en Caracas) por fin, hallé uno que se veía bonito y barato, y me dije a mi mismo “aquí fue”.
Feliz de la compra que había hecho, llegué a casa y guardé todo en sus respectivos lugares, y espérenlo... la historia de terror viene a la hora de la cena.
Cuando me tocó hacer la cena quise utilizar el queso fantástico que había conseguido a buen precio, y cuando me doy cuenta, no tenía sal, sabor, consistencia ni absolutamente nada de lo caracteriza a un queso común y corriente ¿Me percaté de eso cuando compré? Pues no, porque estaba muy alegre por atrapar esa ganga (gente, lo barato sale caro).
El punto es que, luego de media hora en el horno “gratinando” la cena, me di cuenta que este queso extraño no se había derretido... ¡Ni siquiera había indicio alguno que lo fuese a hacer! Y así, descubrí otra de las virtudes que no tenía ese “queso” -si le podemos llamar de alguna forma.
¡Ni luego de quince minutos en una tortilla se fundió! Incluso, un trozo cayó en una olla mientras hacía caramelo (¡HIRVIENDO! Ah... ya les cuento por qué el caramelo) ¡y nada! Seguía intacta la cosa esa. Hasta que me dije a mi mismo "bueno, no tiene sabor, ni buena contextura, por lo cual puedo hacer lo que quiera con él".
Les presento al apetecible queso barato que compré
tan tan tan taaaaaannn
Así fue como terminó en la licuadora para crear un “queso crema” que se me había pasado por la cabeza, y pues ¡si salió! y posterior a eso, se creó una cheesecake que de verdad, me hizo olvidar mi fracaso con el queso.
Mi poca fuerza de voluntad fue la autora de esta foto.
Lo primero que hice fue convertir este queso engañoso en una crema.
Puse este queso en una licuadora, con un poquito de leche, zumo de medio limón, y una pizca de sal. Para que quedara más cremoso, lo extendí por unos 10 minutos en un pañito sobre un envase hondo para que escurriera el exceso de líquido. Va a quedar un suero que reservé para usarlo en otra cosa.
INGREDIENTES:
PARA EL PASTEL:
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PARA EL CARAMELO:
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PREPARACIÓN:
Comenzamos separando en bowls diferentes las claras y las yemas. Comenzamos agregando un tercio del azúcar a las yemas, junto con el requesón, y batimos hasta que todo quede con una consistencia homogénea y aclare su color. Luego procedemos a cernir la harina sobre la mezcla, junto con los polvos de hornear. Batimos hasta que quede bien integrado y dejamos a un lado.
Ahora comenzaremos a batir las claras hasta obtener picos firmes. Una vez conseguidos, colocamos lo restante del azúcar, y continuamos batiendo hasta que se integren completamente.
Procederemos a integrar el merengue que hicimos a la mezcla de las yemas, y seguiremos mezclando con movimientos envolventes para airear la mezcla y evitando romper las burbujas de aire del merengue. Una vez integrado todo, pasamos a hacer el caramelo, en una olla colocamos una taza de agua y la dejamos hervir mientras colocamos al fuego en otra las tres cucharadas razas de azúcar. Una vez el azúcar comience a tornarse morena, agregaremos el agua hirviendo para mantener la temperatura y seguiremos mezclando hasta que se reduzca y quede un caramelo liso, cristalino y con consistencia.
Colocamos el caramelo en nuestro molde cubriendo los alrededores y dejamos enfriar antes de colocar la mezcla de tarta. Una vez frío, vertemos sobre el caramelo la mezcla de tarta, lo tapamos (puede ser con papel aluminio si no tienen una tapa) y llevamos al horno a baño de María durante 1 hora, a 160° C.
Sacamos del horno y dejamos enfriar antes de desmoldar. Y LISTO. ¡BUEN PROVECHO!
Esta es para que vean lo cremosita que quedó.
Si la hacen, mándenme fotos, o un pedacito a ver qué tal les quedó ;)