Soy de esas personas que tienen la fortuna de encontrar cabellos en la comida. Es difícil sorprenderme cuando soy el que tiene esa suerte.
Hablando de eso. Recuerdo un día que fui a uno de esos restaurantes en los que te ven feo si traes pantalón de mezclilla y te ponen cientos de cubiertos. Es raro cuando estás acostumbrado a comer con las manos.
Todo iba viento en popa. La plática amena. Ningún cabello en mi comida. Los meseros con una actitud de querer ser invitados a echar unas copas al terminar el turno.
Soy gente del barrio. ¿Qué quieres que te diga? Disfruto la plática ligera y guerrera.
Ningún cabello. Uff.
Entonces fuí al sanitario. Había un jabón artesanal que olía delicioso y entonces sucedió.
El jabón tenía un pelo. De esos cortitos. ¿Púbico, facial, axilar? No me importó un carajo.
¡Maldita sea! Me llegó un poco de náusea cuando lo vi mientras me lavaba las manos.
Me apure a pagar y me fui.
Un sólo detalle puede echar a perder todo tu negocio. Así es la confianza. Un apagador. Se tiene o no se tiene.
Ten cuidado. Mucho cuidado.
Prueba todo una y mil veces. No necesita estar todo a la perfección pero no puede haber estas fallas.
Cuida ese apagador. Ponle un guardia. Y un guardia a ese guardia.