Hay madrugadas que corro,
corro desesperadamente a su casa.
Llamo a su teléfono
trepo su ventana
y entro a su cuarto
porque se me hace muy necesario
dormir a su lado.
Entendiendo que no es —ni por casualidad— un capricho.
Va más allá de querer sentirla a mi lado mientras se apagan las luces,
honestamente ya no sé dormir sin ella.
He desaprendido a dormir
si no está el perfume de su cuerpo,
sin sus piernas jugando con las mías.
Y ella que tiene piernas que invitan a jugar.
Sin mi cocainómana de besos dulces
vinos tintos
mojitos a medio día
y cervezas en bares de quinta.
Mi canción a media noche.
Mi maga personal,
porque magia es
su cuerpo,
encima del mío.
Lo demás son solo trucos de cartas.
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