Hubo y aún existe la terrible costumbre de fijarnos en los rostros de las personas y me ha parecido siempre cautivante el sentarme en un banco y observar a las personas, en sus vidas, en sus burbujas, viendo a quien dejan salir y a quién dejan entrar; estelas de vibras y de sensaciones de las cuales cada quien se desprende al estar con alguien así sea por un ápice de instante. Hay que sabernos repartir, en momentos, tiempos, trazos y trozos; por mas que signifiquen destellos de esperanza y de una terrible y primitiva necesidad.
21 años, mil demonios y otro que vino a jugar