Me asomo al balcón, siempre lo hago, y observo luces tímidas en apartamentos distantes, ¡cómo quisiera llenarme de esas vidas! Entender por qué madrugaron, o por qué no pudieron o no quisieron dormir, ¿será que alguien está muy enfermito? ¿Será que están haciendo el amor? ¿…alguien está arreglando maletas sin decir adiós? O a la mejor… me observan desde lejos, porque los corazones solitarios poseen extrañas formas de comunicación.
Me colmo del silencio brindado por el trinar de los pájaros tempraneros, sabiéndome solitario eterno. Me hubiese gustado que alguien, en este mundo, le hiciera falta de verdad. Que en la partida de Ludo que jugué anoche, otros hubiesen lanzado también los dados. Me hubiese gustado tener un amigo, aunque fuera uno, que corriera por las calles oscuras tan solo para darme un abrazo. Me hubiese gustado entenderme en la suave humedad de otros labios. Que entre todos los rostros de los rostros conocidos, alguien me mirara, como me miraba mi madre.
Hay días que no provoca voltear, una y otra y otra vez el reloj de arena y debería dejarme llevar sin huellas, hasta la profundidad del océano.
Lloro siempre cuando no estoy triste.
Rubén Darío Gil
Recuerdo:
en una oportunidad escuché a mi madre llorando sola en su habitación, entré preocupado para saber que le pasaba y me dijo: “me siento sola” yo le enfaticé que no estaba sola, que en la casa estaba su esposo y sus hijos y ella, mirando ingenuo me respondió: “eso es lo que me hace sentir muy sola, algún día lo vas a comprender…”
Te entiendo ahora Florinda, con mis años, te entiendo