Pendientes que cambian con la traslúcida noche.
Sonidos retumbantes, eternos, esferas de silencio que te observan.
La armonía que vives no es a la luz, si no la profunda oscuridad, esa que no te ciega si no te da figuras nuevas, que a su vez, extrañas, ante tan denso panorama...
Juegan con tu mente; confundida por la incertidumbre y lo desconocido.
Un chillido; calor en tus mejillas, frío en tu manos sudorosas y ansiosas de distinguir la realidad de la percepción.
Un cuello que no para de virar, un pensamiento que te acecha.
Y la verdad reflejada en los rincones de tus pupilas dilatadas ante la inminente presencia de la realidad que acabas de crear.
¡Me gustó tu poema, que genial!