Desde una óptica general, escribir sobre lo que denominó Hannah Arendt como los orígenes del totalitarismo es hoy en día algo más que el ejercicio de una disquisición académica. No se trata solo de explicar ese fenómeno característico del siglo XX, que tuvo sus expresiones más marcadas en los regímenes autoritarios de Stalin y Hitler, sino de ver como se ha hecho extensivo a otros regímenes situados en diversas latitudes del planeta.
Aunque el concepto de totalitarismo es relativamente nuevo, sus antecedentes relativamente modernos se remontan a la Revolución Francesa (en este caso contextualizada a través de la película Danton). Sin embargo, sus raíces occidentales más antiguas podrían estar en el Estado Espartano, dentro de la óptica que propone Popper en La Sociedad Abierta y sus Enemigos.
Como bien sostiene el filósofo Jacob Talmon en su análisis sobre Democracia Totalitaria, lo que podríamos llamar la concepción moderna del totalitarismo fue iniciada por Rousseau. En efecto, al afirmar éste que existe un orden natural y armonioso para la sociedad humana le agregó la peligrosa noción de que existe una voluntad general para lograrlo. Esto se lograría al liberar las ataduras de la capacidad de expresión del ciudadano mediante la imposición del concepto de la soberanía popular.
Rousseau desarrolló este concepto de manera metafísica y lo hizo porque resultaba evidente que el resultado que se deseaba, a veces, no podía expresarse mediante la mera decisión mayoritaria del colectivo. Rousseau afirmaba que el pueblo siempre aspiraba al bien, pero no siempre estaba en capacidad para discernir en qué consistía este valor. Por lo tanto era necesario determinar las condiciones necesarias para que las masas pudieran ser instruidas en cuanto a qué consistía lo que más le convenía.
Esto implicaba, por lo tanto, que desaparecieran los partidos políticos que para él eran instrumentos para acentuar la desunión del pueblo y la expresión de intereses particulares. El interés general tenía que expresarse en una nueva realidad en la que no quedara espacio para una sociedad parcial. Para lograr esta utopía, Rousseau llegó a afirmar que quien se niegue a aceptar la voluntad general tendrá que ser obligado a aceptarla por parte del resto de la sociedad, o lo que viene a ser lo mismo, el individuo tendría que ser obligado a ser “libre”.
Por eso no es de extrañar que en plena Revolución Francesa, Robespierre afirmara que el terror no era otra cosa que la justicia, instantánea, severa e inflexible y por lo tanto una emanación de la virtud, es la aplicación consecuente de la democracia a las necesidades imperativas de la sociedad. Otro líder francés revolucionario, François Babeuf, sostenía que era necesaria la dictadura para destruir las instituciones y los personeros del pasado, ya que estos representaban la opresión. Para ello era necesario, en primer lugar, instalar una dictadura en la que el objetivo era acabar con las instituciones del pasado así como con las personas que estaban ligadas a ellas. Crear un nuevo orden económico en el que se aboliera la propiedad privada y se crearan condiciones para la igualdad absoluta. En esa sociedad todos contribuirían con el fruto de su labor y podrían disponer libremente de los bienes que requiriesen para su existencia.
Por último, para alcanzar ese objetivo era indispensable que la dictadura controlase el sistema educativo y restringiese la libertad de prensa, para así erradicar los vicios y prejuicios del pasado e inculcar en los nuevos ciudadanos la ilustración y la virtud necesaria para el adecuado ejercicio de su voluntad soberana.
El gran peligro de estas tesis desarrolladas en el marco de la Revolución Francesa, es que bajo el manto de asegurar para todos los hombres la libertad, la igualdad y la fraternidad, se consagran precisamente lo contrario, porque como muestra la experiencia, cuando un régimen se adueña de todas las esferas sociales , incluyendo las ideas y quiere imponerlas a todos los miembros, con o sin su consentimiento, es la vía para un nuevo tipo de tiranía, una de carácter global que está muy lejos de la libertad, igualdad o fraternidad. Para construir la utopía, cercenan las libertades individuales de todos, al mismo tiempo que se estructura un esquema de nuevas y profundas desigualdades.
Detrás de estas ideas hay un fuerte puritanismo que se convierte en un nuevo mesianismo que está estupendamente descrito en las siguientes palabras de Robespierre “Queremos, en una palabra, cumplir con los deseos de la naturaleza, alcanzar los destinos de la humanidad, cumplir con las promesas de la filosofía, absolver a la providencia del largo reinado del crimen y de la tiranía”. Pero como es conocido, cuando los revolucionarios han querido salvar a la revolución aplicando el terror, lo que han obtenido es el fracaso de la misma y el surgimiento de otras formas de gobierno.
En Danton, Robespierre impuso una sangrienta represión para impedir el fracaso de la Revolución, no dudando en aprobar leyes que recortaban las libertades y simplificaban los trámites procesales en favor de una “justicia” revolucionaria tan expeditiva como arbitraria; completaba el mecanismo represivo un sistema de delación extendido por todo el país mediante aproximadamente 20.000 comités de vigilancia. En 1794 eliminó físicamente a la extrema izquierda (los partidarios de Hébert) y a los revolucionarios moderados (los indulgentes de Danton y Desmoulins), al tiempo que perseguía sin piedad a toda clase de contrarrevolucionarios, monárquicos, aristócratas, clérigos, federalistas, capitalistas, especuladores y rebeldes; todos ellos considerados como traidores y desafectos.
Buscaba así eliminar las disensiones y cohesionar a la población en torno al gobierno revolucionario y al esfuerzo de guerra. Adoptó medidas sociales encaminadas a ganarse el apoyo de las masas populares urbanas, como la congelación de precios y salarios. Quiso recuperar la religión como fundamento espiritual de la moral y del Estado, instaurando por decreto el culto del Ser Supremo y celebrando en su honor una fiesta en la que quemó una estatua que simbolizaba el ateísmo. El éxito obtenido en la batalla de Fleurus (1794), que detuvo el avance de los ejércitos austriacos y prusianos hacia París, culminó la obra de Robespierre poniendo a salvo el régimen revolucionario; pero fue también el inicio de su caída, pues al desaparecer la situación de emergencia resultaban aún más injustificados los excesos del terror.
Otros indicios de totalitarismo, se enmarcan en el contexto de la Masacre de Katyn, donde en la primavera de 1940, miles de oficiales polacos fueron ejecutados en el bosque de Katyn, un triste acontecimiento histórico que ha recreado magistralmente el cineasta Andrzej Wajda. Todo comenzó cuando Lavrenti Beria, el hombre que controlaba los servicios de seguridad soviéticos y que se dedicaba a ejecutar con la mayor displicencia y frialdad las pavorosas órdenes de Stalin, mandó a establecer una serie de campos de concentración para los prisioneros de guerra polacos. No durarían mucho allí, pues entre el 3 de abril y el 19 de mayo de 1940 fueron ejecutados más de veinte mil soldados. Por su parte, en la película Los Gritos del Silencio, se contextualiza en el conflicto de Camboya y Vietnam, durante el período de los Jemeres Rojos, que obedeciendo las directrices de Pol Pot, unido esto al nacionalismo exacerbado que los caracterizaba, llegaron a tener ciertas inclinaciones racistas, lo que conllevó al mayor genocidio ejecutado en la historia de Camboya, exterminando a la tercera parte de la población total.
El totalitarismo, a diferencia de una dictadura como tal, pretende insertarse en el quehacer cotidiano de las personas, de tal manera que se conforme un pensamiento único, como se visualizó en El Último Rey de Escocia donde se relata el mandato de Amin (Presidente de Uganda), quien además de argumentar que sólo el era el pueblo, coaccionaba a su gabinete a seguir sus órdenes Inauguró un régimen de terror y excentricidades que causaron directamente la muerte de un número cercano al medio millón de sus compatriotas, tal como se presenta en el caso del médico escocés que previamente se desempeñaba en una labor comunitaria. Amin lo contrata como su médico pero se da cuenta demasiado tarde de que Amin estaba cometiendo un abuso de poder; cuando intentó huir casi le costó la vida. En Abril de 1979 cuando los medios de prensa del mundo entero se habían hecho eco de sus escandalosas exhibiciones de salvajismo, fue derrocado por las distintas facciones opositoras a su régimen articuladas en el Frente de Liberación de Uganda.
De todo esto, se puede concluir, que la característica esencial del totalitarismo, ha sido utilizar una determinada ideología, basada bien sea en el conflicto racial o en la lucha de clases para modificar las estructuras de la sociedad, por medio de la fuerza y la intolerancia, para crear una nueva sociedad homogénea y controlada en todos sus aspectos, en la que supuestamente se erradiquen para siempre y en forma definitiva los pretendidos vicios del modelo de sociedad que se quiere remplazar, y en el caso venezolano actualmente se suma a los ejemplos de totalitarismo con todas las perversiones de los vicios de corrupción que rodean el poder central, donde los altos niveles de radicalización, criminaliza a los opositores y a los chavistas que emiten opiniones críticas al gobierno actual, lo que trae como consecuencia el éxodo masivo producto de la persecución política, y diversas formas de control social a los ciudadanos comunes, tomando a su favor la escasez de alimentos y medicinas, que persisten desde hace 4 años hasta hoy.
Por consiguiente, ¿Cómo se explica el poder absoluto sobre una sociedad? ¿Cómo se logra este control totalitario? Esto se logra a través de la masificación de la misma; es decir, a partir de la constitución de un tipo de sociedad conformado por individuos impotentes por la incapacidad de constitución de su identidad individual. Profundizando en este aspecto, dicha masificación se logra a partir de la aplicación del terror. Éste está conformado por dos dimensiones que se articulan entre sí: Por un lado, la represión genera la ruptura de los lazos de confianza entre los individuos. Esto lleva a la erosión de la identidad del individuo y por ende a su impotencia, a su incapacidad de actuar (que es la esencia del ser humano).
Por otro lado, el tipo de uso que se da a la ideología constituye la otra cara del terror; este tipo de uso provee a través de la movilización, la propaganda y la educación (este último factor como el único canal para que el individuo construya progresivamente su identidad), lo cual implica que la única identidad que define al individuo es en relación al régimen y a su ideología; esto conduce, por un lado, a que el individuo sólo pueda salvarse a través del régimen, y por otro lado, a que los individuos se homogenicen entre sí, donde se eliminan las diferencias o los espacios que los distinguen.
Independientemente de la corriente de pensamiento, al encontrarse legitimado en el poder, un sistema totalitario también descansa sobre un componente coercitivo y uno de consenso. Presenta una particularidad cualitativamente distintiva también en este segundo componente: Al destruir la confianza entre los individuos de la sociedad, y al anular su identidad, éstos quedan vacíos. Este vacío se llena con la ideología, que en este caso es el único factor que les da identidad a los individuos, pero es una identidad a la vez unidimensional y vacía por su uso arbitrario.
Fuente: La Revolución Francesa - Historia Resumida: https://sobrehistoria.com/revolucion-francesa-resumen/
Referencias Bibliográficas:
Arendt, Hannah. “Los Orígenes del Totalitarismo”. Editorial Taurus, 2004.
Moore, B. (1991). Los orígenes sociales de la dictadura y de la democracia. (Barcelona: Ediciones Península, 1991), pp. 362-363
Moore, B. (2001). Pureza Moral y Persecución en la Historia. Editorial Paidós.
Sabine, George. “Historia de la Teoría Política” Editorial Fondo de Cultura Económica, 2006.
Lilla, Mark. “Pensadores Temerarios”. Editorial Debate, 2005.
Referencias Electrónicas
http://bibliotecavirtual.clacso.org.ar/ar/libros/critica/nro1/delich.pdf