Era una caminante dormida, deambulando por las calles sin siquiera percatarme de lo que acontecía a mi alrededor, solo caminaba, en medio de la una noche fría y amarga. Sentía como las pequeñas gotas de agua helada caían sobre mi cabello despeinado y el petricor comenzaba a invadir mi nariz, hacía meses que no llovía, pero esa noche, el cielo estaba llorando a mi nombre. Ya no tenía lagrimas para derramar, solo caminaba, sin pensar, sin sentir, sin estar. El viento acariciaba mi rostro, sutil, relajante, etéreo y creaba en mí la ilusión de poder respirar.
Mientras caminaba pensaba en el cielo, en como el sol salía por las mañanas, en las veces en las que vi ese amanecer inefable a través de mi ventana y, el atardecer, ese atardecer tan nuestro, donde el sol parecía una bola de fuego, poderosa, ardiente, arrogante e indestructible para luego encontrarse con el agua del mar, y permitir que poco a poco apagara sus fuerzas, sus inquietudes, su ansiedad… Él era mi mar.
Los segundos pasaban y se convertían en horas, mientras mi mente vagaba en los recuerdos. En el sabor, en el olor, en el sonido de las pequeñas cosas que habían marcado mi alma. Porque a estas alturas comencé a creer en ella, en el alma; tal vez por un intento desesperado e infantil de soñar que al morir algo de nosotros quedaba en el universo, en sus galaxias y constelaciones. Y de no ser así probablemente el universo no notaria mi ausencia, como no notaria la ausencia de una de sus estrellas mucho menos la de una caminante dormida.
Sin notarlo ya me encontraba frente a la entrada de mi casa, la pintura de sus paredes estaba cayéndose, se agrietaba y perdía color, las ventanas cerradas, las luces apagadas, la vida saliendo por la puerta trasera. Abrí el viejo portón de madera y deje que el sonido agudo de las bisagras inundara la sala, un sonido que antes me molestaba pero que hoy quería disfrutar.
Había perdido una parte de mí que hacía tiempo no extrañaba pero que ese día añoraba tener desde lo más profundo de mí ser, me deje caer en el piso de la habitación y purgue mi cuerpo de la tristeza, la que había retenido en lo más hondo de mí, estaba existiendo, llorando, gritando, extrañando a la niña que fui, a la inocencia que se fue con los años, la esperanza que deje que me arrebataran y la luz que se escapó de mi.
Perdóname, mi amor.
Perdóname, madre.
Perdóname, padre.
La saque del cajón que se encontraba junto a mi cama, pesada, compacta, dura. No estaba lista, pero tenía que estarlo. Supongo que nadie nunca está listo para estas cosas, solo pasan.
Mi pecho ardía, y podía escuchar mi corazón latir en todo el cuarto, retumbaba en las paredes y en mi cuerpo. Mi respiración entre cortada le abría el paso a las lágrimas que pensé que ya no saldrían más, me dolía la vida, me dolían los sueños, me dolían las ganas. Quería culpar al mundo, quería pensar que alguien más era el responsable de mi alma rota y desee con todas mis fuerzas ser inmarcesible, pero por mucho que me costara admitirlo me marchitaba lentamente y nadie me había obligado a descuidar mi ser. Deje de regarme, de abonarme, de darme calor… Deje de amarme.
En medio de los sollozos abrazaba mi cuerpo, como si mis brazos pudiesen sostenerme, pudiesen detener las paredes agrietas que llevaba conmigo, como si yo pudiese impedir que me desmoronara.
La falsa ilusión de estar prepara para ser olvidaba comenzó a invadirme, me resigne a borrar mi huella de la tierra húmeda, a borrar mis palabras del viento, a borrar mis sueños de las noches. La sostuve y la admire por un segundo, estaba lista. Ya cargada, mi pulgar templaba y apenas la pude amartillar, al escuchar el segundo clic la introduje a mi boca. Y todo se volvió real.
Quería estar con mis padres, quería que mi madre me dijera que estaba mal lo que estaba a punto de hacer, quería escuchar su voz… pero si antes no lo hizo, no lo haría ahora. Toda mi vida dejaron que conociera la libertad, me dejaron volar tan alto como quería y siempre espere que me detuvieran, espere un “no” por respuesta, añoré un “Está mal”. Pero me dejaron, me dejaron simplemente vivir, sin manuales, sin instrucciones, sin ayuda. Seguía culpando a los demás.
Sentí el gatillo rozar la punta de mi dedo.
Sabía que pensarlo demasiado era una equivocación, que solo debía hacerlo. Pero quería pensarlo a él, una última vez.
Creí conocerlo todo, la sensación de las drogas, la dulzura y el calor del licor, el placer del sexo, la alegría, la tristeza, la euforia, la soledad, los problemas, las soluciones, el dinero, la pobreza, la vergüenza, los errores (esos los conocía muy bien) y también creí conocer el amor, había amado y me habían amado, sabia de corazones rotos, de celos y de infidelidad. Pero en realidad no sabía nada, no tenía idea de nada.
Cuando lo conocí descubrí que el licor podía ser más dulce, tomándolo menos y disfrutándolo más. Cuando lo conocí descubrí que el sexo va de la mano con el amor, que van en la misma oración y crean música si se unen. Cuando lo conocí supe que la pobreza no existía si lo tenía a él junto a mí mientras comíamos solo galletas y agua. Descubrí que el dinero no vale nada si no tienes con quien gastarlo y volver a ganarlo, que la vergüenza podía ser divertida si él me obligaba a cantar en un karaoke y que mis errores siempre podían corregirse, que siempre podía dar vuelta a la página y no mancharla más.
Seguía sin saber nada, pues luego de descubrir todo eso me encontraba sola en el suelo, dejando mi vida en las manos menos aptas, las mías.
No hay más culpables, ni mis padres, ni el mundo, ni él. Solo yo. Y eso estaba bien, nadie debía llevar mi carga. Lo entendí y tome el impulso para apretar el gatillo.
Tocaron la puerta, y sentí como mi corazón saltaba, pronunció mi nombre y pude sentir como su garganta se desgarraba, tocó de nuevo. Los golpes eran fuertes y aturdidores.
Boom
Boom
Sin percatarme ya la había apartado de mi boca, los pensamientos martillaban mi cabeza y me dolían las entrañas. Halló la manera de entrar y solo pude sentir el peso de su cuerpo mojado sobre el mío, me tomaba con fuerza y temblaba contra mi pecho. Él me amaba, asi que mis errores no podían ser tan malos.
Estaba lista para que el universo me olvidara, pero tal vez no estaba lista para olvidar al universo que cada mañana veía en sus ojos.