De la emoción que apartamos de nosotros hacemos una representación, es decir,
«representamos» en la memoria un acontecimiento pasado.
La resiliencia, por tanto, sólo puede efectuarse con posterioridad al golpe.
En un primer momento sufrimos, sentimos
pánico, nos quedamos pasmados, tenemos miedo, no lo tenemos, nos defendemos, nos
debatimos como podemos, pero después, cuando la representación se hace posible,
cuando el entorno familiar o cultural permite llevar a cabo este trabajo de representación,
buscamos entonces las palabras, intentamos convencer, elaboramos estrategias
psicológicas para que el trauma no regrese nunca más.
Es esta movilización la que mantiene la emoción a distancia y permite que nos adueñemos de la situación.
Así, realizamos un trabajo de resiliencia.
Porque la emoción se transforma, se metamorfosea.
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