Hace dos años se cumplieron cincuenta años de la desaparición física de nuestro ilustre Rómulo Gallegos y noventa desde que su “Doña Bárbara” fue publicada y todavía hoy se sigue debatiendo entre ser y no ser.
Básicamente porque muchos quieren y no pueden ser Santos Luzardo, y otros porque ni quieren, ni pueden.
Mientras tanto, Marisela no tiene fuerzas para nacer. Sus hijos son borbotones humanos cuya corriente desborda nuestras fronteras con más fuerza que mil Orinocos juntos. El exilio externo es simplemente la manifestación de un exilio mayor y mucho más peligroso: el exilio de nosotros mismos.
Es un exilio interno, la mutilación de nuestra identidad. Se nos olvidó de dónde venimos, en dónde estamos, y lo peor, a dónde vamos. Podemos huir de un lugar, pero no de nosotros mismos y por eso duele tanto este exilio, pues es el éxodo de toda una nación.
Y más que de una nación, es el exilio de nuestros sueños, de unas generaciones por nacer. Se habla mucho del exilio fuera de mi bella Venesueña pero también hay una suerte de exilio para todos los que, por una razón u otra, seguimos aquí, cómo unos extraños en nuestra propia patria.
¿Dónde están los Bolívar, los Sucre, los Urdaneta, los Ribas o los Páez? Me avergüenza decir que la cobardía también es una forma de exilio, y yo mismo soy un cobarde al desahogar mis penas con el teclado.
Por favor, asumámoslo, “exilio” no es solamente haberte visto obligado a irte de tu país; “exilio” es vivir en tu país cómo un perro mudo, sin un propósito claro, sin saber qué va a pasar. Afortunadamente, hay cura para este raro tipo de exilio.
Para el exilio externo basta con tomar un avión, un autobús, un barco, una cola, o hasta regresar a pie. Para el exilio interno, el regreso es mucho más complejo porque eso implica volver a nuestros orígenes, a las raíces, a la memoria histórica de ese paraíso que tuvimos y no supimos cuidar.
Gracias a Dios esta enajenación no durará para siempre y sin duda despertaremos del letargo; pero quien no aprende de sus errores está condenado a repetirlos. La amnesia colectiva, el exilio de nosotros mismos tiene fecha y hora de caducidad.
Aunque mañana volviesen todos y cada uno de los venezolanos radicados en el exterior (forzosamente o no) sólo se habría cumplido una parte de nuestro “regreso”. Sin embargo, si no volvemos a nuestra esencia, a nuestro Diseño de vida, siempre seremos unos exiliados en nuestra propia patria y en nuestro propio cuerpo.
No hay peor forma de exilio que ser un prisionero de mis propias debilidades. Si cada venezolano no aprende la lección y hace la tarea, llorando debo admitirles que en cuarenta o cincuenta años habría una altísima probabilidad que la película tenga segunda parte.
La nación que dio a luz cuatro naciones más, cual instrumento de liberación para América Latina hoy es esclava de sí misma. Vaya paradoja: nuestra mayor fortaleza ha venido a ser también nuestra peor debilidad.
El exilio de nosotros mismos, si queremos, puede finalizar hoy. El resto, es cuestión de tiempo.