Capítulo 11 | La metamorfosis de Kay

in #spanish7 years ago

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Estaba acostada sobre una cama de resortes antiguos y una manta envolvía mi piel. Una extraña familiaridad acunó mi cuerpo y calentó de inmediato mis huesos, aun cuando sentía que había estado allí con anterioridad. Mi mente no lo recordaba, pero mi corazón lo hacía, como si se tratase de una especie de revelación pasada. La caída del caballo me provocó una nefasta jaqueca y la lluvia gelificó hasta mis tuétanos, pero la calidez de la tibia manta me regresó un poco de estabilidad.

Mi caballero de brillante armadura se acercó a paso ligero por la vibrante madera y su rígido cuerpo se depositó sobre la cama. Sus fríos dedos rozaron mi mejilla y unos tibios labios depositaron un tierno beso en mi frente. Un escalofrió de pertenencia entró por mis poros y aceleró mi tempestuoso corazón, al tiempo que el drama más inmenso de mi vida me robaba la calma que cambió por completo mi historia.
La calidez me hizo formularme una pregunta: ¿por qué no podía recordarlo?



Los siguientes días fueron pacíficos. Comía en mi habitación durante el día, y abandonaba la prisión por las noches, cuando salía a recorrer el lago y refugiarme en las brillantes estrellas y la calidez del atardecer. Las noches eran gélidas, pero los últimos rayos del sol eran suficientes para calentar mi alma congelada.
Un par de días atrás, intenté hablar con Dominic de lo sucedido, pero me evadió para cancelar el tema. Sabía que en algún momento debíamos hablar y aclarar la situación, aun cuando él se rehusaba a colocarle ese patético punto final a tan corta historia.
Por extraño que sonara, me entristecía estar lejos de casa, mi gente e incluso sentarme en la calidez de la biblioteca y leer un libro clásico. Me sentía sola en ese inmenso lugar, lleno de personas que no comprendía mi vida o las circunstancias que me condujeron directo a ella. Anhelaba por primera vez en la vida regresar al lugar del que quería escapar a como diera lugar cuando tenía dieciséis años.
Para mitigar un poco la soledad, ordené una laptop y revisé el correo electrónico, en el que encontré una grata sorpresa. Stella había enviado saludos y adjuntado un video donde me presentaba a su novio Miller. Estaban en un lugar árido, con mucho polvo y explosiones desconocidas. En el video decía que esperaba la estuviese pasando fenomenal y que no me preocupara por ella en ningún momento.
Sonreí ante los comentarios que le decía a su novio, antes de cerrar la pestaña y borrar una gran cantidad de spam. Revisé algunas noticias sobre mi boda y las especulaciones de a dónde fuimos para la luna de miel. Algunos días atrás se filtraron imágenes de nosotros, pero no fueron controversiales. Eran grandes cantidades de información que pasaban por alguien antes de llegar a mí, así que me fastidió ser parte de la burocracia, por lo que lancé la laptop a la cama y salí a pasear.
Pedí un auto en la recepción, me coloqué unos lentes de sol y esperé que llegara a la puerta del hotel. Me detuve de espaldas y observé como los últimos rayos del sol traspasaban las nubes y creaban hermosos matices de colores. Me perdí por completo en la majestuosidad de la naturaleza en su vivo esplendor, justo antes de sentir como un extraño tocaba la parte trasera de mi hombro.
―¡Jesucristo! ―exclamé asustada antes de brincar.
―¿Saldrás? ―preguntó Dominic.
Ese hombre me mataría de un susto en cualquier momento.
―Sí —afirmé antes de girar de nuevo.
Rodeó y estuvo frente a mí en cuestión de segundos, mientras observaba como su cuerpo era arropado por un jean azul marino y una camisa de botón, arremangada hasta los codos que cuidaba con mayor dedicación que el resto de sus brazos. Sus ojos no se apartaron de los míos, notando el grado de dolor en su mirada.
―¿A dónde vas?
―¿Por qué quieres saber? ―pregunté sin emoción.
―Porque me interesa tu seguridad, Kay. No deberías ir sola.
Una parte de mí quería confiar en Dominic y contarle aquello que me atormentaba, pero la otra parte de mi ser quería confiar solamente en ella misma y lo que ocultábamos mejor que nadie. Mi alma no se dejaría descubrir con tanta facilidad, aun cuando la persona frente a mí me demostró de todas las maneras posibles que estaba conmigo en las buenas y en las malas. Aunque, para suerte de ambos, el taxi que pedí en recepción llegó por mí y lo salvó de sufrir otra humillación.
El auto se detuvo frente a mí, caminé los pasos que nos separaban, abrí la puerta trasera y giré en dirección a Dominic. Él seguía esperando como un perro fiel a la decisión de su dueño, por lo que era injusto dejarlo con la palabra en la boca. Miré adentro y observé como el hombre de mediana edad esperaba que subiera para arrancar.
Giré de nuevo en dirección de Dominic, relamí mis labios y solté:
―Estaré bien.
Ajusté mi bolso a un lado y me senté, sin siquiera mirar una vez más en su dirección. Atrapé mis sentimientos en la parte más recóndita de mi interior, donde la luz que brotaba de él no alcanzaría ni siquiera a uno de ellos. El chofer estaba a punto de arrancar, cuando Dominic abrió la puerta delantera y se adentró al auto.
―No irás sola ―farfulló ante las inmensas ganas que sentía de ahorcarlo.
El hombre permaneció en silencio todo ese momento hasta que movió la palanca y arrancó el auto. Todo el hotel se fue alejando de nosotros a medida que al auto transitaba por la entrada y se dirigía a un lugar que aún no debatíamos.
―¿A dónde, señor? ―preguntó el taxista.
Dominic no tenía idea de los lugares que una pareja enojada podía visitar, así que pensó un instante antes de contestarle. No tenía idea de por qué Dominic quería hablar conmigo cuando él mismo se alejó, me evitó durante toda la semana e incluso permitió que hiciera un show en el salón del hotel al dejarme hablando sola.
Dominic aplanó su camisa en la parte delantera, secó el sudor de sus palmas en el jean sobre sus muslos y giró en mi dirección.
―Al parque más cercano.
Bufé al cruzarme de brazos.
―Qué original.
―No quiero ser original —articuló de inmediato—. ¿Quieres hablar? Eso haremos.
Lo miré por el retrovisor y contorsioné el rostro. No quería saber de él en ese momento, pero la idea de arrojarme de un auto en marcha no era tan tentadora como algunas semanas atrás. Solo quería salir de ese hotel y conocer algo nuevo, no cruzarme de brazos todo el camino hasta un parque tan corriente como los de Inglaterra.
Cuando él entró al auto, perdí la fascinación por el lugar. Y aunque el trayecto fue eterno e innumerables pensamientos inundaron mi mente, me distraje con los alrededores. Una extensa cantidad de árboles llenaban las carreteras, adjunto a algunas paradas de autobús, personas que transitaban, una ligera capa de nieve que cubría gran parte de la ciudad y el frío tan escalofriante que se colaba dentro del auto.
No traía chaqueta, así que uní mis brazos para calentarme lo suficiente. Además, la simple idea de pedirle la chaqueta a Dominic, era impensable. En ese instante éramos como el iceberg del Titanic; todos quieren evitarlo, pero al final termina destruyéndote.
Cuando vislumbré las inmediaciones del parque más cercano, noté como la plaza se encontraba solitaria, la fuente contenía agua congelada y las bancas eran cubiertas por la nieve, al igual que los árboles o las farolas. El auto disminuyó la velocidad, lo que me permitió unos segundos para bajar antes que Dominic pagara el monto de la carrera.
Apreté la carne de mis brazos mientras caminaba al centro de la plaza, a gigantescos pasos que nos alejaban uno del otro. Noté una pareja al final de la zona este, más me limité a fijar la mirada en una estatua que se alzaba en el centro del lugar. Mis zancadas no disminuyeron ni un segundo, por lo cual, Dominic se quedó atrás.
―¡Detente! ―gritó en la distancia.
Obligué mis oídos a ignorar esa voz y forcé mis pies a acelerar el paso. Pero aunque intenté caminar lo más rápido posible, Dominic corrió hasta mi lado y me detuvo por un brazo. Me giró con ese simple movimiento y noté como su aliento brotaba en el aire como humo. Estaba cansado por la corta carrera, pero no botó ni una gota de sudor.
―Me lastimas ―mascullé entre dientes.
Al darse cuenta del error cometido, me soltó, aunque la huella de su mano quedó marcada en mi brazo. Me preocupaba un poco esa actitud que tenía hacia él, pero me costaba olvidar todo ese pasado y borrar lo escrito en el cuaderno. Me sentía mejor desde que dejamos de vernos, pero al volver algo extraño regresó con él.
―Tenemos que hablar —balbuceó con la fija mirada en mí.
―¿Ahora si quieres hablar? —repliqué como una novia celosa—. Te busqué todos estos días como una maldita estúpida y tú no quisiste oírme, me entregaste el anillo y te fuiste de la habitación. ¿Crees justo que el dolido ahora seas tú?
Una barba de días comenzaba a salpicar su mentón, junto al largo inusual de su cabello negro. Se veía, en cierta forma, más varonil que algunos meses atrás, pero parte de su personalidad iba incrustada en esa apariencia de niño bonito que muchas mujeres amaban de Dominic Bush. Para mí era un hombre más del montón, sin algo más que un anillo en su dedo anular y la firma que nos convertía en marido y mujer.
Él miró sus zapatos negros, frotó su cuello y regresó la mirada a mí.
―Una parte de mi alma murió cuando te encontré llorando, Kay —soltó entre un quejido de dolor que sus ojos mostraban—. Me sentí culpable por tu infelicidad.
Una oleada de frío azotó las copas de los árboles y movió mi largo cabello, junto a esa sensación de confort que Dominic clavaba en mí. Con él me sentía de diferentes maneras, pero la que más destacabas de entre todas ellas, era una paz que con nadie más logré sentir. Despegué mis labios y dejé que el frío entrara a mi interior.
―No es tu culpa —emití.
Él se acercó los pasos que nos separaban y apartó el cabello de mi rostro. El toque de sus manos continuaba caliente a pesar del clima, pero en sus ojos noté como las lágrimas intentaban salir a sentir la frialdad de sus mejillas.
―¿Qué hago para hacerte feliz? ―Sujetó mi barbilla y me obligó a mirarlo.
Estaba cansada de sentirme sola y atormentada, con pesadillas y lágrimas. Debía hablar con alguien o explotaría como una bomba atómica. Mis energías disminuyeron al toque de sus manos, pero sabía que estaba perdiendo el tiempo en alguien que nunca llegaría a amar de la forma que él quería. Era muy difícil ser honesta en ese instante, pero quería olvidar aquello que me impedía seguir con mi asquerosa vida normal.
Mis ojos bajaron a sus labios y lo anhelé como algunas noches atrás. Solo debía soltar una palabra y todo lo que me impedía ser yo misma caería al suelo.
―Bésame —demandé anhelante.
Dominic no pensó ni dos segundos mi petición. Sujetó mi cintura y acarició mi mejilla con su pulgar. Como en una película de amor, él se acercó en cámara lenta a mis labios y unió su boca a la mía. La intensidad de su beso me mareó algunos segundos, pero la necesidad de olvidar me condujo a suplicar. Él sujetó mi cintura con uno de sus brazos, mientras me elevaba en puntilla y anclaba mis manos en su cuello.
Eso era lo que necesitaba para olvidarme de todo: un beso apasionado.
Dominic se separó de mis labios en un intento por ser caballeroso.
―Kay, debemos hablar ―susurró en mis entreabiertos labios.
―¿No puede ser después? ―pregunté al mantener mis ojos cerrados.
Él suspiró y otra oleada de frío nos azotó. El clima nos patearía el trasero si no buscábamos un lugar donde refugiarnos. De igual forma, Dominic parecía no sufrir por los cambios climáticos, las catástrofes mundiales o la necesidad de su esposa.
―Hace frío ―indicó de nuevo al respirar sobre mis labios y absorber a plenitud la magia del momento―. Debemos regresar al hotel.
Con desdeño, alejé mis manos de su cuerpo y dejé que saliera a la calle en busca de un taxi. Me detuve en el mismo lugar hasta que entendí que no regresaría por mí para continuar lo que hacíamos. En ese momento regresé a la carretera y entré al taxi que él detuvo algunos segundos antes de llegar a su lugar. En menos de cinco minutos estábamos en camino de regreso a la hermosa tortura hostelera.
Subimos el ascensor y caminamos por el extenso pasillo, pero antes de entrar a la habitación, Dominic entrelazó nuestras manos. Ese pequeño gesto fue magnífico, sobre todo porque el calor de su tacto me reconfortaba y alejaba ese frío que sentía.
Ese toque me transmitía el mensaje de que no estaba sola en un momento tan decisivo como ese, que alguien esperaba por mí y me quería tal cual era. Porque, sin importar los esfuerzos que hacía por alejarlo, él siempre regresaba a mi lado. Era como si el destino quería que estuviéramos juntos, aun cuando él mismo nos separó.
Abrió la puerta como todo un caballero y la cerró al entrar. Cuando el seguro estuvo fijo en su lugar, me acercó a su cuerpo y me robó otro fuerte beso. Su lengua se insertó en mi boca, sus manos se enroscaron en mi cabello y el oxígeno nos jugó sucio, pero la sensación que hormigueaba en mi interior no cesó hasta que el enredo de labios nos hizo trastabillar a un lugar que no tocábamos juntos desde algunos días atrás.
―No me canso de ti ―balbuceó al profundizar el beso y conducirme a la cama.
Sus manos se apoderaron del borde de mi blusa, mientras recorría mi abdomen con sus cálidas manos. Quería consumar ese momento tanto como él, pero no se trataba solo de un acto físico o la fricción de piel sudada. Era algo más que nos cambiaría la vida por completo. La necesidad que Dominic pulsaba contra mí, fue suficiente para dejarme llevar algunos minutos, aun cuando algo importante golpeteaba mi cabeza.
―Debo contarte algo —articulé al presionar su pecho y separarnos.
―Luego.
Besó mi cuello y mordisqueó la cima de mi oreja, ideales para debilitar a cualquier mujer con dos dedos de frente, hormonas a mil por hora y cierto tiempo sin acción. Y aunque me hubiese encantado terminar lo que empezamos, la idea principal del momento era hablar como dos personas adultas que podían alejar las hormonas y entablar una conversación importante sobre las circunstancias que afrontaban.
―Ahora —afirmé.
Relamió sus labios, cayó a un lado de la cama y se sentó en el borde. Cuando Dominic veía en mi rostro la importancia de la conversación, dejaba en segundo plano sus propias necesidades viriles y prestaba atención a mis problemas. En parte, era una de las cualidades que más me gustaba en él, junto a su inherente caballerosidad.
No sabía por dónde empezar, pero la parte importante era contarle sobre los sueños que me alejaban de él, aunque una parte de mi ser susurraba que si le llegaba a contar la verdad, me vería como una loca que escapó del manicomio. Aun así, debía afrontar las consecuencias de la verdad y la confianza que debía tener en él. Dominic era mi esposo legítimo y si no confiaba en él por sobre el resto de las personas, en quién lo haría.
Me removí en la cama más de una vez. No me sentía cómoda en esa situación o la posición tan intensa en la que él me dejó, pero tarde o temprano Dominic debía conocer la verdad sobre la mujer con la cual contrajo matrimonio. Quizá después de ello huiría por temor a lo desconocido, pero no por ello dejará de contarle algo tan importante.
―Escúchame primero, sin juzgarme o sacar conclusiones apresuradas.
Él depositó un beso en mi mejilla.
—Me estás asustando —emitió entre risas.
Respiré profundo y apreté una de sus manos.
―He tenido sueños bastante inusuales las últimas semanas. Son sueños muy extraños en donde estoy cabalgando y llego a un bosque desconocido. Ahí caigo del caballo y una persona me lleva hasta una cabaña, donde me abriga y protege.
Dominic frunció el ceño y agudizó su curiosidad. Era algo que le llamaba la atención, aun cuando no lo dijo en voz alta. Le preocupaba mucho mi bienestar, y si le contaba algo como eso era porque me encontraba en una posición vulnerable. No sabía qué hacer con ellos y requería el consejo de alguien más que no estuviese viviéndolo.
―La caída me nubla la visión y no puedo ver el rostro de la persona que me salva de morir allí. Siento su familiaridad, como si lo conociera de toda mi vida, pero no lo reconozco entre tanta oscuridad. ―Tragué saliva―. Cada noche durante las últimas semanas he soñado la misma imagen. Poco a poco se esclarece, pero aún no sé quién es.
Rascó su barba con la mano libre y movió la manzana de Adán.
―¿Crees que sea un presagio? —preguntó.
―No sé qué creer o pensar. Solo sé que despierto bañada en sudor cada noche y no tengo idea del porqué. Creo que son experiencias suprimidas o una especie de Déjà vu que no me deja en paz. Es como una maldición que no puedo apagar ―susurré al Dominic sujetar y besar mis manos―. No quiero seguir soñándolo, Dominic.
Él permaneció el silencio el tiempo suficiente para formular otra pregunta.
―¿Lo has hablado con alguien?
Negué con la mirada hacia abajo.
―Eres la única persona que lo sabe —musité.
Él alzó mi rostro con su pulgar y acarició mi mejilla con la misma dulzura de siempre. Me creyó cuando todo estaba en mi contra, desde el inicio de la historia. Eso solo comprobaba que Dominic me quería tanto o más de lo que siempre me decía cuando hablábamos. Ese hombre me amaba aun cuando sonaba igual a una loca demencial que estaba lista para entrar a un manicomio y atarse a una camisa de fuerza.
―Conseguiremos una solución ―aseguró reconfortante―. Mi madre conoce una médium que tal vez nos ayude. Ella vive en una parte de Inglaterra. Podemos buscarla.
En ese instante caí en cuenta que quizá eso me ayudaría, pero siempre fui escéptica con cuestiones espirituales, demoniacas o angelicales. No creía en nada que no viera con mis propios ojos, tocara con mis manos o sintiera en mi piel. Sabía que existía un cielo y un infierno, pero no creía en la magia o las presencias paranormales.
―No es correcto —negué ante la nefasta idea—. No necesito hablar con una bruja que me dirá que un demonio hambriento de sangre me persigue. Es la típica historia de siempre, Dominic, y no pienso caer en su palabrería barata.
Dominic movió la cabeza ante mis palabras.
―Por Dios, Kay.
En ese preciso instante descendió de la cama y buscó las maletas sobre los sofás. Comenzó a descolgar la ropa del armario y guardar los misceláneos en los compartimientos de la valija, antes de levantarme de la cama y colocar las manos en mi cintura como acto de rebeldía ante su demencial propuesta.
―¿Qué haces? ―inquirí al caminar a su lado.
Regresó su mirada hacia mí y respondió determinante.
―Nos vamos.
Dominic me abrió los ojos a un nuevo mundo; uno tan hermoso como trágico.

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Estoy confundida en algunas cosas, el porque se enojo Dominic ,porque la dejo sola...porque Kay se enojo... porque enojaron...

Relee el capítulo 9. Tuve un error de capítulos y repetí el 11 en el 9. Cuando lo leas de nuevo entenderás.

no sé que comentar, pero tenga un comentario joven :v ya puedo ser feliz porque ahora entiendo todo.