Los rayos del sol impedían que abriera los ojos, por lo cual, coloqué las manos sobre mi rostro y evité el fulgor. Caleidoscopios se formaron al abrirlos y notar como los rayos de luz pura impactaba la lámpara del techo y reflejaban distintos colores de luz.
—Buenos días, Alteza —saludó Tessa.
Bostecé mientras me estiraba en las mullidas almohadas. Dilaté los perezosos brazos que se negaban a despegarse de la cómoda cama y regresé el saludo.
—Buenos días, Tessa. ¿Qué hora es?
—Las siete en punto —respondió. Preparaba el baño y mis artículos de aseo personal—. Su madre la espera para desayunar. ¿Le preparo su atuendo?
—No. Quiero sentirme útil, Tessa.
Tanteé el frío piso con la punta de los dedos antes de sentarme en la orilla de la amplia cama. Despertaba como una boba, enloquecida de sueño, caminaba como un zombie por toda la habitación y deambulaba como si el alma abandonara mi cuerpo en la noche y regresara al ingerir el primer sorbo de café del día.
Estiré mis brazos de nuevo y escuché como crujían los huesos de mis dedos.
Envolví mi cuerpo en la toalla, inserté los íes en las pantuflas rosas y me dirigí al baño. Caminé arrastrando los pies hasta la baldosa, donde un inmenso espejo reflejó ese rostro poco amigable de las mañanas. Coloqué las manos sobre el lavado y bostecé.
—Buscaré mi ropa hoy, Tessa —comenté a la ligera.
—No me molesta hacerlo, Princesa.
—Lo sé —susurré mientras la alejaba de mi lado.
Al salir, Tessa arregló el desorden de cama y dejó todo ubicado en un lugar estratégico, desde la primera almohada hasta el cubrecama.
Busqué un vestido violeta claro de tirantes, perfecto para el húmedo y caluroso día. La prenda era corta y fresca, ideal para afrontar el calor de esa asquerosa mañana. Humecté mi cuerpo con abundante crema y le permití a Tessa aplicar sus habilidades estilistas en mi cabello al crear una hermosa trenza en un par de simples pasos.
Alguien entró de pronto a la habitación y observé su rostro a través del espejo.
—Gracias a Dios estás levantada —bufó Stella, lista para batallar ese día conmigo; mi penúltimo día de soltería—. No quiero bajar a desayunar sola. Tendría que soportar las penetrantes miradas de tus invitados, o las de tu madre.
—¿Qué traes puesto? —pregunté en murmullos.
—Jeans —respondió con las manos en los bolsillos de la sudadera.
Mis ojos vagaron por su atuendo poco convencional. Llevaba una sudadera más grande que su cuerpo, pantalones de media pierna y unas converse.
Lucía bien, pero no era apropiado dentro de la mansión, menos para la mejor amiga de la princesa más respetada de Inglaterra. A mi madre le daría un soponcio si la veía vestida así y la criticaría hasta morir. Negué un poco con la cabeza, regresé la mirada al espejo y expresé aquello que pensaba sobre su inapropiado atuendo.
—Mi madre te matará a críticas.
—Dile que no me importa —comentó al extraer un iPhone de su bolsillo y un par de auriculares, antes de desplomarse al sillón y colgar las piernas del posa brazos.
Tessa rehízo los risos que se formaban con naturalidad en mi cabello, uniéndolos en una sencilla trenza que terminaba como una coleta de una película animada. Ella acariciaba de una forma tan suave mi cabello, que su toque provocaba que mis párpados se sintieran pesados, bostezos salieran de mi boca y unas inmensas ganas de acostarme me paralizaran por completo. Tenía un fuerte poder de convencimiento en sus manos.
Regresé la mirada a Stella.
—Dime que te cambiarás.
—¿Por qué, Kay? —preguntó con los auriculares en sus manos—. ¿No soy lo bastante elegante para tu nueva familia?
—No es eso, Stella. Lo sabes.
Se lanzó del sofá y, con rapidez, se arrodilló ante mí. Colocó sus manos en mis piernas, acarició la piel bajo el fino y costoso vestido, y fijó su mirada en mí. Comenzaba a creer que Stella estuvo en una escuela de monaguillos o algo similar, porque amaba estar arrodillada y soltar su palabrería de autoayuda. Profundizó su mirada en mí y dejó las palmas de sus manos grabadas en mis rodillas.
—La chica que dejé siete años atrás en este maldito lugar, le habría importado un cacahuate lo que las personas pensaran de ella o su atuendo. ¿Qué pasó con esa chica, Kay? ¿Qué pasó con la divertida que hacía cualquier cosa sin mirar atrás?
—Desapareció —finiquité.
Tessa permaneció callada, como una grabadora de una sola entrada. Nunca hablaba si no se le permitía y grababa todo como una cinta de casete.
—No te creo —connotó Stella al tocar la tela del vestido que caía sobre la silla—. Solo la opacaste con joyas, personas que nunca te agradarán, y finos vestidos.
—Soy diferente ahora, Stella. Me casaré —comenté—. Debo cambiar.
—Ahora hasta hablas como tu madre —confirmó. Compararse con la reina en esas tierras era un severo insulto, así que me ofendió—. Nadie puede hacerte cambiar.
Stella emergió del suelo y empujó a Tessa con la cadera, provocando que soltara el cabello que acicalaba con tanta suavidad. Stella sujetó con fuerza los mechones que Tessa me molestó en suavizar y batió las puntas del cabello. Fijó esa oscura mirada en mí, a través del espejo, condenándome a una vida sin ella.
En parte mi mejor amiga tenía razón. Había cambiado. No era la misma niña que se quedó en la mansión siete años atrás, cuando éramos inocentes del mundo. Todo ese tiempo me formaron, entrenaron y prepararon como a los mejores asesinos seriales, dispuesta a aniquilar lo que se interpusiera entre la corona y yo. Mi madre inculcó eso en mí y era como el infierno despegarme esa mentalidad de la cabeza.
—Eres una rosa marchitándose, Kay —comentó—. Esta no eres tú.
Sus ojos me rogaban una última aventura antes de abordar el barco de la tristeza. Deseaba que subiéramos una vez más la montaña rusa de las travesuras, las locas aventuras que no planeábamos o los épicos momentos que vivíamos. Pero seguía manteniendo ese emblema de la estafa de mujer que era.
Siete años atrás, cuando Stella se marchó a Australia, la situación que manejaba no se había suscitado. Éramos dos aves en pleno vuelo, libres y felices, sin más preocupaciones que la brisa que azotaba nuestras alas. En su ausencia una tormenta quebró una de mis alas, refugiándome en un lugar seguro, esperando que la fuerte tormenta no regresara y quebrara mi única ala buena.
Stella seguía en ese viaje, mientras yo me refugiaba de la brisa.
Llegó un punto en el que no me atrevía a mirarla durante más tiempo. Me lastimaba con esa dura mirada que dejaba sobre mí. No todo lo sucedido era mi culpa, pero una buena parte de ella recaía en mí y la elección que marcó el resto de mi vida, cercenó ese futuro que dibujé para mí y rompió mis ilusiones. Su reflejo era de alguien que aguardaba esperanzas, aun cuando las mías quedaron en las botas de montar.
Mi mirada la siguió hasta el armario, mientras observaba como abría ambas puertas, colocaba las manos en su cadera y descansaba su cuerpo en el pie derecho.
—¿Dónde esta tu ropa normal? —inquirió enfrentándome.
—La doné hace un par de años.
Tessa se encontraba en la esquina de la habitación. Esperaba que terminara la riña con Stella para volver a su trabajo. La observé por el espejo y señalé que regresara y terminara lo que hacía en mi cabello. Stella notó la presencia de Tessa, por lo que regresó y giró la silla con ambas manos, encarándome como un felino salvaje.
La sorpresa solo me permitió expresar:
—¿Te has vuelto loca?
Me comenzaba a exasperar su neandertal modo de arreglar las cosas. Sus ojos me decían todo lo que su boca no podía, pero sus manos continuaban aferradas al metal de la silla y lo apretaban al mismo tiempo que la mandíbula con sus dientes.
—Vuelve, Kay —chilló con fuerza—. ¡Vuelve en sí!
—No puedo —susurré.
Stella bajó la cabeza y suspiró con pesadez. Con prontitud, levantó la cabeza, batió los mechones de su corto cabello y fijó su atención en Tessa, pidiéndole que nos dejara solas. Ella, regazada cerca de la cómoda, hizo su habitual reverencia y se alejó de aquellas mujeres que poco a poco comenzaba a perder la cabeza por utopías del pasado.
—Ahora que estamos solas, cuéntame qué es lo que sucede.
Moví los hombros y socavé esa actitud que tanto odiaban. Mi madre odiaba que optara esa postura, comentando que solo los criminales y las personas que no buscaban entablar una conversación formal, se encogían de hombros para obviar las claras respuestas. Lo mío era por instinto natural, no para ocultar evidencia policial.
—No hay nada que decir —finiquité al torcer el vestido entre mis dedos.
Stella sujetó mis manos y mordió la parte interna de sus labios.
—¿Quieres quedarte a envejecer encerrada en estas viejas paredes, o quieres ver el mundo que te pierdes afuera? —Apretó su agarre—. Kay, el planeta no se detendrá a esperar que arregles tu corazón y decidas salir a explorarlo. Hay una infinidad de cosas por ver, personas que conocer o emociones que sentir allá afuera. No te quedes aquí a lamentarte y vagar como un fantasma en estos desolados pasillos.
Esas palabras calaron en lo más profundo de mí ser y encendieron una llama que creía extinta muchos años atrás. Esos ojos me suplicaban solo una aventura más, pero estaba en mi decidir si dejaría que Stella me arrastrara a alguna de sus locuras o seguiría siendo la niña buena que mi madre educó a punta de regaños, malos tratos y castigos.
—Por favor, Kay. Salgamos.
—No podemos salir —farfullé.
—Claro que sí.
Bajé la mirada y solté:
—Quieren matarnos, Stella.
—¿Qué? —Estaba congelada e impresionada—. ¿Quiénes?
—Los Rebeldes. Se niegan a coexistir con nosotros o vivir bajo el mandato de mi padre —le expliqué al intentar buscar esa salida fácil. No quería perturbarla con la pesada información, pero era tiempo de desahogarme con alguien, así fuera ella—. La última vez que salimos atacaron el auto. Nos escapamos de milagro.
Su expresión de sorpresa no cambió, pero entreabrió un poco más los labios.
—¿Por qué no me lo habías dicho?
—Acabas de llegar —mascullé acariciando su corto cabello—. No quiero preocuparte. Además, estamos custodiados las veinticuatro horas del día. Esto es una fortaleza, Stella. Nadie entra o sale de esta mansión sin que los guardias se enteren.
Frotó su frente y deambuló alrededor unos segundos; supuse que pensaba la manera ideal de escarparnos de allí sin ser vistos o puestos a prueba por mi madre. Marcó el piso con sus zapatos, dejó sus pensamientos regados por toda la alfombrilla e insertó las manos en su sudadera. Stella no era la clase de persona que aceptaba un no por respuesta, menos cuando se trataba de la mujer que fue su mejor amiga de la niñez.
—Hay que hacer algo —comentó al final.
—Puedes venir conmigo a montar.
—¡Sabes que no tolero esos animales! —vociferó al elevar las manos.
Recordaba con claridad cuando inicié mis clases de montar, ocho años atrás. Le rogué a Stella que me acompañara y aprendiera conmigo, logrando que saliera de su burbuja de locura. Al principio, cuando solo tocábamos los animales o veíamos como los otros montaban, fue maravilloso. La tarde que nos tocó subirnos por primera vez a un caballo, el de ella se movió algo violento y la arrojó al suelo.
De allí en adelante juró no volver a acercarse a ninguno nunca más, cumpliendo su palabra al pie de la letra. Podían mostrarle hasta una serpiente, pero nada le aterraba más que un caballo y los estratégicos movimientos que usaban para matarla.
Sus ojos perdieron enfoque unos segundos. Sabía lo que significaba eso. Una brillante, aparatosa y nada bonita idea se había formado en su pequeña cabecita.
—Vamos a mi habitación —agregó de pronto antes de sujetar mi brazo.
Abrió su puerta, se acercó al sofá que sostenía su maleta y buscó entre sus cosas algo que usar como camuflaje. Al final extrajo un jean, camisa de botones y un chaleco.
—Colócate esto —demandó al lanzarlos sobre mí.
Por suerte las atrapé en el aire y revisé como si fueran de otro mundo.
Comenzaba a entender hacia donde se dirigía todo el asunto, lanzándolo de regreso a la cama. No seguiría el juego de Stella una vez más, menos con la boda tan cerca. Cualquier error pondría toda mi vida en desequilibrio. Y aunque anhelaba salir de allí, Stella llegó demasiado tarde, cuando no existía escapatoria a mi destino.
Stella observó la ropa en la cama y creó una pregunta con la mirada.
—No. Ni creas que me escaparé contigo. Es imposible.
—Nada es imposible —replicó al apretar la ropa a mi pecho—. Colócatela.
Suspiré de frustración, y entré al vestidor. No le seguiría el juego, pero si me pondría algo diferente al vestir habitual. Abrí la cremallera del vestido y arrojé al piso. Me coloqué el jean, la camisa y la abotoné hasta arriba. No me observé en el espejo por la rapidez de salir de una vez, pero sí noté las botas marrones que buscaba en el piso.
—¿Feliz? —indiqué con los brazos abiertos, esperando que me mirara.
Se acercó a mí con el ceño fruncido y lanzó sus manos a los botones de la camisa.
—¿Tienes ochenta? —Desabotonó unos cuantos y recogió las botas.
Antes de recibir una de sus amenazas, inserté los pies en las botas y me coloqué de pie. Los dioses nos bendijeron creándonos casi idénticas. Poseíamos la misma talla de ropa y zapatos, lo que nos facilitaba compartir calzado cuando éramos niñas.
Stella me condujo al espejo de la esquina y señaló a la nueva mujer frente a mí.
—Mírate.
Quedé pasmada al verme en los ajustados jeans, la suelta camisa, chaqueta y botas. Tenía una imperfecta combinación al estilo vaquero, lucía un poco más joven de lo que era y una luz diferente brillaba en mi rostro. Sonreímos al vernos juntas; una junto a la otra. Stella reposó su mentón en mi hombro izquierdo y acarició mi brazo derecho.
—Algo más —emitió antes de soltar la trenza en mi cabello y lanzar todo esos mechones como una cascada sobre mi espalda y hombros—. Perfecta. Ahora vámonos.
La sujeté del brazo y apresé en la habitación. Real nerviosismo corría por mis venas y formaba un sentimiento no experimentado en años: libertad. Stella siempre decía que la adrenalina hacía milagros, pero también era una increíble maldición que debía tratarse con cuidado. En ese momento me sentía como un perro a punto de bañarse.
—No estoy segura de esto, Stella.
—Cálmate —susurró—. Todo saldrá bien. Tengo un plan. Solo confía en mí.
—Confió en ti. Es en tus planes que no confió.
Subsistí rehacía al principio, pero extrañaba demasiado salir de allí, sentir la libertad de la calle en mi cuerpo o caminar por una acera sin preocupaciones. Deseaba tener un día diferente, subir una empinada montaña, elevarme en unas escaleras mecánicas, flotar en un barco en alta mar o sentarme en una plaza a ver las personas pasar.
—Quiero un día diferente —consumé.
Stella sonrió al tiempo que enarcaba una de sus cejas.
—La coraza se agrieta, Alteza.
Golpeé su brazo antes de devolverle la sonrisa.
—Eres una muy mala influencia —añadí al sujetar su codo—. ¡Vámonos!
Movió los brazos en señal de victoria y se alejó para buscar algunas cosas necesarias en su inmensa maleta de viaje. Insertó una bolsa preparada en la mochila que colgó en su hombro, abrió un poco la puerta antes de salir y observó el corredor principal.
Stella fue la primera en abandonar la prisión, cerciorarse que no hubiese nadie en los pasillos. La seguí muy de cerca y traté en lo posible de no provocar ningún ruido al caminar sobre la alfombrilla con tacones de aguja. Éramos como dos adolescentes que salían de noche a sucumbir ante algo ilegal. La diferencia distinguible recaía en que no éramos dos adolescentes ni cometeríamos algo ilegal; solo queríamos salir algunas horas de la mansión y provocarle un infarto fulminante a mi madre.
No tomamos las escaleras principales, debido a que ello levantaría sospechas. Solo seguimos un antiguo pasadizo que mis ancestros crearon para escaparse en las noches.
Mi corazón galopaba sin cesar por la corriente de nervios y adrenalina presentes en el torrente sanguíneo, los cuales aumentaban la agudeza en los sentidos. Y, a pesar que mis piernas flaquearon y gotas de sudor bajaron por mi espalda, me sentía viva por primera vez en mucho tiempo. Estaba emocionada por hacer algo indebido, extasiada del peligro que rondaba en cada rincón, y agotada de aguantar desaires de mi madre.
Caminamos a la derecha, como un sigiloso gato al asecho de un ratón de cocina. Claro, cabe destacar, que un silencioso gato no habría cometido el error de tropezar con una persona indebida que le aplastaría la cola o arrojaría agua helada en la espalda.
Sin previo aviso, cuando la adrenalina brotaba temblor en mi piel, me estampé de golpe contra el endurecido pecho de Drake. Él, con una inherente e incómoda velocidad, sujetó mi cintura con una de sus manos y evitó un inesperado desplome total al suelo.
Nos miramos perplejos, intrigados por el misterio que escondía los ojos del otro.
¡Diablos! Tendríamos un testigo del escape que no dudaría en delatarnos, aunque comenzaba a confiar en Drake, aun cuando no lo conocía y era una persona más de los que esperaban un intachable comportamiento de la princesa de Inglaterra.
—Lo lamento —susurré sobre su pecho y fijé la mirada en sus hermosos ojos.
Drake me soltó y regresó a mis pies, mientras mantenía las miradas juntas, ese brillo en sus ojos y el aroma de su agradable perfume danzando entre ambos.
—Descuida —indicó él un tanto perturbado por la sorpresa y la fricción.
Stella regresó a nuestra posición y elevó un dedo a sus labios en señal de silencio. Me señaló que el lugar estaba despejado y debíamos seguir el camino a la libertad.
Drake miraba la extraña escena como un espectador confundido. De hecho, siendo la tonta chiquilla de siempre, quería explicarle la situación, pero escuchamos susurros en el corredor noreste y abandoné la idea de rendir explicaciones. Él estaba frente a mí, paralizado, por lo que fue sencillo sujetar su mano y arrastrarlo a la aventura.
Él no preguntó nada, solo nos siguió el juego como un miembro más del equipo.
Rodeamos el comedor, la cocina y la sala principal, bajando por la puerta del servicio de limpieza. Estaba retirada de todo lo principal y conectado al área externa de la mansión. A esa hora de la mañana, la mayor parte del tiempo, se encontraba despejada, pero aun así, Stella, una experta en camuflaje, verificó el entorno.
Nerviosa, miraba en todas las direcciones y esperaba no encontrar alguien que nos detuviera. Anhelaba ese escape más que respirar, así que haría lo que fuera por él.
Drake no soportó más el misterio y preguntó:
—¿Qué esta pasando? —Moví la cabeza en negación ante su pregunta.
Nuestros apresurados pies corrieron a la cochera y observamos alrededor.
—Espera —le susurré a Stella para que se detuviera.
La puerta de la cochera estaba cerrada con llave, así que la libertad se tornaba un poco más lejana. Por suerte, sabía dónde escondían el pase de nuestra salida.
Ocho autos de diferentes marcas y modelos, se encontraban estacionados en la amplia cochera, aclimatados ante el concentrado calor exterior. Debajo de la alfombra principal, en la esquina norte, se escondía el control remoto que abría la puerta principal. Lo sabía, porque un día noté como el chofer se inclinaba y lo buscaba.
Drake y Stella esperaban silencioso, mientras levantaba la alfombra, deslizaba la mano por el caliente suelo y tanteaba el pequeño plástico. Al sostenerlo entre mis manos, presioné el botón del centro y elevé de forma automática y secuencial, las tres puertas que adornaban la entrada y salida de todos los autos de la mansión.
Pulsé el botón de nuevo cuando la abertura era la apropiaba para salir, les hice señas con la cabeza para agacharnos y pasar como tres soldados en entrenamiento por la estrecha separación que dejé entre el suelo y la puerta de metal.
El sol del exterior nos impactó, pero los bosques que adornaban las áreas laterales de la mansión, se abrían paso a doscientos metros de nuestra posición y el destino se escondía al otro lado de la espesura de los árboles. Pulsé de nuevo el botón y lancé el control lo bastante rápido, antes que la puerta se cerrara por completo.
Corrimos como si fuéramos la carroza del infierno, nos abrimos paso a través de los árboles y chocamos contra cada rama que se atravesaba en el camino. Era un momento para la historia de las escapadas para mí, siendo el último escalón que faltaba.
Mis pies comenzaron a fallar cuando estábamos llegando al cercado. Respiraba de forma entrecortada y no soportaba tanto ahogo y presión en el pecho. Stella tomó la delantera en toda ese transitar, y se detuvo faltando poco para la cerca principal .
Ella era una atleta. Le encantaban los deportes y escalar montañas. Correr unos cuantos metros no era dificultad para su metabolismo, mientras el mío se ahogaba en su propio jugo. Incluso llegué a pensar que se me había reventado una vena del ojo.
Los arboles permanecían quietos, con el viento arrollador por completo ausente.
Tuve nauseas al llegar al cercado, siendo imperativo agacharme, apoyar las manos en mis muslos y ahogarme en mi propio cansancio. Como último intento para terminar el ahogo, abrí la boca y esperé que el aire penetrara con más fuerza e intensidad entre mis labios, calmara el dolor en mi pecho y mitigara las entrecortadas respiraciones. Las piernas me temblaban y un denso sudor cubría todo mi cuerpo; era como un puerco.
Drake apoyó una mano en mi espalda, en un sutil sube y baja sobre mis pulmones. Puntos negros inundaron mi visión, lo que requirió unos minutos para estabilizar de nuevo todo mi sistema. Necesitaba recargarme, como una batería de sol.
—¿Estás bien? —preguntó su entrecortada voz.
—Sí —respondí.
Stella buscaba una manera de salir sin alertar los guardias, mientras yo descansaba bajo la sombra de un árbol y respiraba profundo. Cuando mis sentidos regresaron a la normalidad, pude notar lo elegante que estaba Drake.
Un traje hecho a medida azul oscuro, corbata del mismo color y camisa blanca, acompañaba a unos mocasines negros, la sempiterna barba y esos ojos hermosos verdes que me hipnotizaron desde el primer instante que lo vi en el comedor de la mansión. Sus lámparas se tornaban aún más verdes bajo la luz del sol y podía pasar como un modelo de marcas prestigiosas, sin siquiera quitarse la ropa o emitir una sonrisa.
A pesar que tenía ligeras gotas de sudor en su rostro, Drake sonreía como un enamorado. No sabía si se trataba de diversión por la poca resistencia de la princesa o le causaba gracia la inventada aventura a la que fue arrastrado sin siquiera preguntarle.
—¿Qué es tan gracioso?
—Usted, Princesa —articuló al enarcar una ceja—. ¿Escapando de la mansión?
—No estoy escapando —contesté—. Es solo una ligera fuga.
Movió los labios en otra sonrisa y asintió para sí mismo.
—Claro.
No podía borrar esa sonrisa de su rostro ni con detergente, sobre todo, porque lo tornaba aún más apuesto de lo que era. Alguien debía arrojarle un bloque y dañarle una parte del rostro, así no presumiría su belleza ante el resto de los hombres.
Stella arribó e intensificó sus habilidades de espionaje.
—Hay dos guardias al oeste y tres al norte —articuló sudorosa y afectada por severas fallas cardiacas y de oxigenación—. Toca el plan B.
—¿Cuál era el A? —inquirió Drake.
Considerando que nunca nos contó el plan, tuvimos que preguntar en qué nos estábamos metiendo con esa chiquilla. Stella descendió a la grama y se sentó junto a mí.
—El plan A era golpear a los guardias, amordazarlos y obligarlos a dejarnos ir.
Inexpresiva esperé que hablara en sentido figurativo, pero al paso de los minutos entendí que no era broma de mal gusto. El plan original de Stella se componía en golpear a unas personas inocentes y obligarlos, como si fuéramos unos criminales, a dejarnos escapar, cuando podíamos salir y ordenarles no decirle nada a la reina.
Rasqué mi mentón, toqué la hierba en el suelo y pregunté:
—¿Sabes que podemos salir verdad? No estamos en prisión, Stella.
Drake río a lo bajo y recibió una de las fuertes miradas de Stella.
—¿De qué te ríes? —preguntó molesta, antes de regresar la mirada a mí, señalarlo y agregar en tono severo—: No debería estar aquí, Kay. Solo nos estorba y retrasa.
—Me arrastraron a su aventura. ¿Recuerdas? —comentó mientras remarcaba la palabra aventura con comillas imaginarias.
Stella regresó de nuevo la mirada a mí y frunció el ceño; le saldría una arruga.
—¿Por qué lo trajiste?
Ella me culpaba, como si Drake fuera un rehén. Él se inmiscuyó por su propia cuenta, bajo su sano juicio y sin presiones de nadie. Era muy sencillo quedarse en el lugar donde lo vimos, aun cuando mi mano lo arrastró a la aventura. Él nunca mostró una mala expresión, comentó algo fuera de lo ordinario o gruñó querer marcharse.
Estaba allí, con nosotras, porque también quería algo diferente a tomar el té o jugar golf con mi padre. Quizá donde vivía no tenía las aventuras que nosotras le ofrecíamos, o solo era un joven que no quería pasar un día más encerrado en cuatro paredes de mármol, con sirvientes, tés o las miradas inquisitivas de la comitiva de la mansión.
—¿Cómo saldremos? —le pregunté.
—Tendremos que saltar el cercado —emitió como lo más normal del mundo.
Drake y yo nos miramos en señal de negación.
—No —dijimos al unísono—. Nunca en la vida.
—Eso o quedarnos aquí. —Stella se cruzó de brazos—. Ustedes deciden.
Un silencio aterrador se suscitó a continuación.
No queríamos quebrarnos ante una chica de brazos cruzados, pero no teníamos muchas opciones. Habíamos cruzado medio océano y no sería justo morir llegando a la orilla. Lo correcto era seguir navegando, aun cuando las aguas se volvieran violentas, los cielos se oscurecieran por cientos de tormentas o los guardias nos detuvieran.
Suspiré resignada y solo asentí ante ella. Moví la mirada a Drake, dispuesta a convencerlo si se resistía. En ese momento no sabía por qué, pero ese hombre guardaba algo que dañaría por completo mi estabilidad emocional: un oscuro secreto.
—¿Vienes? —le pregunté.
Él permaneció en silencio, con la mirada de una a la otra. Se encontraba en un momento de indecisión, igual que yo. Si cometíamos un error o pisábamos en falso, la bomba nuclear se detonaría en horas, la prensa nos cometía vivos, la vena en la frente de mi madre explotaría y esa reputación que me precedía se derrumbaría en minutos.
Quizá lo único bueno de todo ella era que Dominic no se casaría conmigo.
Stella, la mujer de poca paciencia, preguntó de nuevo:
—¿Entonces? ¡No tenemos todo el día!
Stella podía ser irritante en ocasiones, pero la mayoría de las veces era un amor.
Drake desabotonó su chaqueta, aflojó la corbata y arrojó ambas al suelo. Desabotonó las mangas de la camisa y enrolló hasta los codos, liberándose de esa marquesina que lo catalogaba como un ejecutivo o algo similar. En pocos minutos el hombre elegante se convirtió en un chiquillo de revistas teenager, alborotador instantáneo de hormonas.
Fue toda una exhibición a la vista. Sin la chaqueta la musculatura quedaba al descubierto, los bíceps se marcaban a través de la camisa blanca… y me encantaba.
Stella no se inmutó en lo absoluto, solo mostró cierta pereza y un me da igual.
—No le veo el caso, pero bueno —articuló Stella hacia la cerca.
Sin pensarlo dos veces, Stella colocó el pie derecho en las enredaderas del cercado, sujetó una de las ramas para impulsarse y subió como un mono. Trepaba como toda una experta y comenzaba a sospechar el lugar donde se encontraba Stella durante esos años.
Drake dobló la ropa y la ocultó bajo uno de los frondosos árboles. Esperé que terminara y corriera de nuevo a mi lado, pero en mis ojos notó la indecisión del momento aflorar por toda mi piel. Él sonrió de forma encapuchada y ofreció su ayuda.
Unió ambas manos y me indicó que colocara mi pie sobre ellas y subiera. El cercado media un aproximado de cinco metros. Mi garganta se trancó al observar el enorme muro detenido frente a mí, imponiéndose ante mis miedos y fracasos.
Me apoyé en las manos y hombros de Drake e intenté trepar lo más rápido posible, quemándome las manos en las calientes enredaderas. El sol con su intensidad carbonizaba mi lozana piel, dejándome tan achicharrada como una catira en la playa. Tenía que haberme cubierto de bloqueador solar hasta las pestañas.
Stella llegó arriba tan pronto, que obligué a mis músculos subir con mayor rapidez, pero me detuve un momento a mirada y encontrar el impulso en alguna parte de mí ser. Cuando elevé de nuevo la mirada, Stella ya no estaba; había saltado como una ardilla.
Las botas provocaban que mis pies se enredaran entre las ramas y tardara más de lo debido en llegar a la parte alta de la misma. Drake escalaba a mi lado, a mi paso, acompañándome a la par por si algo malo sucedía. Suponía que estaba allí por si, en caso extremo, me resbalaba o terminaba esquebrajada tras una aparatosa caída.
Con los brazos adoloridos y las manos ardiendo como una olla sobre el fuego, llegué arriba, me sostuve de la pared y subí una pierna para sentarme a horcadas sobre la amplia orilla. Ella estaba abajo, con la mochila en su hombro y la mirada alzada.
—¿Lista para saltar? ―preguntó desde abajo.
Moví nerviosa la cabeza.
Drake se lanzó de pronto y logró un aterrizaje perfecto para alguien sin entrenamiento. Se levantó y sacudió los pantalones, como si nada hubiese ocurrido en tan solo un par de segundos atrás. Yo veía la altura y una angustia recorría mi estómago, pensando en más de dos mil maneras de morir si caía de una manera errónea.
—Estarás bien —confirmó Drake al abrir los brazos—. Te atraparé.
—¡Solo lánzate! —gritó Stella—. Se nos hace tarde.
La notaba nerviosa, con la mirada en todas las direcciones. Regresé la atención a Drake y observé cómo aún mantenía sus brazos abiertos, esperando por mí.
—¡Confía en mí! —exclamó él.
Sus ojos verdes me veían con ansiedad e intensidad, decidiendo, en un momento de locura, confiar que los fuertes y seguros brazos de Drake me atraparían.
Respiré con todas mis fuerza y recé en silencio para que el suelo no me atrapara y destrozara cada hueso de mi cuerpo. Y así, sin pensarlo más veces de las necesarias, me lancé al vacío como un ave aprendiendo a volar, a la espera de no fallar.
Capítulo 3 | La metamorfosis de Kay
Desperté cuando Tessa corrió las cortinas anunciando el amanecer.
Una importante reflexión nos regala con este buen post mi estimada @aimeyajure. Saludos ; )
Gracias ♥
Siempre es bueno leer historias como esta, que nos inviten a la reflexión, muy buena!!
Te invito a seguirnos y votarnos, saludos♥
Gracias por apoyar.
Y claro, cuenta conmigo ♥
Me gusta mucho tu historia sigue así.
Gracias ♥
Un abrazo.
¡Dioooooooos! Amé este capítulo 😍😍😍 jajajajajja también me ahogue mientras lo leía en la parte la vena ocular 😂😂🙈 Drake es hermoso, quiero un Drake en mi vida 😍😍💜 es tan sexy, masculino, caballeroso, hermoso, perfecto y estoy segura que huele delicioso. Ya quiero leer otro capítulo pronto 👐
¿Ya lo oliste?
Jajajaja
No, pero tengo ganas jajajajajaja si así es físicamente, estoy segura que su olor es delicioso.
Me encanta la frescura y expontaniedad de Stella y que arrastre a Kay a la aventura sin ver más allá las consecuencias que traran en el futuro de Kay y Dominic.
Aime, acabo de notar que te gusta fantasear con mutilar a tus personajes xD
Puedo ver que Kay siente más atracción hacia Drake que a Dominic y en cierta manera me siento mal por Dom :(
No sé por qué, pero me gusta.
Soy una de las que ya leyeron este primer libro, pero no daré ninguna información porque se perderían cada paso de Kay y sus aventuras, así que sólo diré que le presten mucha atención porque no es la típica princesa indefensa, poco a poco irá demostrando lo que su fuerza interior es capaz de hacer :)