—Tiene varios, pero solo dos son vulnerables —replicó Reed al abrirse de piernas y soltar las cenizas de su habano sobre la grama—. El primero es su esposa. Le tiene un cariño inmensurable, aun cuando pasa la mayor parte del tiempo de viaje. El segundo es un poco más pequeño, pero creo que la quiere más que a su esposa.
¿Nicholas tenía una niña? Eso que Reed me comentó dejó ruido en mi cabeza. Hasta donde sabía era un hombre solitario, pero tras enterarme que estaba casado con una hermosa mujer, me resultaba imposible que tuviese una hija. Por esos instantes olvidé verlo con una niña en la feria, por lo que no era tan inverosímil que tuviese descendencia. Quizá seguía pensando que era el suicida de la cárcel.
Justo cuando abrí la boca para replicar, Marcos intervino.
—Si quieres podemos ir esta misma noche. Llegaríamos al amanecer.
No pensaba alejarme de mi casa tan pronto, pero necesitaba sentir que estaba cerca de consumar mi venganza. De un tirón me levanté de la silla, rocié el resto de la cerveza sobre la grama y arrojé la botella al bote de basura. Reed y Marcos entendieron el mensaje, por lo que se encaminaron adentro a buscar un par de chaquetas y algunos documentos personales. En menos de cinco minutos, estábamos en la carretera.
Manejé toda la noche por las direcciones que Reed marcaba en el GPS. Marcos durmió un rato en el asiento trasero del auto, mientras nosotros nos enfocábamos en mantenernos a un límite de velocidad razonable. Varios policías se encontraban patrullando las orillas de la carretera a esa hora de la noche, y en medio de la interestatal encontramos un control de tráfico. Bastó con mostrar las identificaciones para que nos dejaran ir; no tenían nada en nuestra contra, no éramos los más buscados.
Poco antes de rayar el alba, entramos a Memphis. Era una ciudad pintoresca, con muchos carteles coloridos fuera de las tiendas, anuncios con luces de neón, muchas flores en las afueras de los comerciales, transeúnte corriendo con perros en sus manos y un aroma a café que brotaba de las panaderías. Marcos me obligó a detenerme para comprar un muffin de chocolate y un poco de café descafeinado; podía ser un criminal, pero cuidaba su figura como ninguno de nosotros.
Una vez que atacó su baja de azúcar, terminamos el trayecto que faltaba hasta la calle de Nicholas. La nieva cubría las aceras, los techos de las casa y las sillas del exterior. Todo Memphis estaba cubierto por esa densa capa blanca que caía sobre ciertas partes del país durante la época decembrina. Podía sentir el frío exterior colarse por las rendijas del auto, aun cuando la calefacción se encontraba al máximo.
Cuando cruzamos la esquina antes de su casa, Reed me aconsejó descender del auto y caminar hasta el árbol que se encontraba diagonal a su casa. Ajusté el cuello de mi chaqueta, apagué el motor del auto y descendimos. Todos nos apabullamos del increíble frío que se sentía en ese lugar. Mi garganta se trancó al inhalar aire congelado y sentir como la saliva en mi boca desaparecía, junto a calor de mi aliento.
Froté mis manos y las uní a mi boca para calentarlas. Reed y Marcos imitaron mi movimiento, mientras caminábamos a paso apresurado hasta la parte trasera del inmenso árbol que se alzaba en la acera de enfrente. Nos detuvimos con la mirada en la hilera de casas de distintos colores que se alzaban frente a nosotros, bajo el blancuzco color de la nieve. Deslicé la mirada por cada una de ellas, sin saber cuál de ellas era la habitada por unos de mis peores enemigos sobre ese maldito planeta.
—¿Cuál es la casa? —inquirí al insertar las manos en los bolsillos.
—La blanca con rejas doradas —replicó un hombre que llegó justo en ese momento, vistiendo una chaqueta de cuero negra—. Él estaba allí hace un par de horas, pero salió con una adolescente al centro de la ciudad. Mis chicos lo están siguiendo, y uno de ellos ya lo interceptó. Gracias a un tropiezo, tenemos un teléfono clonado.
Reed lo presentó como Hayes, uno de sus manos derechas en cuestión de espionaje. Durante unos minutos nos puso al tanto de todo lo relacionado con Nicholas, o como se llamaba en ese momento: Ezra Wilde. Nos contó que lo estuvieron siguiendo los últimos tres días a todas partes, y conocían bien sus rutinas diarias. Salía temprano a trabajar y llegaba tarde del trabajo. No hacía nada más que trabajar y dormir.
Pero todo se debía a una terrible discusión que tuvieron en un restaurante de la ciudad una noche atrás. Al parecer no todo estaba tan bien en el país de las maravillas. Nicholas No era tan feliz como pensó que lo sería al huir de su vida y remontarse en una nueva. Fue complicado huir, pero siempre será peor quedarse. Y en su caso, la mejor opción era morirse ese día en las áreas verdes de la cárcel, y no seguir viviendo así.
El frío era escalofriante, pero necesitaba ver el rostro de Nicholas una vez más. Quizá por esas mismas razones, sugerí algo que nadie más refutó.
—Muy bien. Vamos a esperar.
Nos movimos de regreso al auto para calentarnos un rato. Al cabo de una hora, cuatro hombres dentro de un auto no tan grande era demasiada testosterona para mí. Le pedí un cigarrillo a Hayes y caminé por toda la cuadra. El frío era mejor que permanecer confinado en un espacio tan pequeño como ese. Sentía como mi nariz se congelaba, el cabello se cubría de una ligera escarcha que caía en ese momento, mientras de mi aliento brotaban las caladas de humo que intentaban calentarme los huesos.
Pensé en llamar a Clarice para contarle dónde me encontraba, pero preferí enviarle un mensaje de texto. Ella respondió a los minutos que estaba bien, pero que le preocupaba que no hubiese llevado la medicina. La verdad no creí que algo malo sucediera por estar cinco días sin ingerir las asquerosas pastillas, pero como en todo lo que hacía ese año, nada salió tal cual lo quería; siempre se desviaron mis planes.
Caminé hasta que no sentí los dedos del pie, mi lengua se secó dentro de la boca, inhalaba un oxígeno que dolía y mis manos comenzaron a tornarse moradas. No sabía que estaba nevando en Memphis, y aunque me hubiesen dicho, no habría dejado de ir, pero al menos me habría preparado para un clima tan crudo como ese. Caminaba de regreso al auto, cuando escuché el sonido de una camioneta negra cruzar la esquina.
Me mantuve de espaldas y seguí caminando, pero en mi interior sabía que era la camioneta de Nicholas Eastwood. Cuando me alejé lo suficiente del sonido del motor, giré de forma disimulada y observé como se abría la puerta del copiloto y una adolescente descendía de ella. Ella saltó por lo alto del auto, cerró la puerta y colgó un bolso en su hombro, caminó hasta la entrada y fue abarcada por el cuerpo de Nicholas.
Él descendió del lado del piloto y se acercó a ella en la puerta, justo antes de girar la llave y entrar a la casa. Regresé mi trote hasta el auto, les indiqué que bajaran y observáramos mejor desde el inmenso árbol. Desde una de las ventanas laterales que no poseía una cortina, vislumbré a Nicholas enrollarse las mangas de la camisa blanca, abrir el refrigerador, extraer un par de cosas y buscar pan de sándwich en la despensa, mientras la chica subía al mesón de la cocina y colgaba sus piernas delgadas.
—¿Quién es ella? —inquirí al sentirme lleno de dudas.
—Es su ahijada, hija de un amigo suyo —respondió Hayes—. La verdad no sabemos por qué esta con él, pero lo que sí sabemos es que la muchacha llegó con sus abuelos. Debe tener unos catorce años. No es de aquí, o no habría llevado tanto equipaje.
—¿Qué más saben de él?
—Trabaja en el centro, en una empresa que patrocina jinetes de toros profesionales. También sabemos que vive con una mujer que esta buenísima, y tuvieron una especie de discusión en un restaurante. Mis chicos me dijeron que ambos se fueron enojados, llegaron a la casa y ni las luces de afuera prendieron. De allí en adelante, están distantes.
Froté mis manos una vez más, mientras observaba por la ventana como él sonreía por algo que la chica había dicho y apretaba sus mejillas. Ella parecía todo para él, desde el oxígeno que respiraba hasta la razón de vivir. Hayes me dijo que los padres de la niña estaban muertos, y se quedaba con Nicholas por razones desconocidas, aunque si considerábamos que era su ahijada, podía estar con él para hacerle compañía.
Al ver como ella lo miraba, él sonreía o el cariño que se veía sentía el uno por el otro, sentí envidia de esa vida tan bonita que tenía. Él parecía feliz, desconociendo el grado de maldad que le rodeaba las veinticuatro horas del día. Vivía feliz en su burbuja de “todo esta bien”, mientras el resto de nosotros buscábamos algo que hacerle para acabar con esa maldita burbuja que lo rodeó durante doce jodidos años.
Carraspeé mi garganta y giré en dirección a Hayes.
—¿Cómo saben tanto?
—Tenemos nuestras fuentes, Leonard. Tú tranquilo. La presa nunca escapa del depredador; aun cuando le cueste, siempre logra atraparla. Además, como ya se te ha dicho, hay ojos y oídos en todas partes. Algunas más cerca que otras.
No había que ser adivino para confirmar las palabras de Hayes.
—Tienen un infiltrado —mascullé al tragar un poco de saliva.
—Hombre listo —afirmó con la cabeza.
—¿Quién es?
—Una persona con una pizca de inteligencia y desbordante entusiasmo, es capaz de hacer lo que sea para acabar con una vida. —Su ceño se frunció y una oscuridad inundó sus ojos, como una especie de demonio—. La persona que esta siguiendo los pasos de tu hombre, esta tan llena de ira, que hará cualquier cosa para destruirlos a ambos.
Yo solo quería una cosa; lo demás no me importaba.
—Mientras no los mate, por mí no hay problema.
—La persona solo quiere hacerlo sufrir —comentó—. Es algo personal.
No podía siquiera imaginar quién era la persona que estaba detrás de todo, pero sí sabía que Nicholas tenía más enemigos que ropa interior. En cada esquina conseguía una persona a la cual molestar, de una u otra forma. Aunque si colocábamos las cartas sobre la mesa, los únicos que podíamos acabarlo eran Maximiliano o yo; el resto eran simples imitadores que solo harían un poco de daño, pero no derramarían su sangre.
Cuando unos furtivos rayos del sol se colaron por una traslúcida nube, sentí que era momento de retirarnos de allí. Reed ofreció invitarnos el almuerzo en algún restaurante de la ciudad que no fuese tan costoso, por lo que subimos al auto y le permití a Hayes que me indicara un lugar presentable y que no se alejara tanto de la casa de Nicholas.
Terminamos en un lugar de comida mexicana, donde nos sirvieron unas enchiladas, algunos tacos y una salsa picante que casi me derritió la lengua. Una vez que comimos, entramos a un bar que se encontraba en la cuadra de enfrente. El lugar tenía una mesa de billar, una barra y algunas mesas. El aroma a cigarrillo, cerveza de botella y sudor, inundó el aire, mientras transitamos entre las personas para llegar a la mesa libre.
Hayes invitó la primera ronda, la segunda fue cortesía de Reed, y de allí en adelante casa uno pagaría lo consumido. Rodeé la mirada por cada persona que se encontraba allí, desde hombres con trajes que buscaban aligerar su carga laboral, hasta chicos jóvenes que jugaban billar con sus sexys novias. Había de todo para mirar y escoger, pero no era un lugar corriente como esos clubes de strippers.
—¿Qué harás con él cuando lo tengas? —preguntó Hayes.
—Quiero que sufra y sangre. Nada va a compensar lo que le hizo a Ellie. —Bajé la mirada a la cerveza que estaba en mis manos y observé el líquido amarrillo moverse bajo un bigote de espuma—. Solo quiero que sufra tanto como ella lo hizo… Y sí, sé que su muerte fue instantánea, pero esos segundos en los que no pudo esquivar al auto, serán recompensados con días de agonía que quiero ante el fétido cuerpo de Nicholas.
—Estás muy resentido —interrumpió Reed—. ¿Acaso no eres feliz con Clarice?
Reed se unió a nosotros dos en la mesa, mientras Marcos intentaba ganarle un juego de billar a uno de los pueblerinos. Él colocó la cerveza en la mesa, se sentó sobre la silla al revés, al tiempo que recostó su brazo en el espaldar de metal y abrió sus piernas a ambos lados del respaldo. Se sentía cómodo en esa posición, mientras Hayes lo miraba en forma aburrida e ingería una grotesca porción de cerveza de un tirón.
—Lo soy. Pero mientras él este vivo, nunca seré del todo feliz.
Sabía que debía dejarlo ir, pero no estaba preparado para desprenderme de una de las mejores partes de mí. Nunca fui tan feliz como con Ellie. Y sí, la engañé, pero el tiempo que estuve enamorado de ella fue el mejor de mi vida, y no lo cambiaría por nada. Quizá por esa razón no podía perdonar que otra persona que le quitara la vida de esa forma tan cruel. Me ardía el corazón de pensar en lo que pudimos ser y no fuimos.
Negué al tiempo que bajaba la cabeza y colocaba los codos en la mesa. El ambiente estaba atiborrado a tanto humo de cigarrillo, que el aroma entraba por nariz y enloquecía mis sentidos. No me agradaba ese olor en exceso, aun cuando fumaba una vez a la semana cuando mucho, para liberar estrés. Froté mis sienes y cerré los ojos, mientras escuchaba una música violenta por lo bajo en unas cornetas pequeñas.
—Debes dejarlo ir. —Reed apretó mi hombro con su mano derecha y alertó mis nervios ante su toque—. En cierto punto todo acabará, hasta tú.
Me erguí de nuevo y troné los huesos de mi cuello al mover la cabeza de lado a lado. Ellos tenían toda la razón, pero cuando entraba en mi cabeza, nada me hacía sacarlo, y ese odio tan absurdo quizá que sentía por él, no acabaría hasta que alguno muriera.
—Después de matarlo, la vida puede acabar conmigo. Antes, no se lo voy a permitir.
Terminé de beber mi cerveza y me levanté de la silla, dispuesto a jugar billar con Marcos. Esa noche pasó tan rápido, que al culminar de beber la jarra de cerveza que pedimos para esa noche, mis sentidos se encontraban totalmente cuerdos. Salimos del bar y fuimos directo a un hotel, donde cada uno pagó su habitación. Al desplomarme sobre la cama sentí que el mundo se movía. Creí que no estaba borracho, pero bastó con quedarme tranquilo para sentir el alcohol correr por mis venas como sangre caliente.
La mañana siguiente sentí los efectos secundarios de una ligera borrachera, al vomitar la comida de la noche y la amarillenta cerveza. Salí de la habitación con lentes de sol como un vampiro y un inmenso estallido en el cerebro. Teníamos que hacer vigilancia durante los siguientes días, por lo que debíamos volver a casa y buscar un par de cosas para los próximos días, aun cuando no podía ni sujetar el volante.
Reed se encargó de manejar de regreso, mientras me desplomé sobre el asiento trasero y cerré los ojos. El sol que se filtraba por las ventanas y el movimiento del auto, me obligó a pedirle a Reed que parara para vomitar una vez más. Me sentía deshidratado por el vómito y con un amargo sabor de boca que nada lo quitaba. Eran varias horas de viaje las que faltaban para llegar, así que mastiqué un chicle.
Cuando faltaba una hora para llegar, me quedé dormido y soñé con ella. Observé una vez más el lugar donde tuvimos nuestra primera cita, donde la besé la primera vez y la tarde que nos despedimos en el garaje. Ella lucía tan hermosa como siempre, pero había algo en ella que siempre sentía conmigo, o a mi lado como en ese momento, dentro del auto, cuando estaba sentada junto a mí y su cabeza recostada en mi hombro.
Podía inhalar el aroma de su perfume, sentir las hebras de su cabello moverse al compás del viento y rozar mi cuello, su mano insertarse en la mía y una ligera sonrisa dibujada en sus labios al erguirse y enfocarse en mí. Siempre la veía a ella, como un reflejo de mi desesperación, pero se sentía tan real que podía tocarla si quería. Y allí estaba, luciendo un ajustado corsé negro y un pantalón de cuero.
—Te dormiste más de lo esperado —articuló ella con esa melodiosa voz—. Estamos llegando a nuestro destino, cariño, y nadie detendrá lo que sucederá.
Ella sonrió y recostó de nuevo su cabeza en mi hombro. Al cruzar la calle y estacionar en casa de Reed, los tres bajaron y me indicaron que nos veríamos allí en tres horas, mientras alistaban todo y buscaban a Zac en su casa. Los observé cruzar la puerta, mientras ella subía y se sentaba a mi lado en el asiento del copiloto. Arranqué el auto y conduje bajo el límite de velocidad hasta el garaje.
—¿Te divertiste mientras ellos conspiraban para sacarte de allí? —preguntó.
—No lo hacen.
—Claro que sí, pero eres muy tonto para darte cuenta.
Ella me hizo dudar de lo que pensé de ellos, al punto de recordar momentos en los que hablaban en voz baja y miraban en mi dirección. Quizá ella tenía razón y solo quería sacarme de sus vidas, tal como cada persona que conocía. Ella me hizo dudar de los que fueron mis amigos en el peor momento de mi vida y me ayudaron cuando nadie más lo hizo. Ella insertó la duda en mi cabeza, al punto de no poder sacarla.
Golpeé el volante con mis manos, al tiempo que giré en su dirección y grité:
—¡Déjame en paz, Ellie!
Capítulo 32 | Alma sacrificada [Parte 2]
—¿Cuáles son sus puntos débiles? —les pregunté.
¡NO PUEDE SEEEEEER! le hará daño ¿Alma? no recuerdo el nombre de la ahijada, matame Aime :v espero que antes de que le haga daño este se estrelle en medio del camino contra un camión de carga pesada y pierda la vida instantáneamente :) obvio no es personal :)
Si, si es Alma :v
Tus buenos deseos causan sangrados internos.
Tienes el talento necesario.
Vaya, vaya... Creo que alguien está volviéndose realmente loco.
No sé cuantos capítulos de Leonard he leído, pero sigo sintiéndome confundida. A veces me provoca abrazarlo y otras estamparle el bate en la cabeza O.O
😂😂😂
Una cosa, más le vale no meterse con Alma porque entonces sí que conocerá mi bate y no será una presentación muy civilizada ¬¬
Gaytra... Gaytra... ¬¬?
¿Lo crees? ¡Ya esta loco!
Le estaba dando el beneficio de la duda xD
Ya te he dicho que ese hombre me causa conflicto, lo cual en mi experiencia es sólo la primera señal de un futuro e irremediable enamoramiento al estilo Max O.O
has cautivado a las personas de steemit con esos gran relatos muy buenos , te felicito, saludos...
Gracias por comentar, @aballarde53
Tengo por ahí la espinita de que se están compartiendo información, pero no se quien es el traidor, lagartija. Puede ser Gaytra #Aimematala
Puedo oler el odio.
Por dios que no dañe a Alma. Tampoco a Skyler porque sino Ezra se sentirá culpable. Como lei en otro comentario ojala se estampe contra algun camión y termine con todo esto. Un loco menos.
Quien será el infiltrado? Y el pobre Nicholas que no tiene idea del odio y la maldad que lo rodea...
Excelente , aime pero tengo miedo no quiero que le pase nada a erza...
Madre mía, que no le haga daño ha Alma y que se vaya al infierno que bastante daño al echo ya!!!
No puede ser espero que no se cumpla lo que se propone porque el bien reina ante la maldad.
Me recordó a los chifladitos de los personajes de Chespirito jajajaja
Dice la gente que tú y yo estamos locos , Lucas jjajajajaja
Leonard y Maximiliano totalmente desquiciados ,locos directo al psiquiátrico no hay de otra...
Estoy conmocionada creo que la infiltrada es gaytra; también espero que Leonard no le haga nada a Alma; ella no tiene la culpa de nada; también creo que esos sueños, pesadillas o como se llame que tiene Leonard son lo que lo van a llevar a la muerte de manera mas rápida lo odio ojala el espíritu de ellie lo haga estrellar antes de que haga algo mas.
Esta bien loco Leonard pero eso no quita que quiere dañar a Ezra yo creo que sí va a tener un accidente y talvez el infiltrado sea gaytra la amiga de Skyler xq está despechada por rechazarla .
Hay Dios leonard está segado por la venganza
Pobre mi Ezra, si le pasa algo a Alma ya seria lo ultimo para acabar con su cordura, pero este loco igual que maximiliano grrrr
Quien será el o la traidora, la única q me puedo imaginar es la amiga de Skiler x despecho cm Ezra no le hace caso.
De verdad q este tipo está realmente loco.
Leonard ya quemó cerebro, como decimos x este mi lado del mundo jejeje. Sin sus pastillas se volverá incontrolable, es un peligro hasta para sí mismo... Repito, no acabará bien.... Si hay un espía, Gaytra es la más cercana x tener acceso libre.