Buenas tardes, amigos steemitas. Aquí les dejo una carta testimonial, una confesión de que en el fondo aspiramos al amor cruel, hórrido, sembrado entre las aciagas espinas de la trivialidad...
Los filtros para estas líneas: vino barato del supermercado chino de la esquina, este insomnio a las tres de la madrugada y canciones de Estopa... Todo para escribirte y mentarle la madre al despecho. Exclusivamente eso. Así que prepárate a leerme inquieto, sin cuidado en ninguna de estas palabras. Las dejo de la forma más simple. Solo lee, digiere, y luego, si aún tienes ganas de soltarme un par de patadas, hazlo. Ser hombre es un oficio tramposo, lo contrario nos quita a priori la condición. Dale respuesta a tanta necedad, por favor.
Recibí tu foto. No. Confieso que la robé. Ni te imaginarás cómo ni dónde. La miro más de lo debido.Te deseo, Leonor. ¿Por qué no debo mirarte de esta forma? Quieres ser vista, lo sé, aunque sea en una fotografía reciente. El vestido verde, esa expresión inconforme, tu manía de sazonar los gestos con inseguridad, como si algo te obligara a posar mientras alguien —a ese juro que le envidio el ojo— decide fotografiarte. Eso de ti me conmueve, me arde en la entrepierna. En el trabajo me dicen que te deje en paz. Tu hijo y tu esposo. ¡Qué carajos! ¿Sabes? Al que llamas el papá de tu hijo de manera despectiva, nunca le diriges una palabra de amor o de cariño siquiera, y allá lejos, en otra ciudad, no podrá enterarse de lo que yo pretendo.
Sigo mirándote: Tus hombros, los que provoca morder como una fruta a la que se le va a sacar el jugo. Tu cabello desgreñado, tu culo proporcionado; todo tu cuerpo tiene que ver con mi obsesión, advirtiéndote que iré hasta el final, y que se vaya al infierno el escándalo. Esa eres tú, Leonor. Rómpeme la testa si te provoca. Pero no me importa. Miro tu sonrisa forzada, obligando al cuerpo a mentirle a la vida y decirle aquí estoy, bien puesta.
Me estoy preparando por si me aceptas. Entre mis discos hago lugar para tus gustos. Tengo en primera fila a Silvio Rodríguez, Joaquín Sabina, Víctor Jara y a otros de la romántica izquierda. En mi biblioteca Cortázar desplazó a La culpa es de la vaca y a Dan Brown. Ahora entiendo a Voltaire, a Yourcenar y su poesía liberadora; de María Calcaño comprendo el porqué te gusta ese desarraigo falocentrista de las emociones; en estos días he leído un librito de poesía turca traducida al español y de la que te he sacado algunos versos para regalártelos. Pondría la mismísima calavera que tienes tatuada en la muñeca como lectura diaria.
También loca te prefiero, grosera y vulgar, gritando cualquier barbaridad, vaciando botellas con tu boca rota por el ron. Te quiero de compañera en un bar o en una licorería, tragando sin control y burlándote con tus ojos de hormiga cazadora de los infelices que te señalan. Que no pidas permiso para eructar, escupir, morder mi lengua y pasarme tu vida a cien por hora.
Quiero robarte las pantaletas y masturbarme con ella todas las noches, sin pena y con gloria. No aborrezcas a este tipo obsesionado contigo, Leonor. Dime, cuál es nuestro momento, cuándo caminaríamos por esos viejos callejones de noche, juntos, abrazados y borrachos. A cualquier parte. O si lo prefieres, entremos a una secta new age, a un culto evangélico, donde sea. Sólo pídelo. Enséñame a ser tuyo, Leonor.
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