Angola: su guerra y mi gente
“Angola, mi madre en realidad se quedó sola
buscándome en un mapa rotulado en portugués
por tus ciudades sucias y sonoras.”
Frank Delgado
La salida sería en una semana. Hacía poco que Esteban y Lidia se habían casado y la hora de separarse llegaría en breve. Esteban sabía que iba hacia algo desconocido, pero como todos los que van a la guerra esperaba volver sano y salvo a casa para continuar con su vida. Lidia prefirió casarse antes de que él se fuera a África para que los padres suyos los dejaran vivir juntos. Era un isleño muy conservador y la joven pareja sabía que no habría convivencia sin matrimonio. Pocos meses después de la boda le llegó la cita que indicaba la fecha y hora del viaje a Angola.
Esteban le había confesado a su esposa que no quería ir, que preferiría quedarse en el pueblo; pero sabía que no había opción. A dos amigos suyos que se habían negado a la misión de guerra se le habían insultado con categóricos poco viriles. También habían salido de la oficina de reclutamiento con ropa interior femenina, como muestra de su “debilidad”. Pero él no dijo que no, entendía que en la Cuba de entonces era un monosílabo demasiado costoso.
Dos meses después de llegar a Cabinda recibió la noticia de que sería papá. Le hubiese gustado estar con su espsosa durante el embarazo y ver nacer a su hijo. Imposible: la misión militar solo había comenzado y únicamente podría regresar a Cuba después de al menos un año en el frente. Le quedaba pensar en que Lidia estaba segura en casa, con sus padres y los suegros que también velarían por ella en ausencia de él. En diciembre de 1981 le nació su hija a quien su madre nombró Yaima. La foto que le envió su esposa con el prmer saludo de su hija llegó tarde. Esteban murió a los 19 años en acción de combate a finales de noviembre de ese año.
Yaima fue mi amiga de la infancia. Hace más de 20 años desde la última vez que la vi, pero la recuerdo de vez en cuando, sobre todo cuando está por llegar su cumpleaños. Una vez en que estábamos jugando en la casa suya me dijo: “te enseño una cosa si prometes no decirle a nadie”. Mi curiosidad infantil me permitió ascentir con la cabeza, apenas. Ella fue a la vitrina y sacó de allí una medalla dorada. Cuando me la mostró me dijo: “Mi papá es un héroe de la patria. Murió luchando por la libertad de los niños de Angola”. Yo yo quedé sorprendido. Nunca había conocido a nadie con un héroe en la familia. Yaima estaba orgullosa y triste.
Cuba ha olvidado -entre muchas otras cosas-, a sus muertos; a los hijos de sus muertos. No sé si Yaima aún piensa que su papá fue un héroe, pero sé que la historia oficial no lo recuerda. Nadie habla más de Angola, de los muchos cubanos que murieron en ella, de las vidas jóvenes que dejaron de existir por la voluntad de otros.
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