Ambair.
Un cuento de las cumbres azules, en las montañas andinas.
Capítulo I.
La fresca noche llevaba en la brisa, aroma de rosas, lirios y jazmines. Era el bálsamo de la naturaleza, que adormecía con el tenue azul del éter a la Cordillera de los Andes venezolanos. Entretanto, el paisaje estaba envuelto en el éxtasis bucólico de aquellos huertos en cultivo; por la mano laboriosa del labriego andino. Donde todo aparentaba quietud en la andina campiña nocturna. Sin embargo, el silencio lo interrumpía el trasnochado grillo que hipaba su reclamo amoroso en la noche quieta y el eco de la rana inquieta, enmarañado en el murmullo del follaje, en su danza al compás del viento.
Apartaderos, camino a La Cumbre. Estado Mérida. Venezuela.
Así mismo, las flores en tertulia conversaban bajo el cielo estrellado de julio y en cada palabra irradiaban el licor embriagante de sus fragancias; que se fundían con el perfume de los azahares en flor.
Mientras al Este, la luna en plenilunio iniciaba su ascenso, cual inmenso espejo de plata, derramando su luz, sobre todo aquel noctámbulo mundo. Salpicando con su añil a las casas de la aldea montañera; de paredes blancas y techos rojos que chorreaban al suelo. Y como todas las noches, las faenas reposaban, los lugareños descansaban y los sueños dormían a la espera del otro día.
La alborada se abrió paso entre la sierra de Los Andes venezolanos. El orfeón matinal del “Azulejo Montañero” y el “Sorocua Enmascarado”, colmaron de trinos el amanecer. Mientras un “Colibrí Azul”, ladronzuelo, robaba en un beso, la miel de las rosas en su vuelo.
Sorocua Enmascarado. Los Andes de Venezuela.
A media mañana por la sinuosa carretera subía un antiguo autobús pintado de franjas rojas y amarillas; brillando con los rayos del tímido sol mañanero; que a veces se ocultaba en las blondas de nubes blanquecinas. Siguió subiendo el vehículo por la negra línea del camino asfaltado, en búsqueda de una de las villas de las montañas andinas.
Entre tanto, de los cerros que bordeaban el camino brotaba el agua cristalina de pequeños manantiales. En la cabina del automotor viajaban unos paisanos de las cumbres montañosas, arrebujados con sus ruanas y chaquetas de piel para protegerse del frío de los páramos; pero entre aquellas personas un pasajero en su butaca dormitaba aletargado por el zumbido del carro. Aunque por su apariencia no pertenecía a esos parajes; era aquel mozo: delgado, ojos negros, cabello azabache ensortijado, piel tostada por el sol y posiblemente tenía veinte años de haber nacido.
Carretera Transandina. Mérida.
¡Al fin! El ómnibus rebasó la última cuesta y arribó al pueblito andino; entró por la calle principal, resoplando su motor por el esfuerzo de la marcha. Y rodó tres cuadras más hasta detenerse en “La Parada”; nombre que los montañeses daban a la terminal de pasajeros de aquel lugar.
En efecto, el autobús había llegado a ¡La Cumbre! En aquel poblado, algunos viajeros bajaron del carro, no sin antes desperezarse del entumecimiento del largo viaje.
Y allí, en el andén y bajo el alero de la casona de La Parada, sentado en una banca esperaba un sacerdote: muy flaco, alto, de rostro pálido, donde resaltaban unos ojos vivaces que escrutaban con su mirada a los recién llegados.
A la vez, una de sus finas manos arreglaba su cabello encanecido; era Bernabé Mora, Cura Párroco de La Cumbre, quien había catequizado en ¡La Fe de la Cristiandad! A varias generaciones de lugareños y con su Biblia, compañera inseparable, siempre llevó el Evangelio y “La Palabra de Jesús” a la feligresía de aquellas montañas andinas; pero ya los años le pesaban más, que sus quebrantos de salud. Continuará...
Que fantastico lo natural de Mérida
Muy buen post @ambair. Gracias por mostrarnos tan hermosa descripción de tan despampanante belleza.
Buenas noches, muchas gracias por sus conceptos para el cuento Ambair. Sí, los Andes venezolanos tienen la magia que cautiva a quien recorre y conoce sus paisajes y gente noble y laboriosa. Déjeme decirle , es la primera vez que publico en la página Stermit. Y no estoy diestro en la técnica para subir la información. Un saludo a la distancia.