Llegó a casa de manera tranquila. Soltó el bolso sobre el mueble de siempre, y sin pensarlo caminó a la habitación. La que era menos suya en ese lugar, pero la única que a pesar del sol implacable de la mañana, permanecía en oscuridad.
Cortinas gruesas sobre las únicas ventanas, un ventilador de techo y la iluminación leve del baño contiguo. No había más. Era el lugar indicado.
No le gustaba la oscuridad, nunca le había temido de niña. Pero a sus casi 23 años, le temía. No sabe cuándo pasó a ser así. Pero era.
Es.
En un cuarto oscuro la vida como la conoce no existe. No debe nada, solo está ella con sus pensamientos. Y piensa.
Piensa en las cosas que no quiere pensar, pero qué más da. Solo ella los va a escuchar. Bien podría morirse de manera repentina y nadie enterarse, no hay que llevarse pensamientos pesados a ningún lado. Ni siquiera a la tumba.
Nunca había estado tan sola.
Nunca había agradecido tanto el estarlo.
Solo estando solos, sin otra compañía que nosotros mismos, podemos realmente desnudarnos. Enfrentarnos. Conocernos. Aceptarnos. Y finalmente, si hay suerte, querernos.
No hay nada más difícil que hacer las paces con uno mismo.
Y eso buscaba ella, paz.
Excelente post... nada mejor que un poco de soledad para reflexionar, la soledad es buena siempre y cuando no se convierta en norma de vida... porque fuimos creados para ser seres sociales... un saludo y bendiciones.