Hola amigos, saludos cordiales. En esta oportunidad les comparto un pequeño cuento, espero sea de su agrado.
Una familia pequeña del Perú gozaba de una noche cotidiana en la calidez de su hogar, nada de lujo pero muy humilde y acogedor, constituida por ambos padres y un solo hijo de 9 años, madre careciente de alguna profesión u oficio y padre alfarero, una familia a la que se le podría denominar de clase media baja.
Se dice que la mente de un niño nunca descansa, aquella noche todos dormían tranquilamente mientras Harold, el más chico de la casa, emprendía un hermoso y excitante viaje entre sus propios sueños. Sobre su cama, adoptaba su forma natural de dormir, colocado en posición fetal, con su pulgar derecho en la boca, y ahora, con una sonrisa marcadísima en su cara. En algún punto del sueño, a eso de las tres de la madrugada Harold despierta, un poco confundido pero con un extraño cosquilleo como de nervios recorriéndole por todo el cuerpo, pelos de punta, con un poco de sueño y algo triste al contemplar la realidad. Por instinto se dirige a la habitación de sus padres y los despierta, él sube a la cama y lo notan algo extraño y asustado.
— ¿Qué sucede Harold? — Pregunta la madre.
Entre un silencio de un rato, con una mirada perdida en el inmenso vacío de la habitación y con algo de timidez y tristeza, él responde.
— Acabo de tener un sueño.
— ¿Una pesadilla? — Pregunta el padre.
— No, fue fantástico. Soñé que tenía un hermano y me llevaba a volar, llegamos hasta la luna y la exploramos completa. Mamá, papá, ¿Por qué no tengo un hermano? Todos mis amigos tienen uno. — Dijo con los ojos tristes y mojados.
Conmovidos por aquellas palabras de su hijo, se miraron entre sí con rostros tristes y tocados, pues su economía actual no era la mejor y no podrían cargar con otro miembro en la familia, de hecho ya hacían mucho para sostenerse entre ellos mismos. Tal vez al padre no se le ocurrieron las mejores palabras para explicarle al niño los límites que tenían y el porqué de las cosas, pero sí se le ocurrió una de las mejores ideas.
Esperó que el niño volviera a quedarse dormido, sucedió en poco tiempo, esta vez en brazos de su madre. Se levantó de la cama y fue a su lugar de trabajo el cual era una cabaña chica en el patio de su casa. Aprovechó sus habilidades de alfarería y empezó a moldear un pequeño hombrecito de arcilla, tan perfecto y único como cualquier cosa hecha a mano y encima con amor. Sería como el confidente de su hijo, su acompañante, su amigo, su hermano, tendría que ponerle todo su empeño, pues sería un regalo importantísimo para la persona que más quería en todo el mundo, tendría que obrarlo con mayor delicadeza posible y valerse de la paciencia para que terminara en algo bien hecho. Después del tiempo necesario para que la arcilla se secara y quedara una figura firme, empezó con una brocha delgada a pintarlo, enfocándose en agregarle particularidades para darle una buena caracterización. Usó un rosa claro para toda la figura y distintas tonalidades para los detalles, los ojos los hizo con una mirada muy fuerte y su boca era un poco grande pero muy divertida. Sabía también un poco de costura así que le hizo un traje azul un tanto ajustado con muchos remiendos que lo hacían ver como un pequeño explorador.
De obrar a mano resultó un pequeño hombrecito de no más de 35 centímetros con un aspecto parecido al de un duende. Ya terminado se dirige hacia Harold para entregarle lo que sería su nuevo acompañante de juegos.
— Hijo, quiero presentarte a tu nuevo hermano. Es una personita muy frágil y sensible, muy parecido a ti en ese sentido, pero igual que tú es muy valiente y sabrá cuidarte, como tú también tendrás que cuidar de él. — Dijo el padre mientras le mostraba su nuevo juguete.
— ¡Gracias papá, gracias papá! ¿Cómo se llama, cómo se llama? — Repetía Harold una y otra vez sin parar de saltar.
— Se llama hombrecito.
A partir de ese punto comenzaron las aventuras de estos pequeños caballeros inseparables, cada uno único en su haber, destinaron sus vidas a estar uno al lado del otro con promesas de amistad, hacían todo juntos. Su primera misión fue cumplir el sueño que había tenido Harold una noche antes, volar y llegar a la luna. Hicieron un par de alas para cada uno y con la fuerza de la imaginación de un niño todo era posible, no había límites, la inocencia, la alegría, la juventud en su estado más puro… allá iba, corriendo calle abajo por todo el barrio de brazos abiertos con dos alas de cartón un niño de nueve años gritando con voz blanca a todo pulmón, divirtiéndose con un juguete de arcilla un poco ya sucio, con el que establecía una conexión particular. Volando con las palomas a su lado, intentando alcanzar alguna, ¡Ah, las palomas! Había algo en ellas que al hombrecito le provocaba un sentimiento incierto, le fascinaban, no sabía exactamente lo que eran, pero era muy intelectual y quería saber más.
Fuente: foto de mi autoría, tomada con LG G3.
— Oye Harold, ¿qué son esas? — Le preguntaba el hombrecito.
— ¡Palomas! Mamá dice que son aves o algo así ¡están volando como nosotros!
— Eso veo, palomas… ¡son totalmente fantásticas!
El hombrecito estaba tan distraído viéndolas volar a su alrededor que dejaba de prestarle atención a Harold en algunos momentos solo por contemplarlas, e incluso en ocasiones intentaba hablar con ellas.
— ¡Oye! ¡Oye! ¡Mírame, yo también puedo volar! Me llamo hombrecito, ¿tú cómo te llamas? ¿vienes seguido aquí?
Pero las palomas no le prestaban atención y seguían su vuelo, igualmente no dejaba atrás su encanto por ellas. Con Harold, todos los días tenía distintas misiones, la siguiente fue vencer dragones en un ambiente de caballería que juntos crearon, construían armaduras y su propio armamento con cualquier cosa que encontraran en la casa y si algo faltaba, se lo inventaban.
— ¡Oh, salvadme hermano caballero! ¡Salvadme de este vil monstruo, y clavad tu espada en él para libradme! — Decía el chico de imaginación infinita.
— Esperad fiel acompañante, ¡Antes yo muerto que dejadlo morir a usted! — Respondía el hombrecito.
— Nobles palabras caballero, aunque hoy muera sabré que tuve un hermano que todo el tiempo estuvo conmigo.
Eran momentos esplendidos los que pasaban juntos, entre palabras fuertes y demasiado sabias para alguien de nueve años y un amigo técnicamente imaginario. Al final de cada misión, reían juntos, y se quedaban bajo el árbol del patio charlando un rato.
— Harold, ¿cuándo podremos volver a ir a ver a las palomas?
— Parece que te agradaron — Dijo Harold riendo.
— Sí, mucho.
— Bueno, pasado mañana tal vez se pueda.
— Harold, quisiera que lo tomáramos como una bonita costumbre al final de cada misión, es decir, que cada vez que acabemos cumpliendo una, podamos ir a ver a las palomas, como premio.
— Es una buena idea, está bien hombrecito, ¡Así será! ¡Mientras tanto prepárate! mañana tendremos una misión como vaqueros en el viejo oeste.
El hombrecito estaba ansioso, habían pactado ir a ver a las palomas diariamente, eso lo tenía muy contento. La siguiente tarde emprendieron su misión de vaqueros y al finalizarla caminaron el barrio dirigiéndose como buenos hombres de palabra a la plaza donde se reunían las palomas.
— ¡Ahí están! ¡Ahí están! ¡Míralas Harold! ¿no son fascinantes?
— Las veo hombrecito, ¡son una maravilla!
En una ventana de alguno de los edificios había un nido establecido, al que particularmente el hombrecito no le quitaba la vista de encima, Harold se fijó, pero nunca quiso preguntarle directamente el porqué. Pero, ¿cómo no saberlo? Era tan obvio, ¡Ah! El pequeño hombre de arcilla se había enamorado.
Con el tiempo lo fueron haciendo rutina, una rutina que por más que fuera nunca acababa con la euforia del hombrecito. El tiempo pasó como naturalmente lo hace, seguían entre aventuras. Esta vez crearon un circo no tan imaginario, ya que levantaron sábanas por todo el patio y jugaron debajo de ellas.
— Y ahora damas y caballeros con ustedes el increíble, el sensacional, el único e inigualable trapecista: ¡El hombre de arcilla! — Gritaba el Harold escuchándose en toda la casa.
En un determinado momento Harold cayó sobre su fiel compañero y rompió parte de su pierna, se preocuparon, pero eran tan astutos que hasta eso lo sabían aprovechar, le hizo una pata de palo y emprendieron una nueva aventura hacia las misteriosas aguas del caribe como tremendos piratas.
— ¡Arrg! Soy el pirata más cruel de los 7 mares y caminarás por la tabla ¡Arrg! ¡Arrg! — Dijo Harold.
— Usted es un pirata sucio y sin principio alguno, prefiero enfrentarme sin barco, sin gente y sin mi pierna derecha a todos los misterios del mar antes de seguir en su tripulación.
— ¡Arrg! Nunca conseguirá un tesoro por su cuenta.
— Tengo el amor de mi lado, y eso vale más que cualquier tesoro. — Gritó el hombrecito de forma inspiradora y entre un suspiro.
Harold se daba cuenta de cómo el hombrecito había cambiado, estaba más poético. Allí pudo notar como estaban creciendo y es que, el tiempo había pasado muy rápido, Harold ya tenía 12 años, seguía con su acompañante de aventuras y este también crecía, yendo diariamente a una plaza donde solo él podía distinguir una misma paloma entre miles iguales, perdía su vista en ella, sonreía siempre que volaba y volvía al nido, estaba completamente ido.
Una tarde después de primero apagar un incendio en su aventura como bomberos y luego de su visita diaria a la plaza, se sentaron bajo el árbol del patio.
— Hombrecito, dime la verdad, ¿estás enamorado cierto? — Preguntó.
— ¿Qué? ¿quién te lo dijo? — Dijo el hombrecito muy nervioso.
— Hemos crecido tanto, hemos madurado juntos, y he llegado a conocerte demasiado. Yo lo noté desde el primer día que te llevé a ver las palomas, pero quisiera que directamente me hablaras de eso.
— Harold, la verdad que sí. Estoy perdidamente enamorado, y la verdad es que me siento más extraño que nunca, no sé qué elegir, eres el único amigo que tengo y con quien he estado toda mi vida, pero algo me dice que debería seguir lo que me pide a gritos el alma, el corazón y mi vida.
— ¿Y qué te pide? ¡Cuéntame hombrecito!
— Harold… me pide seguir creciendo, pero en aquel nido… en aquella ventana… en aquel edificio… en aquella plaza… lejos de ti.
No hubo más palabras, fue el fin de la conversación. En ese momento algo dentro de Harold se quebró, pero de alguna forma lo comprendía, es natural, es crecer, es el ciclo de la vida y eso se lo había enseñado aquella figura inmóvil de arcilla que para él era su mejor amigo y tutor.
El amor se vuelve un mal, no al inicio, se siente como la creación total del universo, se siente saber la raíz de todo, la verdad absoluta, pero luego se va transformando en una preocupación, pero necesaria, que puede alejarte de algunas cosas importantes, pero te hace feliz, y lo que te hace feliz nunca va a estar mal, ese es el juego de la vida. ¿Quién iba a decir que los mensajes y lecciones más importantes se pueden hallar en las cosas más insignificantes?
En la tarde siguiente, luego de otra aventura de este magnífico dúo, se dirigieron como de costumbre a la plaza del barrio. Y quedaron sentados mirando al cielo y los edificios, tan perdidos y pensativos los dos, entre silencios de voces y ruidos de palomas.
— No sabes cuánto te quiero hombrecito. Y no quisiera que te sientas encadenado eternamente a mí. — Dijo Harold con la misma mirada triste y floja de la noche en que tuvo su sueño con un hermano.
— ¿Qué estás queriendo decir? – Dijo dudoso y nervioso el hombrecito.
— Quiero decir, que tú, solo tú, me enseñaste el significado de la liberad y del amor, y como se unen para formar un concepto llamado vida. Estamos aquí de momento y no podemos dejar que se nos vaya el tiempo en otra cosa cuando tenemos frente a nosotros una oportunidad que se presenta muy raras veces como el amor, por eso quiero que seas libre hombrecito.
— ¡Wow! La verdad es que me dejas sin palabras Harold, no sé qué responderte, sin ti yo no sería nada — Dijo mientras agachaba la mirada también triste.
— Fueron muchas aventuras, y seguirán siendo muchas, pero cada uno sabrá cumplir con ellas por su lado, eres la mejor persona que pude conocer alguna vez, y el mejor hermano que pude haber tenido.
— Igualmente Harold, no sabes cuánto te quiero.
Puede que no fuera más que una figura de arcilla, pero en aquel momento soltó una lágrima más real que cualquier otra cosa en el universo. Harold tomó al hombrecito, le dio un último abrazo, y con lágrimas en los ojos lo arrojó con la mayor fuerza que pudo hacia arriba, logrando posarlo justamente sobre el nido que él siempre miraba.
—Adiós hombrecito. —Fue lo último que dijo con una gran sonrisa y ojos mojados.
A día de hoy Harold con 35 años vive como un gran escritor en Londres, suele pasar a veces por la plaza del barrio cuando vuelve de visita a casa de sus padres en el Perú, y jura que cada vez que mira al nido, el hombrecito está allí, y con su fuerte mirada y su boca divertida, le lanza un guiño y una sonrisa que siempre lo mantiene vivo.
¡Gracias por leerme!
•Andrea Granadillo