—Oh honrado y sabio Sócrates, es una dicha estar en vuestra presencia, mi nombre es Garcilaso de la Vega.
—Me honran vuestros halagos, aunque después de lo que he visto en esta vida después de la muerte, no sé si ha de ser preciso llamarme un sabio como tal, pues al igual que los demás, camino entre el sendero del sabio y el ignorante.
—Entonces no nos perdamos en el conocimiento nuevo que nos ofrece la vida después de la muerte, me parece mucho más confortable intercambiar palabras sobre un tema más conocido y padecido para nosotros.
—De ser así el caso, con gusto me tomaría un momento para conversar. Dime, ¿de qué hemos padecido alguna vez?
—Ese padecer lo hemos vivido antes, para ninguno de los dos debería ser indiferente, hablo de aquellos sentimientos que avivan las llamas de la pasión, hablo de aquellos sentimientos que nos hacen bien y mal, hablo de aquellos sentimientos que pueden nombrarse con sólo una palabra; estoy hablando del amor.
—Oh dios amor, tú que trasciendes en el tiempo, estamos atados a ti, no cabe duda que tú no conoces lo que son días, meses, años y siglos, pues este hombre que ha acudido a mí, también ha vivido tus glorias y amarguras muchos años después de mi muerte.
—Sócrates, no hay medio de resistirse a sus sabias palabras, sin embargo, he vivido más amarguras que glorias, pues no he tenido el suficiente tiempo para adorar a mi querida Isabel, no sé si este deseo indescriptible, el cual no sé si ha de ser bueno o malo, sea acorde a la voluntad del amor.
—Ese deseo, Garcilaso, es el deseo por tener lo que te falta, tu amada Isabel, quien fue y sigue siendo el motivo de tus pensamientos, no la posees, el deseo y el amor van de la mano, ellos son los que nos impulsan a hacer lo que sea, el deseo es una meta por alcanzar lo que no se tiene; lo que te falta en tu vida, ¿no es esto amar lo que no se está seguro de poseer, aquello que no se posee aún, y desear conservar para el porvenir aquello que se posee al presente?
—En efecto. Vuestros argumentos calman la tormenta en mis pensamientos, he de decirte que yo pensé una vez una conclusión parecida sobre el deseo, pues cuando Isabel y yo todavía respirábamos, pensaba que no nací sino para quererla; mi alma se había cortado a su medida; por hábito del alma misma la quería, por ella nací, por ella tengo todavía la vida, por ella he de morir y por ella moriría.
—Quiero decirte, Garcilaso, que no penséis mal del amor por tus amarguras vividas, puesto que este mismo no es el amor de la belleza. Hay quienes piensan que el amor solamente existe para lo bello y no para lo feo; por lo tanto este mismo es bello, pues esa visión no es así, el mismo amor se mueve por lo que le hace falta, si ha de ser bello, ha de faltarle lo feo, y es lo mismo al derecho y al revés. La triste realidad es que ningún romance es bello por siempre, más no significa que lo feo sea su fin, no mientras no desaparezca esa necesidad de tener lo que te hace falta, ¿ves que el dios amor al igual que tú va acompañado del deseo?
—Sin duda. Puedo ver claramente que este deseo por Isabel es natural como el color verde de los bosques, ¡oh cómo deseo volver a verla, oh cómo deseo oírla! Nefasto el día en que Orfeo perdió a su Eurídice, la ponzoñosa muerte vino y la separó de sus brazos, todo por culpa de Aristeo, quien siguió los mismos pasos de su padre Apolo cuando le trajo desgracia a Dafne por esos mismos deseos de poseerla. Dichosos los dioses que se compadecieron del pobre Orfeo, quienes le dieron la oportunidad de ir por ella al inframundo, en donde lo esperaba un Hades compasivo con una cruel condición, desdichado el amante de las dulces melodías, ver a su amada no podía, guiarla a la luz tenía como objetivo. Cruel fue el camino, pero la luz de la salvación a la vista acabaría su tormento, una vez fuera del inframundo, vaya inconveniente, vaya infortunio la desesperación de Orfeo, con girar la cabeza había destrozado sus esperanzas, Eurídice un pie en las sombras aún tenía, y en un instante su imagen se desvaneció frente a los ojos del amante de las dulces melodías. ¡Orfeo, me uno a tu triste melodía!
—Cuan desdichados puede hacernos sentir el amor, pero por otro lado nos hace expresar las más bellas palabras. ¿No te has preguntado por qué los hombres y mujeres seguimos buscando el amor aún tras esas dolorosas adversidades?
—Eso se debe a que nos hace falta, el dios amor carece de nosotros, y nosotros carecemos de él, por lo tanto aspiramos a poseernos.
—Sí; hay un deseo, sin embargo, viéndolo desde un punto más profundo, ¿qué nos resultará de poseerlo? Debe de haber otro motivo por el que queramos poseerlo.
—Tú hablasteis sobre cómo relacionan el amor con lo bello, ¿y si se cambiase el término por otro para verlo de otra manera?
—Habéis pensado bien, esta conversación me ha recordado a Diotima, quien de una forma vio al amor como un demonio y me habló de su naturaleza. Si cambiáramos la belleza por lo bueno, en verdad veríamos al amor de otra manera, en este caso lo veríamos como una dicha.
—Por lo tanto, queremos poseer el amor porque nos hace dichosos. Es un gran sabio con respecto al amor, Sócrates, ahora quisiera saber qué piensa sobre las dichas.
—Me place que quieras saber un poco más de mi filosofía, podemos continuar en otro sitio, quién sabe, el hado podría sorprendernos en esta otra vida trayéndote a Isabel ante tus ojos si caminamos.
Diálogo entre Garcilaso de la Vega y Sócrates
Saludos Steemians, en el post de hoy quiero compartirles un escrito viejo que hice hace años durante mis clases en la Escuela de Letras, era un ejercicio creativo que nos pidió la profesora, consistía en escribir un diálogo entre Garcilaso de la Vega y Sócrates. Lo que yo escribí me salió mejor de lo que esperaba y lo guardé por si quería verlo en alguna otra ocasión. Espero les guste.
Aiiiins. <3