Mi sonrisa se detiene en la comisura de mis labios y empieza a cerrarse para no volver en un buen rato. La debilidad de mi alma volvía y sin previo aviso mi nariz se enrojecía, mi garganta dolía y mis ojos luchaban por no dejar caer ni una gota de dolor, ni una gota de tristeza, ni una gota de cansancio. Nunca entiendo lo que realmente sucede, lunas pasan y las estaciones cambian y puedo sentir como si flotara en nubes cuando en un santiamén el gélido sentimiento devastador arrasa con mis esperanzas de sentirme completamente bien. Cuando la debilidad azota mi corazón, mis decisiones flaquean y mis ojos se ciegan ante aquellos que suelen extenderme su mano. Siento como si caminara alrededor de llamas mientras puedo ver como a lo lejos la calma rodea a mis allegados.
El suspiro nunca llega a su destino y muere en el mismo lugar de mi cigarrillo. No soy lo suficientemente buena para ser querida por los chicos buenos ni suficientemente mala para ser deseada por los chicos malos, mi alma se arrastra por pasillos lúgubres en busca de compañía porque el terror más grande que me azota en las noches es entrar en cuenta de que todo el amor que estoy dispuesta a dar nunca será recibido por nadie porque el romance no es algo que pueda entrar en mi vida.
Cada vez que cierro los ojos espero que el día siguiente sea uno de los días buenos en los que mis pensamientos no caminen por aquellos pasillos lúgubres y que mis malos hábitos puedan esconder los recónditos sentimientos que atormentan mi ser.
Me siento un poco identificado con esto, a veces pienso que los adultos somos un montón de piezas rotas buscando en las relaciones interpersonales las razones para seguir unidos.
Es una lastima, pero dos paredes sin buenos cimientos no hacen una casa.
Quizás todo sería mejor si aprendiéramos a amarnos lo suficiente y no buscar un poco de cariño en otra persona.