Hoy les quiero compartir este historia que tiene un poco de verdad y un poco de ficción:
La lujuria no dio más espera, debían subir y concretar su deseo de carne. Él, mi profesor, con 50 años de una elocuente vida y ella, mi compañera de clase, con un poco más de 20. Los demás en la sala dormían el cansancio de una académica y etílica jornada de 15 horas, mientras yo, seguía despierto, al pendiente del desenlace de la noche. Subieron luego de que ella aceptara la propuesta de mi profesor, esperé unos segundos, mientras activaba mi gen de detective. Subí, habían entrado al cuarto más amplio, donde el profesor guardaba una gran cantidad de libros y escondía la droga. No cerraron la puerta, la única luz subía del primer piso así que me refugie en la habitación de enseguida. Más de 10 botella de whiskey Sello Rojo en mi sangre no me evitaron calcular los cinco minutos que duro el acto, culminado por un gemido agudo de mi profesor. Como si presenciara una película que ya había visto, sabía que ella iba a salir en busca de algo y salió. Ya no llevaba su pinta de universitaria, ahora la cubría la bata del profesor. Se detuvo en una estantería a buscar un libro, en esa casa habían más libros que profesores en el mundo. Salí de la habitación oscura en que me encontraba y la tome por sorpresa, ella no supo que decir pero no hacía falta. Buscamos un lugar escondido llevados por un impulso extraño, lo encontramos. Baje directamente a su vagina y no fui capaz. Ella me bajó el pantalón, tomó mi pene totalmente endurecido y lo comenzó a agitar. La tomé del cabello, nos besamos unos segundos, la giré y le levanté la bata. Saqué un condón de mi billetera, me lo puse. Le terminé de quitar la bata y la usé como mordaza porque yo sabía que iba a gritar. Ella mordió la bata fuertemente con su boca y agarró mi miembro con su mojado, estrecho y ardiente en licor coño. Había una ventana que permitía el ingreso de luz de la calle, se aproximaba la hora de amanecer y yo sólo deseaba no acabar jamás. Una estantería llena de cómics se movía al ritmo del galope, mientras mis manos penetraban fuertemente su cabello. Luego la puse frente a mí, la subí a un escritorio y la besé con pasión. Quiso chuparme el pene y no la dejé. Me senté en una silla y la introduje en mí, me sacó la camisa y la agarré de las nalgas hasta que escuché unos pasos. Respiré aliviado cuando supe que venían de abajo, alguien subía. Era la otra mujer del grupo, otra compañera más, quien nos encontró a la expectativa montados el uno al otro. Sin rechistar vino directamente a besar los labios promiscuos de mi amante casual. La flacidez que había ganado mi pene tras el sonar de los pasos se transformó en un resurgir que solo la excitación que sentí en ese instante podía lograr. Me levanté y comenzamos a desnudar a la nueva integrante. A ella si le bese la vagina y le metí el dedo hasta que la sentí húmeda y dispuesta. Entretanto ellas se besaban los senos mutuamente. Follamos hasta que los rayos del sol nos pegaron en la cara. Mi deseo por más no me permitió eyacular en ningún instante, lo cual me hizo sentir mucho mejor. De regreso a casa tomé mis apuntes y continué estudiando para el examen final.
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