A contra luz se repiten las horas de la luna, en la media noche o en la noche clara de las nieves y los vinos. La licencia de estar ahí se les otorgo el día en que se soplaron las caras y las dudas. Ella lo recuerda muy bien, y cada día.
Entonces cuando veían la luna y esta casi les hablaba, pensaban, aunque estaba demás decirlo, en la posible opción de no estar ahí. Claro, siempre tuvieron dos opciones: las dos que ya conocían, y la tercera que es rechazar las dos primeras. Y la cara de ambos mientras las decían. Esa sonrisa en penitencia, y ella muriendo. Muriendo de amor, de amor también se muere. Y la gente que sufre cuando lee, y más cuando no lee. Ella se ríe desde el estómago cuando piensa en esos momentos desperdiciados en explicar que pudieron haber escogido las dos primeras opciones. Y él seguía en penitencia. Hoy es su cumpleaños, y hoy también está ahí, y en todos lados. De vez en cuando va y le da un beso para que no sienta que la olvida. Ella se finge abandonada para que la bese y le diga que es su futuro y dos hijos. Pero aún no se pone fértil. Esta epístola llega a él como consecuencia de hacerle el amor debajo del agua y de la luna. De hacerla feliz y consecuente como él. Nada la hecho escribirle hoy, en diferencia de otros días en que le basta mirar esos pequeños libros del mundo. Hoy es su cumpleaños, su aniversario, de su amor consecuente. Hoy son muchos días y muchos encuentros.
Hoy no despertaron y quisieron pensar que jamás conjugaran los verbos en singular. Y vuelven a la luna y sus alumbramientos deseando que la noche no se les acabe nunca.