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El ring, ring, de la alarma del teléfono rompe con el silencio de su habitación, una serie de bostezos anuncia el despertar de Antonio Peña. Sin mucho pensar, se levanta de la cama y se dirige al baño y el agua fría termina por sacarle el trasnocho del cuerpo. Con cuatro perolas se baña. Ya en la tercera perola del enjuague la madre, desde la cocina le grita: “Mijo, hay que racionar el agua, hasta cuándo pues”.
Una taza de café y una arepa con cazón mitigan el hambre, se tercia su morral, agarra el casco y exclama “unos buenos días y una Bendición papá”. El muchachito madrugador baja corriendo por las escalinatas del barrio, saludando a los vecinos y tocando de coco en coco a los chamitos que van para la escuela, llega hasta casa de Mario, donde deja guardada su moto. La enciende y se dispone a trabajar.
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En dos ruedas
Tenía tres años como mototaxista, su sueldo tenía los vaivenes de la guerra económica. Unos días buenos y otros malos. Antonio se decía para sí mismo: “como vaya viniendo, vamos viendo” pero, se las arreglaba para apoyar, en lo que llaman los expertos, a los “ingresos familiares”. No tenía malas mañas, sino aquellas que la propia edad le permitía: cigarritos y cervecitas todos los viernes. Una chama nueva cada mes para no entrar en compromisos que le restaran su joven libertad.
Una brisa fría baja del cerro haciendo erizar a los motorizados y entre susurros se escuchaba “Ay, allá viene Doña Carmen”, perplejos se hicieron los locos para evitar llevar al personaje. Doña Carmen con su negro ropaje se acerca al grupo a pedir que la lleven al cementerio.
Entre tantas miradas indecisas, Antonio se compadece y con un gesto caballeroso invita a la Doña a montarse en la moto. Con los carros cerquita y los camiones al ras de la nariz, la moto se bamboleaba como una pluma entre un cielo turbio y gris.
Una brisa fría baja del cerro haciendo erizar a los motorizados y entre susurros se escuchaba “Ay, allá viene Doña Carmen”, perplejos se hicieron los locos para evitar llevar al personaje. Doña Carmen con su negro ropaje se acerca al grupo a pedir que la lleven al cementerio.
Entre tantas miradas indecisas, Antonio se compadece y con un gesto caballeroso invita a la Doña a montarse en la moto. Con los carros cerquita y los camiones al ras de la nariz, la moto se bamboleaba como una pluma entre un cielo turbio y gris.
Un golpe seco interrumpió el recorrido. Antonio se sumaba a las estadísticas nacionales de accidentes de tránsito. Junto a él, Doña Carmen tuvo suerte, sólo una fractura de clavícula y uno que otro raspón en las rodillas y codos.
72 horas después Antonio se despierta con un metálico dolor en la pierna. Gracias a las diligencias de sus familiares que lograron la donación de un tutor para su pierna. Ya peligro de una amputación había pasado. Ahora lo que tocaba era rehabilitación y paciencia acompañada de la fe de su madre.
Desde ese día, su mamá no cesaba de rezar. Hasta una promesa al Dr. José Gregorio Hernández le había hecho para que su hijo saliera de ese trance. Una pierna de oro le prometió si el “muchacho salía caminando”.
La recuperación fue dolorosa y lenta. Seis semanas pasaron y Antonio ya podía hacer cortas caminatas por el barrio. En las mañanas se dirigía al hospital para hacer las rehabilitaciones. Cada día, sus compinches motorizados se turnaban para llevarlo a las terapias y al mediodía ya estaba en casa después de una dolorosa jornada.
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Siete Sombras
Ya fastidiado por la rutina, decide juntarse con los panas como a eso de las 6:00 de la tarde. Con su caminar paticojo y apoyado en sus muletas, Antonio se recuesta de la casa de Doña Rosa a descansar. Sin darse cuenta rápidamente lo agarra la noche en el callejón.
Mientras descansa el dolor, se fuma un cigarrillo que tenía. Con las primeras inhaladas Antonio mitiga la brisa fría que lo envuelve de nuevo. Siete sombras se abalanzaron sobre él disparándole a quemarropa. No le robaron ningún objeto, sino su propia vida. Los vecinos salieron en su ayuda, ya agonizante fue trasladado a un hospital.
A media noche ingresó al pabellón y en un fragmento de tiempo Antonio no resistió la operación. La noticia corrió rápido por el barrio, vecinos, amigos y enemigos se sorprendieron. El silencio fue lo único que se escuchó, mientras a la casa de Antonio llegaba su padre aturdido, desubicado y desesperado.
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Rompe Saragüey
Al amanecer el padre se encomienda a Dios y por la escalinata se pierde su silueta, al llegar abajo Doña Rosa se le acerca y le abraza para darle el pésame. Lo acompaño, la Doña exclamó.
Se montan en la camioneta vía al hospital, el padre con el propósito de reconocer a su hijo. Más de una hora tuvo que esperar para que le permitieran entrar… a medida que avanzaba un olor a sanguaza lo invade y el son de una salsa cabilla rompe el silencio.
Frente a él y dudoso el padre reconoce a su hijo, lo detalla de los pies a la cabeza y se percata que el metálico acompañante de su pierna derecha ya no está. Sorprendido pregunta dónde fue a parar el aparato y el camillero solo dice: “No sé compadre”
Sollozante, adolorido y apesadumbrado por la muerte de su hijo, el padre exclama " Además de quitarme a mi hijo, ahora le roban el tutor…Es una situación degradante, porque una pieza de metal que tenía pegada no puede desaparecer así nada más. Hemos llegado al punto de la miseria humana”
Ahora las esperanzas de salir de deudas se desvanecían al igual que el efímero recuerdo de su hijo.
Buen post.
Muchas gracias
Nice post