Designar un tiempo para el ejercicio habitual de saberse y sentirse integrado al todo sin juzgar entre bueno y malo, deseable e indeseable y cualquier otra forma de polaridad, favorece la expansión de la propia conciencia. Es como si, cada vez, se encendieran más y nuevas luces. Hay incontables maneras de meditar, pero si todas tienen algo en común es que logran llenarnos de una gratificante sensación de presencia, produciéndose un ausentamiento de las inquietudes. Son prácticas que sirven para corrernos de la perspectiva percibida por la identidad, trascendiéndola. Nos predisponen a captar y comprender esferas sutiles del ser, desde las cuales se aprecia un panorama más vasto de nuestra experiencia humana.
Remitirse al interior siempre es un paseo que conduce a algo nuevo porque existir es algo extremadamente profundo y dinámico. Nunca se encuentra lo mismo; siempre se está evolucionando. Por eso, autoconocerse no es un acontecimiento sino un fenómeno que se desenvuelve durante toda la historia personal. Durante ese desarrollo hay instancias de estabilidad emocional y otras que son su contrapartida, picos de gozo e infortunios contrastando. Por lo tanto, es recomendable confiar en el proceso de la vida y recordar que, tal como suele suceder en la música, los momentos de tensión anteceden a los resolutivos. Hay que creerles más a las posibilidades que a las circunstancias.
Mi reflexión de hoy apunta a subrayar que, en lugar de darle al pasado o al futuro un poder referencial para transitar el presente, es mejor liberar nuestra voluntad de condicionamientos como las añoranzas o los anhelos. Es más edificante soltar lo que ya no es y dejar de especular sobre lo que aún no fue, para fluir con lo que en verdad sí está siendo y sucediendo. Aquí y ahora son el lugar y el instante que guardan el poder latente de lo posible.
Espero que esta lectura te haya resultado amena y oportuna.
Que tengas un excelente día.
Jorge