¡Hola a todos!
Hoy les traigo el cuarto capítulo de la Violinista, poco a poco estaremos llegando a las partes más interesantes de la historia. Este es solo el principio ;)
En el Capítulo anterior...
No quería ser ni era una mojigata sosa, pero durante toda su vida, desde que su madre falleció, su padre la obligaba a verse y sentirse como eso, una insípida mujer zapato, una anorgásmica muñeca tocando el violín dentro de una caja musical. Así se sentía sobre todo por el hecho de tener que tocar una canción que no la motivaba en absoluto. Y ahora el asunto del vestido. ¿Cuándo sería libre de vivir su vida? Su mayor miedo era que ese día no llegase nunca.
Evidentemente, quienes más se prestaban a este tipo de conjeturas y habladurías eran las jovencitas de la edad de Clara. Desde el punto de vista del comandante, eran todas niñas engreídas e inmaduras, solo sabían hablar de telas y vestidos y no parecían tener ninguna cualidad especial. Por eso los celos las invadían, pues una chica desconocida que sabía tocar el violín sería el centro de atención.
Pero había una persona a quien esto hacía enfadar más que a nadie. Era Lidia, la hija de la baronesa. Tal vez la única del grupito que podía competir de algún modo en cuanto a cualidades se refiere. Lidia tenía una voz preciosa de soprano, un gran talento para el canto que la hizo destacar y la acostumbró desde muy temprana edad a la popularidad. Pero lamentablemente, su talento era tan grande como su egocentrismo, era una diva en el peor sentido de la palabra, altanera, atrevida y malcriada como ella sola. Tenía más o menos la misma edad que Clara, pero eran diametralmente opuestas.
Mientras que Clara era tímida y callada, Lidia hablaba con todo mundo y muchas veces incluso podía carecer de elegancia. Mientras Clara podía deleitarse leyendo un libro, haciendo música o saliendo a caminar o montar a caballo (cosa que se le daba bastante bien) Lidia prefería pasar sus días en las tiendas de telas y en los talleres de modistas, buscando alguna prenda o tejido lo suficientemente caro como para fastidiar a su madre hasta que se lo comprara. Clara era especialmente introvertida frente a los hombres, si algún joven la miraba demasiado, ella se ruborizaba y salía de la habitación. En cambio Lidia, acostumbrada a llamar la atención y estar rodeada de hombres, no solo coqueteaba con ellos descaradamente, sino que hasta se rumoreaba que ya había perdido el honor con algún extranjero, cosa que ella negaba tajantemente. Clara tenía el andar fluido y silencioso de una elfa, parecía que flotaba o bailaba en vez de caminar. En cambio, Lidia caminaba dando pasos fuertes, que resonaban en todas partes y parecía decir « aquí estoy yo ».
No es que Clara no tuviese una personalidad fuerte, lo que sucede es que había sido mantenida alejada de la sociedad por tanto tiempo, que realmente no se sentía segura de cómo se suponía que debía actuar delante de desconocidos, sobretodo hombres. En realidad, el mundo de Clara, como veremos más adelante, es bastante complejo, ella tiene mucho que decir, así que espero, querido lector, querida lectora, que no juzguen demasiado pronto a mi protagonista.
Clara y Lidia se conocían « bien ». Siempre se cruzaban en el taller de la modista, la señora Delcourt, una de las mejores de la ciudad. Lidia no perdía ni una sola oportunidad de fastidiar y humillar a Clara, cada vez que la veía probarse los vestidos horribles que su padre le obligaba a usar.
Clara sabía que ella iba a estar ahí, y por una vez hubiera querido cerrarle el pico con el hermoso vestido que había elegido, sabía que ella se vería no menos atractiva, y esa fue una razón más para enfadarse con su padre. De hecho, detrás de las cortinas, pudo divisarla en un increíble vestido rojo, el modelo era idéntico al que ella quería usar. Le hervía la sangre. Estaba segura, aunque esto fuese irracional, que la muy arpía lo había elegido adrede para molestarla.
Entonces ahí estaba Lidia, con su grupo de amigas tontas, todas vestidas a la última moda, y parecían esperar ansiosamente algo o alguien.
En ese momento llegó Emmett, ataviado con su uniforme de gala. Casi de inmediato, todas las miradas se posaron sobre él. Era uno de los tipos más atractivos y populares de la ciudad, aunque era más bien callado y discreto, y la verdad le aburría y hasta incomodaba llamar tanto la atención. En eso se parecía a Clara, aunque con el tiempo había aprendido a disimularlo.
Clara nunca lo había visto, tal vez era la única que no le conocía. Se quedó mirándolo por entre las cortinas con curiosidad. De pronto, y a pesar de la distancia, Emmett dirigió la vista hacia ella. Su experiencia como militar le había enseñado a estar siempre alerta, y por eso sintió que alguien escondido lo miraba (además de todos los demás) y por un segundo sus ojos y los de ella se cruzaron.
Clara se asustó tanto que se alejó de la cortina y Emmett solo pudo ver la tela temblar ligeramente.