¡Hola a todos!
Después de dos meses de ausencia, debido a mudanzas y demás contratiempos, vuelvo para traerles la sexta parte de mi cuento. Sé que la parte que todo mundo espera (la parte calentona) está tardando jajaja, pero eso es porque también quiero desarrollar a mis personajes y su relación entre ellos, además de las circunstancias que les rodean. La parte "para adultos" es solo valor añadido jajaja.
En el capítulo anterior...
El telón se abrió. Ahí estaba Clara, con su violín y con el pianista. Como era de esperar, las chicas de su edad se empezaron a reír de su vestido anticuado, la señalaban y decían cosas poco amigables lo suficientemente alto para que ella las oyera. La duquesa les lanzó una mirada asesina, que solo sirvió para que escondieran sus risillas tontas detrás de sus abanicos.
Después de que su padre la presentara y le lanzara una mirada de aliento, Clara se colocó el violín en posición y dio señal al pianista para que empiece a tocar. Pero tan nerviosa y dolida estaba, que no se concentraba y entró a destiempo. Consciente de ello, intentó remediarlo, pero en ese momento escuchó a la hija de la Baronesa decir:
— Ay pobrecita, a este paso no se va a casar nunca. — y la recua de « damas » que la seguía, se rió detrás de los abanicos.
Otro golpe bajo.
El violín soltó un chirrido seco, cuando ella dejó de tocar. Las chicas se rieron a carcajadas de ella, y su padre comprendió muy tarde lo que había provocado. Algunas invitadas, que realmente no estimaban a la duquesa y solo estaban ahí para comer y beber, también reían y hablaban por lo bajo. Los hombres suspiraban, y los músicos observaban con una mezcla de pena y burla porque esto también afectaba a Harold. Lo ponía en ridículo como mentor. Por fin tenían una pega para el mejor violinista del reino. Humillada y triste, Clara salió corriendo del escenario.
El comandante había presenciado la escena. El realmente no se había fijado en el vestido, pues no tenía ni idea sobre esas cosas. Pero sí se había fijado en las suaves ondas negras de su pelo, y como estas caían como cascada de ébano líquido sobre su espalda. Tampoco había prestado bastante atención al discurso de Harold, pues los labios pintados de carmín que contrastaban con su blanca piel de una manera dulce y adorable habían distraído sus sentidos. Las burlas de las que aquel inocente ser estaba siendo objeto le dolieron a él también al ver sus ojos negros, asustados y tristes. Y mientras la duquesa calmaba a sus invitados y le pedía a Harold (con una mirada asesina de « esto es solo tu culpa, ya verás lo que te espera ») que toque algo, Emmett se había escabullido para buscarla. ¿Por qué lo hacía? No estaba seguro. Ni siquiera pensó en lo que hacía, fue un simple reflejo. Odiaba la hipocresía de la aristocracia, odiaba que gente como Lidia se saliera con la suya y se viese con el derecho de humillar a una niña que nada le había hecho. Aunque tenían la misma edad, Clara aparentaba ser más joven, mientras que Lidia parecía mayor. Después de dar un par de vueltas, encontró a la joven violinista llorando sentada en el alféizar de un ventanal. Se trataba de un ventanal bajo, con un alféizar lo suficientemente ancho para sentarse, decorado con suntuosos cojines y mantas.
— Oye, ¿Por qué lloras? — Dijo mientras se sentaba a su lado, dándole un buen susto — Solo son unas niñas malcriadas.
Entonces ella levantó su llorosa mirada y sus ojos intensos y grandes se engancharon a los suyos. El supo que era ella quien le miraba tras la cortina, y a ella el corazón se le olvidó de latir por un segundo cuando se encontró cara a cara con el apuesto militar.
No es eso — Sollozó Clara, cuando hubo recuperado dominio de si misma — Es culpa de este vestido infernal que mi padre me obligó a usar, no me siento bonita, y yo necesito sentirme bonita para tocar el violín, si no me siento bonita entro a destiempo y pasa lo que pasó, y más aún si tengo que tocar una canción que no me gusta, porque hasta eso lo eligió mi papá.
El comandante la miró sorprendido ante esta declaración honesta y simple, sin protocolos ni adornos. Solo la verdad de lo que estaba sintiendo. Casi podía ver en ella como un libro abierto… Eso podía ser peligroso para ella. Presa fácil. Solo entonces reparó en el famoso vestido, reprimiendo una carcajada, pues para él ese trozo de tela no era suficiente para esconder la belleza de aquella muchacha.
¿Sabes? — susurró el comandante después de pensárselo unos segundos — Una mujer verdaderamente bonita no necesita un vestido. — nótese el doble sentido de esto… — Las chicas que se burlaron de ti no son personas bonitas, créeme, no quieres ser como ellas. — Colocó sus manos en sus mejillas para secar sus lágrimas. Clara se sintió reconfortada y extraña a su tacto — Y en cuanto a la canción… Bueno, sinceramente creo que deberías volver allí y tocar algo que te haga sentir bonita. Pero no dejes que crean que algo tan simple puede derrumbarte. ¿O sí puede?
Por unos segundos que parecieron eternos ella empezó a perderse en sus ojos, hasta que el significado de lo que le estaba diciendo llegó hasta su encandilado cerebro. Esto parecía un sueño. Alguien estaba animándola a mostrar quién es Clara Schweiser de verdad. Por fin.
Tienes razón — Sonrió la joven violinista— Gracias. Veré qué puedo hacer. — Después de despedirse, se dirigió con paso firme de vuelta al escenario.
Entró como una digna mancha azul a las tablas. Su padre dejó de tocar al verla. Bajó la mirada y le dejó el centro de la atención. Todos miraban curiosos y divertidos. Algunos esperaban tener más motivos para burlarse. Lidia incluso se atrevió a comentar sobre lo masoquista que es esta « pobre chica ». Sin embargo esta vez Clara no le hizo ningún caso. Su mente se había sumergido en su interior, buscando la parte más transparente, honesta, y salvaje de si misma. Quería tocar dando todo lo que tenía, quería gritar « esta soy yo » a través del violín. Y entonces empezó a tocar…
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