Luciano Egido, uno de los mejores y más profundos conocedores de Salamanca, escribió que el culto a San Cipriano fue traído desde África por los legionarios de la Legión VII Gemina que se establecieron en la región leonesa. En el siglo III el culto cristiano estaba extendido ya por todo el noroeste peninsular, sobre todo en Galicia, y se amalgamó a los rituales mágicos de origen celta, sincretizados con los ciprianos.
Descendiendo por la Calle San Pablo y ya casi escuchando al Tormes nos encontramos a nuestra derecha con una calle ascendente. La cuesta de Carvajal.
En invierno, y desde el sentido descendente, se ve desde otra perspectiva. A la derecha se puede apreciar un muro antiguo aunque acondicionado con barandillas modernas.
Lo que ese muro sostiene es la fantasmal planta de la antigua iglesia de San Cebrián, una simple huella de donde se alzó hace más de siete siglos atrás.
En el centro se puede apreciar el hueco (actualmente obstruido por motivos de seguridad con una rejilla metálica) de unas escaleras descendentes.
Unos veintitantos escalones que nos introducen a la mismísima Cueva de Salamanca. Que no era otra cosa que la sacristía de esa primitiva iglesia dedicada a San Cipriano, que al estar situada en una pronunciada cuesta, se hizo bajo tierra.
Isabel la Católica mandó tapiarla para evitar la atracción que tenía sobre el pueblo, sobre los estudiantes y sobre los extranjeros. Pero actualmente se puede acceder a ella sin ningún tipo de problema, como esto curiosos extranjeros hacen.
En este recinto abierto se encuentra también la Torre del Maques de Villena.
Aquí en una rara foto de 1928 sacada desde la calle San Pablo
El Marqués de Villena, que ni era marqués, ni fue estudiante en Salamanca, pero que tenía fama de astrólogo y brujo. Cuenta la leyenda que, siendo estudiente de los saberes del diablo, le había correspondido en el nefando sorteo quedarse en la Cueva con el Demonio. Pero Villena no se resignó, y valiéndose de los trucos y saberes aprendidos con Lucifer, engañó a éste haciéndole creer que se había vuelto invisible, cuando en realidad se había escondido en una tinaja o redoma. El diablo, al no verle, pensó que había desaparecido y el hábil Marqués de Villena aprovechó el descuido del Maligno para salir a la calle y escapar de esta forma a su destino. Sin embargo, en la huida perdió su sombra, que le podía delatar en la fuga, abandonándola en el interior y toda su existencia tuvo que vivir sin ella.
Esa es la leyenda oficial, aunque existen multitud de variaciones sobre el tema: unos dicen que era una cabeza parlante la que daba las clases.
Por ello quizás se eligió esta cabeza de Torres Villarroel para guardar cual centinela este antro en su actualidad. No en vano Torres Villarroel fue un brujo. Predijo el advenimiento de la Revolución Francesa, nada menos.
Pero, como ya he comentado, la cueva sufrió siglos de decadencia y olvido. En el siglo XV empezó a derrumbarse y en el siglo XVI se utilizaron sus sillares para la construcción de la Catedral Nueva. Desde la fantasmal planta de la iglesia se aprecia la mole.
Pero quedan más misterios por descubrir sobre el desaparecido templo cipriánico. Por esa calle que veis que tira hacia la derecha bien pudieran encontrarse valiosos restos pétreos del edificio, que no llegaron del todo a cimentar la nueva catedral. Se quedaron a escasos metros, escondidos en un rincón del Silencio.
Interesante y una buena guía para conocer la que podría denominarse como 'Salamanca transgresora y mágica'. Hay mucha verdad en la afirmación de que los legionarios romanos, fueran o no de la Legio Gemina, trajeron a la Península muchos cultos orientales, entre ellos el mitraico, tan 'parecido' al cristianismo. San Cipriano , en el fondo, otro 'experto' o cuando menos relacionado con las artes oscuras, como se demuestra en el Ciprianillo o Libro de San Cipriano, siquiera sea a modo de 'exorcismo'. En fin: bienvenida sea esta segunda parte.