La última noche | Relato

Desperté al mediodía como cualquier tedioso quinto día de mi semana, claramente tu recuerdo rebotó en mi mente unos segundos a los pocos instantes de abrir mis ojos, las cortinas entreabiertas dejaban correr el aire, un suave aroma a comida frita se posaba en la habitación y a lo lejos los típicos ruidos de mi madre, era un día más que normal, sin embargo, algo se sentía diferente, no era nada que pudiera percibirse, ni notarse, pero había algo, mi intuición y alma ya sabían todo lo que pasaría, yo no, y aseguro que jamás ni siquiera Dios pensaría que aquel último viernes de este nublado octubre me volverías a decir mía, que volveríamos a ser uno.

Reviso mis redes sociales, por cuestiones de entretenimiento por supuesto, sé muy bien que no recibo ningún mensaje de gran importancia o interés, ya ni desesperados textos para hacer algo el fin de semana llegan, insinuaciones ocurrentes o tan siquiera un cómo estás. Pero esa tarde tenía dos, al inicio ni me molesté en revisar claro, hace días que había perdido mi esperanza por recibir alguno tuyo, la indiferencia ya pasaba a ser parte de mi rutina. Unos cuantos minutos pasaron y el estrés de ver notificaciones sin abrir me carcomía, no por el hecho de saber su contenido, sino por la manía de tener todo bajo control. El primero era una solicitud vaga de tal vez algún tonto interesado en "conocerme", el segundo ahí estaba, un espejismo, una ilusión encontrada, vi apenas la imagen que sabía perfectamente que te identificaba y ya mis vellos se convertían en erizos; luego vi el nombre, mis pieles se diluían como hielo seco en vaso de agua; y posterior leí el mensaje, mi estabilidad jugó a las escondidas y mis nervios rebotaron por todo mi ser.

—¿estás?

—vamos a escaparnos solo por esta noche

No habían pasado 10 segundos cuando ya había aceptado, las malas mañas jamás cambian —pensé.

Y así fue, nos vi~~comi~~mos.

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La gran estación del metro de Caracas fue testigo de nuestro encuentro, rodeada de cientos de personas y yo solo te esperaba a ti, te veías como siempre, no has cambiado en absoluto, yo tampoco. Llegaste, y el brillo de tus ojos seguía igual, nuestras bocas que ya se conocían de memoria la ruta completa se desviaron construyendo el saludo más normal posible, no sabíamos qué hacer —costumbre de nosotros— pero estábamos seguros de que esta vez tenía que ser distinto, debía ser un lugar nuevo, donde nadie nos conociera, donde nadie descubriera este secreto.

Caminamos por todo el boulevard buscando alguna tasca diferente y unas cervezas que nos hicieran compañía, un cigarrillo para romper el hielo y ocasionales palabras. Admito que tenía pena, mucha vergüenza de hecho, nervios al intentar actuar normal cuando por dentro solo moríamos por sentirnos nuevamente, me sentía también dichosa, realizada, pura, feliz de saber que por fin lo que tanto había imaginado todos los días desde que te fuiste estaba sucediendo.

El momento fluyó como manantial en montaña, las horas pasaban volando entre chistes malos, ocasionales besos y efímeros tabacos. Por un momento pensaba que se trataba de un oasis, una ilusión, pero sentirte cerca fue real, nunca me sentí más viva, estaba latente el riesgo de caer en mi mayor idilio, en mi más oscuro anhelo, junto a ella una sensación de peligro corría por mis entrañas, como si estuviera a mitad de una autopista y mil carros con tu nombre pasaban a toda velocidad. Ya ni sabía qué sentir, qué pensar, tampoco encontrábamos más que hacer, era momento de irnos, de comenzar la verdadera odisea.

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Miradas brillantes, silencios ahogados y risas nobles adornaban el camino hacia tu casa en las afueras de la ciudad, al llegar recuerdo que lo primero que noté fue que todo estaba igual. Saludo a los perritos como siempre, abres la nevera, no dejo de pensar en cómo abordarte, no dejas de mirarme, me atacan los nervios, bebes agua, sigo acariciando los perritos, te acercas, te miro, me besas, nos fuimos.

El mueble blanco de aquella sala de estar fue principal testigo de nuestro reencuentro, los compases pasaban perfectos, éramos dos bestias, gladiadores en coliseo, luna y sol en pleno eclipse, éramos uno. Mis manos tomaban tu cuello, mientras las tuyas recordaban mis nalgas, nuestros movimientos eran sincronía y los gemidos melodía, fuimos mortales delirando infinidad, y confieso que me perdí mientras sin piedad te diluías dentro de mí.

Pasamos de una habitación a otra, era inevitable dejar de comernos, cesar de sentirnos, parar de tocarnos. Todo era inefable, sin embargo nota como fácilmente asimilo nuestro encuentro, como te hago ser y te encarno en estas simples palabras, como te hago real nuevamente.

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Era tiempo de nuestra conversación after-sex, preparamos cualquier cosa para comer y ahí fluyeron las palabras. Nos desahogamos, fue extraño ya que poco solíamos hacerlo, nos sentíamos como amigos aunque muy seguros de que jamás lo seríamos, hablamos de cómo habíamos llenado nuestros vacíos en nuestra lejanía y de cualquier otro cuento más, incluso me cantaste, recordar la melodía de tu voz fue una dicha concedida, me sentí muchosa, nuevamente feliz de haber acertado cada tono en todos los minutos que sin pensarlo la había recordado. También sentí una leve nostalgia, sabía que esto no iba a repetirse, mis pupilas gritaban en silencio que era una despedida y las tuyas desbordaban ganas de postergarla sin medida.

Trataba de mirarte sin sentir nada, pero recordaba aquellas madrugadas eternamente efímeras y lo demás resultaba involuntario, tenía la certeza que era extrañar algo marchito, un evento en tiempo pretérito, a pesar de sentirte tan cerca de mí sabía que estabas a mil kilómetros de distancia, pertenecíamos a cielos diferentes, ya no era la misma empedernida, ahora estaba fuerte y con la seguridad de que todo había acabado, y que por solo esta sublime noche podíamos volver a encontrarnos.

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Nuestra escena final fue en aquel lugar favorito, el mueble de arriba. El ruido del televisor hacía leve contraste con mis gemidos y los tuyos, cualquier objeto podía humanizarse y observarnos con morbo, me creí demonia y tú mi cielo, simplemente éramos lo que siempre fuimos haciendo lo que mejor hacíamos: el amor. Tocaba la simpleza de aquella belleza que llamas cuerpo y tú irrumpiendo el templo a que llamo por mi nombre con la bendita secuencia que todavía llevo en la memoria. Fue fugaz y a la vez tan sempiterno, pero todo ya había acabado- La normalidad había regresado e inusualmente decidimos mirarnos, mis mejillas ruborizadas y el brillo de mis oscuras pupilas te abrazaban, tus manos acariciaban mis mechones disparejos y tus ojos me decían a gritos que no quería que fuera la última vez.

Y ahí fue dijiste: —"Quiero volverte a ver."

Tanta fue la felicidad que desperté,

sollozando y con tu prenda de recuerdo tendida entre mis brazos.

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Volviendo a Steemit con este merecido final de antología, la última vez que te escribo, aquella última noche.

Completamente de mi autoría.

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"Todavía hay tiempo para imaginar cualquier cosa, para creer que aparecerás en cualquier instante, para incluso creer que me buscas." -Julio Cortázar

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