Piso uno | Historia de un fin

in #spanish5 years ago (edited)

 Audio recomendado mientras se lee el relato

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Todo ocurrió la vigésima sexta noche de septiembre. Los árboles luchaban contra el viento, las nubes parecían esconderse del cielo, la luna brillaba por su ausencia y hasta las cucarachas se refugiaban de la intemperie. Por lo visto, todos parecían saberlo. Ya estaba escrito, cualquiera incluso podría haberlo imaginado; pero por mi mente jamás pasó el mínimo indicio, el fugaz detalle, ni el párvulo atisbo que aquel día, a las diez y veintitantos minutos de la noche, en un ordinario primer piso, a manos de un tosco humano, iba a morir.     


 ✴ 

Como de costumbre y mala maña, a eso de las seis y diez fui a arreglarme el cabello donde una amiga que tan solo vive a unas casas de la mía. A pesar de tener la cabellera ondulada, vivo con la manía y obsesión de quererla simplemente lisa y así lucir un poco más cuidadosa, más precisa. Llegué y las horas pasaron ligeras entre charlas sinfín, risas, rumores, habladurías y desde luego el tedioso calor del secador.  

Irónicamente, ya era tiempo de partir. Bajamos y acompañé a mi amiga a fumarse un cigarrillo, pues era lo mínimo que podía hacer por tal favor. Al terminar me fui cansada y con ansias de llegar a casa.    

Y si tan solo hubiese fumado con ella y el fuego se consumiera minutos más tarde. Si hubiese rechazado acompañarla e insistirle en que fumara mientras suele llevarme hasta la esquina. Si hubiese llamado para que me buscaran. Si no hubiese tardado tanto. Si hubiese ido más temprano. Si mi amiga no fumara cigarrillo. Si mi secador no se hubiese dañado. Si mi cabello fuese liso. Si tan solo no me importara como luzco. Si fuese menos tonta o si tan solo existiera un poco de humanidad en su alma; no me hubiese topado con aquel hombre. No habría caído en aquella trampa. No habría subido las escaleras, y no habría muerto.     

 ~ 

Mi amiga siempre me lleva hasta la esquina. Aquella vez casualmente un poco más. Por el rabillo del ojo o mejor dicho por el apéndice de mi intuición, llaman mi atención dos hombres que venían caminando; uno llevaba un perro —pasada edad, juicioso, cumpliendo su labor de pasear a su mascota, nada sospechoso—, el otro era un poco más joven —alto, fornido, con atuendo deportivo, nada llamativo, pero con dudas en el rostro, parecía inerme, no tan sospechoso. El primero entró a una de las casas, supongo su tarea había culminado. Por el contrario, el segundo cruzó a la calle donde estábamos, incluso nos pasó por un costado, mi perspicacia escasa esperó a que caminara un poco más por si acaso. Posterior me despedí, di las gracias y me fui.     

Rápidamente caminé hacia mi bloque que estaba a menos de treinta y cinco pasos. Aquel chico iba delante de mí. Parecía que iba al mismo lugar; sin embargo llena de dudas y preguntas, no recordaba haberlo visto alguna vez allí, y al ver tanta determinación y seguridad al entrar a mi edificio, también entré.  

Recuerdo que caminaba a paso lento, calmado, cauteloso, como un caimán saliendo del río. En cambio yo, iba un poco más acelerada. Mi corazón latía inusualmente rápido. Sin percatarme sudaba, y cual error, aligeré mi caminar para no alcanzarlo. Por desgracia, el conserje apaga el ascensor a las diez en punto, a lo que supuse debía subir las escaleras para llegar a casa. 

Él fue primero, inexplicablemente mis piernas temblaron, yo fui después.  

 ~ 

Subí las primeras escaleras. Noté que los pasillos casi ni luz tenían. Apresuro el paso y casi corriendo subí las siguientes.    

Uno nunca sabe en qué momento justo el tiempo se detiene, en qué instante el mundo se te viene encima o en qué segundo te das cuenta que ya no hay vuelta atrás. Y fue ahí que lo supe: el tiempo jamás se detiene, el mundo te aplasta y en ningún momento logras darte cuenta que no hay vuelta atrás.    

A mitad de escaleras, en medio de la oscuridad que cubría el piso uno, se abalanza aquel chico sobre mí y me ataja. Me acorrala en la pared y presiona una navaja en mi garganta.    

Tantas amenazas en el mundo, tantas maneras de matar a alguien, cantidad de acciones para romper un corazón, y tan solo tres palabras, diecinueve letras y ocho vocales bastaron para acabar conmigo.    

Bájate los pantalones —solo fue lo que me dijo.   


✴ ✴ 

  ~ 

Atónita, ante la mirada penetrante y lasciva de aquel hombre, una avalancha de realidad aplastó mis ilusiones. Lo que algún día fue mi mundo yacía desplomado en algún rincón de la frívola escalera. Sabía que desde ese momento nada volvería a ser igual para mí; mis sonrisas no volverían a ser las mismas, pues tras ellas estarían mis miedos tratando de esconderse; no existiría una noche en dónde no desfilaran uno a uno los minutos de lo que con cruda certeza estaba por pasar; no volvería a ver ningún humano mundano al mi alrededor con las mismas intenciones; no podría conversar de todo esto sin sentir vergüenza y aversión al pronunciar cada palabra; no regresarían mis ensueños constantes por encontrar a alguien verdadero, pues mi corazón para siempre se había fracturado; la seguridad que notoriamente me caracterizaba nunca más estaría completa, la habían desgarrado; que los instantes más felices de mi vida no serían de lleno, iban a ser acompañados por las migajas del recuerdo sombrío de esta noche. Sabía que desde este luctuoso día un edredón de oprobio y melancolía cubriría mi mirada. Sabía que no volvería a subir unas escaleras sin sentir escalofríos. Sabía que hasta la mínima extensión de mí se quebraría en mil pedazos. Lo sabía, y aún así, lo miré fijamente a los ojos.   

La lascivia chorreaba por sus poros. Su mirada estaba llena de odio, rencor y desespero. Aquellas expresiones hostiles se grababan involuntariamente en mi memoria, sus viriles manos al contrario estaban un poco temblorosas y sus sórdidos labios pronunciaban palabras imperativamente nerviosas. 

  ~ 

Supe que detrás de todas las maldades que cubrían su pupila, en el fondo yacía arrodillado del miedo, pues solo una persona con mucha cobardía sería capaz de destrozarle la vida a otro. 

Comprendí que mi vida y mi muerte colgaban de un hilo, y que de cualquier forma nunca volvería a ser la misma. 

Infame, se manoseaba su sexo mientras presionaba cada vez más fuerte la navaja a mi garganta. Exigía arrodillarme para formar parte de su execrable fantasía, al negarme, por supuesto, solo cedí a recibir la primera de varias rajaduras de la noche. Mi vida entera junto a mi sangre se derrumbaban sobre el suelo. Desfilaban por mi mente veloces e incesantes las posibilidades imposibles de escapar de allí, de desaparecerme por completo.

La debilidad se apoderaba de mi cuerpo. Mi instinto alcanzó a decirle que alguna persona podía bajar por la escalera y encontrarnos. Balbuceaba tratando de hallar el mínimo rastro de compasión en su alma. Recité uno a uno los suplicios existentes en mi vocabulario. Lloriqueaba cada vez más alto con la absurda esperanza de que alguien me escuchara. Incluso logré gritar y lo único que pude conseguir, fue acabar con su paciencia. 

  ~ 

Violentamente me arrolló al primer piso arrastrándome hasta detrás de las columnas, para allí por completo sentenciar mi muerte súbita. Insistía, cual protervo, en que bajase mis pantalones y volteara mi costado como si nada. Sollozaba y me negaba, ingenua, tratando de convencerlo que no pasara, que podría hacer cualquier otra cosa para que tranquila me dejara. 

Amenazaba con matarme si no cesaba de llorar, en ese momento solo llegué a pensar en lo mucho que quería vivir —aunque solo la muerte consolaría mi tragedia. Imaginé lo cerca y tan lejos que estaba de mi hogar, de mi familia, del caminar de mi mamá, y tuve la única certeza que debía aceptar mi destino. Resistirme solo sería cavar mi propia tumba y la de todos los que estaban esperándome. Sabía que mi salida iba a ser aprender a vivir con la herida.

Nunca sabes lo que es el amor, hasta que aceptas tu propio dolor, con tal de seguir admirando la sonrisa de los que están en tu corazón.

El prefacio acabó. La cordura inexistente de aquel burdo había llegado a su límite. Sin piedad alguna me apuñala cruda y fríamente una sola vez mi brazo izquierdo, ni cinco milésimas de segundos pasaron cuando un golpe directo a mi mejilla termina de desmoronarme en el suelo. 

 ~ 

Sentía mi ser recogido en una caja de cartón y lanzado a lo más profundo del abismo. Podía percibir toda la tristeza del mundo recorriendo mi cuerpo a carne viva. La maldad profanando hasta el último rincón de la integridad que alguna vez tuve; y sus toscas manos tomando cada parte de mí, como larva en tejido, polilla carcomiendo madera, como ácido sulfúrico pudriendo la piel. 

Solo recibía maltratos por todo mi rostro y resto del cuerpo. Me adentraba al más abstruso odio y apagaba con sus esfuerzos nauseabundos mi recóndita pureza. 

Todo fue veloz, sin embargo sentía los segundos como décadas. Parecía que cada minuto de aquella peripecia se impregnaban en cada poro de mi cuerpo hacinando uno a uno mis anhelos de venganza.

Jamás le bastó tenerme árida, exánime y descubierta. Hizo lo posible por dañar cada una de las buenas intenciones que aún quedaban sobre mí, por devastar en absoluto lo que alguna vez creí. 

Me aferraba a la necesidad de desaparecer, viajar a otro plano y olvidar lo sucedido, mientras simultáneamente luchaba contra el desespero por creer en toda la vida que tenía por delante, en las inasequibles probabilidades de encontrarlo y hacer cualquier cosa a mi alcance por valer mi muerte.

Quería que este suplicio acabara, y dejara lo que quedaba de mí sola para siempre.

 ~ 

✴ ✴ ✴ 

Lo que pasó después es inútil contarlo. 

Nadie jamás llegó. Ningún ángel guardián pudo escucharlo. Ni mucho menos evitarlo. 

 ~ 

Nunca terminas de aceptar las tragedias que terminan con tu vida. Resulta insólito tratar de comprender que existen más de siete millones de personas en el mundo y ni una sola pudo salvarte de la única que se tomó la libertad de destruirte. 

La vida se compone de estos momentos —pensé— de sentimientos sinfín, de placeres, discordias y tragedias, que simplemente te hacen sentir algo, que evidentemente solo te aferran a ella. Inclusive la muerte, cuando más la tenemos cerca, sea por algún familiar fallecido o porque te expusiste a una situación de riesgo, más anhelamos y valoramos el vivir. Nos damos cuenta que todo se acaba o inicia en un parpadeo, que la vida y la muerte son una constantemente; mueren sentimientos, nacen otros; mientras hay alguien llorando la pérdida de un ser querido, hay otro celebrando la llegada de algún nacido; que perdemos el tiempo temiendo o corriendo de ella, sin saber si la toparás frente a frente en la próxima esquina o en tu misma rutina.  

Es patético como la muerte llega y arrasa con todo a su paso. No queda nada. Las cosas dejan de tener sentido por segundos. Comprendes que te esfuerzas tanto por tener algo que en una sola noche puedes perder y aunque después te duela, todos dicen que debes permanecer. 

✴ ✴ ✴ ✴ 

  ~ 

Un año después

Aún me parece irónico que mi corazón está roto, y ni siquiera sé el nombre del culpable. Sus palabras siguen invadiendo mis noches, su mirada acuchillando la mía cada vez que me descuido, y el vislumbre de mi asesinato se posa con frecuencia sobre mis silencios. 

A mi alrededor, todos solo parecen ser unas máquinas de condolencias absurdas, de medios abrazos sin sentir, de preguntas morbosas y puro fingir. Incluso han tratado de insinuar que tengo la culpa, pues claramente es así, preguntándome por qué no corrí o qué hacía yo solitaria por allí. Mis preferidos son los que hacen silencio, disimulando su aversión con simples gestos o preguntas precisas sobre cómo me siento; miento que ya lo olvidé, y que tal vez algún día lo encontraré.

La verdad es que mi rutina no ha sido la misma desde ese día. 

Abandoné mis hábitos, conocí nuevos vicios. 

Me alejé de la gente, del presente. 

Resido en el pasado atando cabos para el futuro que tengo planeado.

✴ ✴ ✴ ✴ ✴ 

  ~ 

Admito que estoy obsesionada con encontrarlo. Necesito saber quién es. Por qué tuvo el placer de destruirme la vida. Cómo pudo saber que yo vivía allí. Cuál fue su carnada para que lo persiguiera y en la trampa cayera.

A veces suelo verlo, detallo su sospechoso caminar, inhalo su incesante miedo, percibo esa cobardía, ese sentimiento de sentirse acechado, me ofusco con el estúpido brillo de sus ojos, caigo en sus redes repulsivas y me provoca perseguirlo de nuevo me intriga saber qué se atreverá a hacer esta vez, cómo pretenderá destrozarme ahora, ansío notar sus extrañezas, consumirme en el suplicio, diluirme en el patíbulo, me he vuelto inmune a cualquier tipo de dolor. Ipso facto, todo se contrae; lo veo acercarse, mi pulso se estremece; posa su mirada sobre la mía, yerguen todas mis dudas; agiliza el paso, un hormigueo marchando sobre mi dorso; está a punto de atraparme, pestañeo y no lo vuelvo a ver jamás.

Todos los días desde entonces, me siento en el porche del edificio esperando su llegada. Sé que será cuestión de suerte que a las diez y veintiséis vuelva a caminar por allí. Sé que volveré a verlo. Sé que sabré quién es. Sé que los papeles van a invertirse y seré yo quien triunfaré. 

Hoy, a justo un año cuando presencié mi muerte, solo anhelo tener a mi asesino frente a frente. 

Quisiera arruinarlo por completo. 

Ser la que descubra todos los rincones de su inmundicia idiosincrasia. 

Aplastar implacable con mis propios dedos sus exiguas ilusiones. 

Preguntarle por qué me destruyo la vida y posterior hacer algo fascinante con la de él. 

Quiero conocer totalmente sus propósitos. 

Estudiarlo al punto de saber qué puede cautivarlo y humillarlo. 

Pretendo dañar su perspectiva de las peores formas en la que un humano puede hacerlo. 

 ~ 

 ✴ ✴ ✴ ✴ ✴ ✴ 

Hoy, a un cuarto de que se cumplan trescientos sesenta y cinco días, ocho mil setecientas sesenta horas y quinientos veinticinco mil seiscientos minutos de esperarlo. 

Estoy aquí. 

Ansiosa y con la firme convicción de volverlo a ver, de tener la dicha de encontrarme con él.

 ~ 

Y justo ahí, fue que lo vi, 

el obsceno lustre de sus mejillas

y su impetuoso caminar justo frente a mí.


 ●     ●     ● 

 Triste relato de una obsesiva tragedia 

Completamente de mi autoría


| Para nadie es un secreto que a diario suceden millones de agresiones sexuales y asesinatos, donde los únicos culpables son los individuos enfermos que lo hacen. 

Nunca sabes quién puede ser un agresor, cualquiera de nosotros puede ser víctima de ello. 

Este escrito va dedicado a todas las personas que han pasado por este tipo de situaciones indeseables: cuesta aceptarlo, seguir adelante y estar como si nada hubiese sucedido, el mundo entero puede juzgarte, humillarte o ignorarte. 

Por eso, invito a entrar en consciencia de esto. Si conoces a alguien que le haya pasado, apoya, escucha, abraza porque no sabes si lo está necesitando. | 


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Mal de mar

Anagnórisis

Suspiro

 ~ 


 "A la muerte se le toma de frente con valor y después se le invita a una copa". —Edgar Allan Poe
Sort:  

Muy bueno.

Impactante relato, una historia escalofriante y desmesurada, una realidad latente que nunca dejará de existir.

Hipnotizante narrativa que no te permite aprtarte de su lectura.

Felicitaciones por ese don de escribir.

Espero saber noticias suyas más adelante.

Nadie puede decirte: como si nada ha pasado, porque esa es una cicatriz alli. Si pasó y son valientes los sobreviviente. Hermosa tu narrativa.

Es así. ¡Muchísimas gracias!

Es una realidad a la que están expuestas muchas personas. Es parte del ritmo de este mundo lleno de polaridad.
Gracias por compartir esto.

Exacto, las tragedias forman parte de la vida.
Gracias a usted por leer.

Excelente relato, con impecable narrativa que engancha de principio a fin.

Es un tema sumamente cruel, pero frecuente en nuestra sociedad, que hace que en seres deleznables anide la perfidia y la lascivia.

Como Poe, brindo una copa por esos seres que con valor enfrentaron la muerte, y desde el otro mundo resurgieron de sus cenizas cual ave fenix, como nuevos seres en un mundo extraño que ya no le es propio.

Es una realidad que aborda nuestros días, y muy poco es tomada en cuenta.
¡Salud! ¡Muchísimas gracias!