Tuve yo una compañera de estudios que dejó a un novio porque recibía de él cartas con faltas de ortografía. Algún asunto más de desacuerdo, imagino yo, habría entre ellos; pero creo que fue aquella contumacia en su incuria y la falta de propósito de enmienda, lo que colmó el vaso y anegó la relación. Perfumaban a aquella muchacha otros adornos, todos ellos francos y espontáneos: serena elegancia, hermosura sin estridencias, gentil sonrisa, afabilidad en el trato y unos apuntes impolutos, diáfanos, de caligrafía impecable...
Ha arraigado en nuestra sociedad una creciente preocupación por la imagen. Me parece encomiable este deseo de agradar, pues facilita un estado de complacencia (con-placer) mutua entre quien ofrece y recibe las atenciones. Con harta frecuencia, sin embargo, este cuidado de las formas se reduce a la imagen visual más inmediata, a la que se dedica mucho tiempo y dinero. Menor es el miramiento que se tiene con las palabras.
Las redes sociales han aflorado lo peor de nuestros pozos negros. El desdoro, los desmanes y la impudicia se han apoderado de la escritura, y muchos hay que sin recato ni mesura desacuerdan las concordancias, blasfeman contra la lengua, encumbran las disfonías y corrompen el decurso natural del habla. Creo examinar con criterio amplio el devenir de las cosas; me parece que soy persona tolerante, un liberal de la vieja escuela: y así, no doy importancia alguna a los pequeños defectos que puedan colarse en cualquier escrito, sea mío o de otras personas. Sin embargo, me resulta difícil transigir con esos textos, cada vez más frecuentes, en que el insulto, la infamia, la procacidad, la insolencia y los crímenes lingüísticos convierten las palabras escritas en un insufrible amasijo de zafiedad y cochambre.
Cada vez que leo alguno de estos disparates, desde la penumbra de los espaciosos palacios de mi memoria emerge luminosa la figura de aquella compañera mía, tan serena, tan cuidadosa, tan delicada, tan caligráfica, tan ortográfica…
Totalmente de acuerdo. Saludos