En ocasiones he pensado que quien juega con dragones, con fuego se quema. Y ahora, adivina tú que significa esto y como lo aplicas.
Podría estar tumbado en un diván frente a un bloc de notas que me escucha, pero estoy en una mecedora roñosa con la mirada perdida al infinito.
Voy a hablarle de mis dragones.
Los dragones no andan como para jugar con ellos y los que echan fuego por la boca son difíciles de encajar.
A veces. Aparecen.
Dragones y fantasmas se mezclan en medio de una vorágine de despropósitos que dando igual del lado en que uno esté, provoca desorbitados dolores de cabeza en casi todas las partes implicadas.
Aquí, el trabajo de campo será convertir a los ensabanados en meras lagartijas a las que rechazar de la mente y la memoria.
Dejar de entrelazar frases raras también. Que a lo único que pueden dar pie es a sacudir más los pensamientos.
Memoria. ¿Cuánto tiempo hará que no la pierdo como antes? De ahí que ahora, algunos recuerdos atormenten mi vorágine y alimenten los dragones de mi mente.
Ya no pierdo la memoria. Me voy acordando de todo. Eso borra la magia. Se ve el truco. El problema llega cuando adivinas donde está la bola la primera vez. Después todos los cubiletes te parecen iguales, en todos está la bola. Aunque no esté. Seguro que ya no estará más, pero se mezcla la verdad con el truco, ya no hay manera de diferenciar.
Los dragones de hoy se mezclan con fantasmas que regresan del pasado y no hay quien pare el remolino.
Entonces te asalta la respuesta al cuento. Es totalmente injusto para todos.
Entrelazar frases raras te ayuda a sacudir los pensamientos. Según como quedan los compones y reflexionas. Si sólo levantas polvo al sacudirlos esperas a que se disperse para darte cuenta de que no hay por donde cogerlos.
Así que: todo cuerdo sumergido en una dispersión experimenta un empuje de locura igual al volumen de la tuerca que se le afloje.
Había oído de la falta de un tornillo a algún que otro cuerdo. Lo de las tuercas parece más serio.
Sé que hábiles sicólogos aplican un ungüento adhesivo a la rosca para que al apretar la tuerca se pegue. Los siquiatras le dan un punto de soldadura, esa debe ser la razón de tantas miradas perdidas al infinito después de una reparación.
El apego a la tuerca.
La palabra tiene tela. Tendrá sus seguidores y sus detractores. Yo me incluyo en estos últimos.
Espera.
El apego es necesario. Cuando al aflojarse la tuerca no hay inminente peligro de perderla.
Casos en que vas perdiendo las tuercas. Haberlos hay los. Se van cayendo al suelo. A veces a pares. Y ¿qué hacemos? Yo opto por recogerlas e ir enroscando. Aunque las cambie de sitio. Eso debería permitir conocer cada vez más la estructura del recuerdo, aprender a mantenerla, cuidarla y amarla.
A veces, las más, no funciona.
Según qué recuerdos son bastones que se desean asir para el que cree pisar mal el presente.
De todo esto hay que sacar algo positivo. Porque no es bueno quedarse esperando a que se arregle lo que no tiene arreglo.
Es como conservar un recuerdo roto porque una vez lo disfrutamos mucho. El recuerdo se rompió. Ahora guardarlo nos duele, quizás ya no valga la pena. No se arreglará por tener su latido en la caja y sacarlo cada dos por tres lamentando su rotura y de lo bien que nos lo pasábamos. Ya no funciona igual.
Al recuerdo de mi presente le faltó otra manera de ser con él. Nuestras maneras no resultaron. Hay un dicho que reza: a cada niño su juguete.
Quizás no era el mío. Ni yo el niño para él.
El recuerdo podría no estar roto. Puede que sea uno de esos presentes geniales que funcionan con un montón de energía que se gasta enseguida, relegando durante una temporada a una estantería la ilusión de su genialidad. Hasta que un día sabes cómo manejarlo, te dejas manejar y su energía fluye durando una eternidad. Convirtiéndose en el futuro de tu vida.
A lo peor para ese presente, aparece otro que por ser más sencillo de comprender y llevar me transporta al mundo de las ilusiones perdidas. Ojalá no.
A lo peor para mí con ese presente ya juega otro y como todo niño sufro por lo que uno no tiene. Ojalá no.
Así que poco a poco hay que dejar de pensar en dragones del presente que echan fuego por la boca y fantasmas del recuerdo que alimentan la desilusión. Sin olvidar que el recuerdo sigue latiendo en la caja. Aún cuando creamos no tener ni energía ni manera de tratar con él.
El cariño y amor que se le tiene no se perderá porque esté ahí.
¿Creías que era fácil?
Naranjas de la China
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