El “Siglo de las Luces”, esa segunda etapa de la modernidad en realidad de mediados del siglo XVII a fines del siglo XVIII, para la geografía como ciencia del estudio del espacio, se abre con el problema del concepto newtoniano mismo, que no es más, que renacimiento de la idea de Anaximandro y Demócrito: el espacio es, el vacío absoluto tridimensional.
En realidad, al parecer, ese problema se soslayó; no conocemos algún documento de teorización de la geografía en esa época que se cuestionara sobre el objeto de estudio. Ciertamente se siguió haciendo una geografía de la bidimensionalidad, problematizada más que por el asunto del espacio como el vacío, justo por la cuestión de la tridimensionalidad dada en la representación del relieve de la superficie terrestre en la altura de las montañas, que hasta entonces tenía una solución artística y convencional, buscándose su solución métrica.
Se ha atribuido a Philipp Bauche (1700-1773), el descubrimiento del recurso de representación métrica del relieve mediante isolíneas de nivel en 1754, e incluso desde 1737. Pero nuevos datos apuntan a que la solución de ese problema ya había sido utilizado por N.S Cruquius en 1730[1] para las deformaciones del plano respecto de la determinación del nivel medio del mar como referencia, que establecía la tridimensionalidad de la superficie terrestre como objeto concreto; todo lo cual, inevitablemente puso a la geografía teórica a un paso del problema del concepto del vacío: ahora, considerando el espacio geográfico como la tridimensionalidad, independientemente de todo objeto concreto.
El problema teórico no sólo radicaba en el hecho de cómo podría trabajarse con el “espacio vacío”, sino aún en el hecho de aceptar la existencia del vacío mismo, a pesar de que casi un siglo antes éste ya había sido probado en su existencia por Otto von Guericke con su experimento conocido como de los “Hemisferios de Marburgo”. Si la física tenía aquí un gran problema, traducido ello a la geografía no sólo era ese mismo gran problema, sino más aún, resultaba en el cuestionamiento del objeto de estudio de esta ciencia.
Esa dificultad significó una gran limitación para la geografía como ciencia ya hacia fines del siglo XVIII; a más de que el inagotable descubrimiento de la rica naturaleza del “nuevo continente” (“nuevo”, evidentemente desde el punto de vista europeo), en sus etnias, en su flora y fauna, como en su diversidad climática, hidrográfica y orográfica, hizo que poco a poco la tarea de lo que técnicamente se generalizó como las llamadas “Relaciones Geográficas”, dadas en forma de relatos o descripciones de viajes, o de reportes e informes de expediciones naturalistas que daban cuenta de toda esa riqueza, fue adquiriendo mayor sentido “geográfico” en la vieja idea estraboniana de la geografía como ciencia de “los fenómenos en sus lugares”, más que el problema del espacio.
Justo cuando Alzate iniciaba la elaboración de su Carta Geográfica, nacía Alejandro de Humboldt, al que en su infancia, por su afición por las plantas, hizo que se le apodara “el pequeño boticario”[2], Jay E. Green narra que conoció a Jorge Forester, acompañante del Capitán Cook, el cual debió inspirarle para realizar sus mismas hazañas, y Green recoge una interesante cita de Humboldt: “…el estudio de los mapas y la lectura de los libros de viaje ejercían una cierta fascinación en mí que a veces resultaba irresistible”[3]; estudió en la Escuela de Minería de Friburgo, y precisamente en 1799, año en que Alzare fallece, Alejandro de Humboldt, a sus treinta años de edad, irrumpe como naturalista en su viaje a las “Regiones Equinocciales” de la Nueva España, acompañado de otro naturalista, Aimé Bompland. “Su propósito principal, según las palabras de Humboldt -citando a J.E Green-, era el de "averiguar cómo obran unas sobre otras las fuerzas de la naturaleza y de qué manera influye el ambiente geográfico en los animales y en las plantas…"”[4], formando de todo ello en los siguientes treinta años, un conocimiento enciclopédico en treinta volúmenes que, resumidos en cinco formaron su Cosmos, cuyos dos primeros volúmenes fueron publicados en 1845 y 1847, y el quinto justo en el año de su muerte en 1859.
Compartió con los hombres de ciencia de su tiempo como en la química con Gay-Lussac; en geología con Agassiz; o con el matemático Gauss. En Humboldt, la “forma empírica, descriptiva y enciclopédica del estudio de los fenómenos”, no fue exactamente así, empírica, descriptiva, sino que, ciertamente, en él se dio la investigación causal de los fenómenos, incluso en este caso sí, en forma enciclopédica; pero ello como una situación excepcional, dado el momento histórico en el que el conocimiento científico estaba naciendo en todas las ciencias y ese conocimiento enciclopédico era posible. Los geógrafos fenomenistas que identificaron los estudios de Humboldt con la geografía, nunca intentaron siquiera continuar su obra; básicamente, a excepción de su contemporáneo Carlos Ritter (1779-1859), que, este sí, compuso su extensa obra de “forma empírica, descriptiva y enciclopédica del estudio de los fenómenos”, por los conocimientos tomados de los especialistas.